Sigue escociendo entre nuestros próceres europeos y no pocos periodistas del arco mediático español, el discurso del vicepresidente de los EE. UU., James David Vance, en su intervención en la Conferencia de Seguridad de Múnich y, especialmente, su mensaje con dinamita: «La amenaza para Europa no es Rusia, sino que viene de dentro». La verdad, dicha desde fuera, duele un poco más.
Un mensaje que no hace sino refrendar la realidad suicida que venimos denunciando en la Europa actual y la de la dependencia de los EE. UU. de esa parte tan heterogénea del Viejo Continente, la U. E. de los veintisiete, que, guste o no a esta “panda” –permítaseme la expresión coloquial– de burócratas ineficaces, me temo que va a continuar al son que marque Washington.
Tanto escoció, que no se hizo esperar la “firme reacción” de los interpelados, encabezada por el presidente francés, Enmanuel Macron, el mismo que perdió las últimas elecciones legislativas en Francia, que destaca por poner en riesgo a uno de los grandes y que se autoerigió como líder de una “solución” que parece pretender pasar por no querer ver la auténtica realidad de la situación, pensando que, con los mismos guías y sus métodos, la, en vías de invasión, Europa, pueda llegar a diferente destino al que se aboca con sus actuales políticas. Recordemos la frase que se le atribuye a Albert Einstein: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.
Y allá que acudieron a París siete colegas, alguno con tan “brillante” currículum político como el convocante, y tres invitados del “dolce far niente”, casi todos burócratas y principales culpables en buena parte de la penosa situación de convidado de piedra en la se encuentra hoy Europa, después de cinco décadas, si no más, al cómodo cobijo del paraguas norteamericano. Allí estuvieron, recibidos con sendos ósculos por el anfitrión, dos perdedores que lo escoltaban en la mesa, uno redomado en lo de perder votaciones, nuestro recalcitrante presimiente Pedro Sánchez y otro que no le iba últimamente a la zaga, su homólogo alemán, Olaf Scholz, al que las urnas han puesto en su sitio el pasado domingo. Junto a ellos, tres protagonistas menores, la danesa Mette Frederiksen, el holandés Dick Schoof y el polaco Donald Tusk, repetidor como primer ministro; la posiblemente única esperanza europea, Giorgia Meloni y el hijo pródigo del Brexit, el británico Keir Starmer. Completaron el improvisado ”equipo” de fútbol (fueron once los asistentes, aunque no pasaron del mero entrenamiento) el siempre bronceado Antonio Costa, no sé si golfista –tal vez otra cosa con la misma raíz–, premiado con la presidencia del Consejo Europeo después de su presuntamente “corrompida” (al parecer por error de la fiscalía) salida como primer ministro de Portugal, que contrastaba con la palidez de la presidente de la Comisión Europea Ursula von der Leyen y Mark Rutte secretario general de la OTAN, organismo de incierto futuro y no sé si necesario hoy, ya que se creó, si no recuerdo mal, como posible reacción a algún desliz del desaparecido Pacto de Varsovia. Al final, un postureo más de unos burócratas vividores que no produjo conclusión práctica alguna, que se sepa, y que tuvo su réplica cuarenta y ocho horas después en otra descafeinada cumbrecita, esta vez mayoritariamente por videoconferencia, tras la queja de los ausentes a la primera, a la que fueron convocados por el presidente “seleccionador” francés los suplentes, siguiendo con el símil futbolístico, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, República Checa, Finlandia, Noruega, Suecia, Bélgica y Grecia, en la que incluyó al “predimitido” primer ministro de Canadá, Justin Troudeau, en calidad, justificaba, de miembro de la OTAN.
Y como no hay dos sin tres, salvo para el ministro de Transición Digital y Función Pública, Óscar López, empezaba la semana con una nueva reunión, esta vez en Kiev, coincidiendo con el tercer aniversario de esa absurda, e interesada para algunos, guerra de Ucrania, allá se fueron gran parte de los líderes europeos, encabezados por la dupla antes citada de la Comisión y el Consejo –¿sirve para algo alguno? Me refiero a los organismos, aunque puede ser extensivo–. La presidente de la primera se despachó con la característica generosidad de los políticos europeos con el dinero público: «Europa está ahí para fortalecer a Ucrania en este período crítico. Puedo anunciar que un nuevo pago de 3.500 millones de euros a favor de Ucrania llegará ya en marzo», para presumir después de que, “hasta ahora, la UE y sus Estados miembros han apoyado a Ucrania con 134.000 millones de euros, más que nadie«, queriendo echar tierra sobre los 350.000 millones de dólares que dice Donald Trump que lleva gastados EE. UU. No podía faltar nuestro defensor de pobres y productor máximo de ellos, Fray Perico PinócHEZ Falconeti, socio de comunistas, amigos de terroristas e independentistas, que no se pierde una con tal de ocupar agenda y que se dejó caer con otros 1.000 millones de euros para la causa, que pagan los españoles, a la que se ha unido con su animoso mensaje en la red de su “amigo” Elon Musk, X: «España está con Ucrania –menos con la mayoría de los españoles, con cualquiera–. Tres años después del inicio de la agresión rusa, nuestro compromiso con el pueblo ucraniano sigue intacto. Ya en Kiev, para participar en la Cumbre Internacional de apoyo a Ucrania». Mientras tanto, el francés convocante de las dos cumbres de la semana pasada se iba a tender puentes con Trump en Washington para presionar a Vladímir Putin para que acepte una paz real con Ucrania, y no un simple alto el fuego, adonde también fue su homólogo británico, no sé si con el mismo fin o para tender los mismos puentes.
Mientras tanto, Trump llama “dictador” a Volodimir Zelensky y le advierte que “Mejor que se mueva rápido o no le quedará ningún país” y el ucraniano le responde con que “Desafortunadamente, vive en un espacio de desinformación”, algo que suena más a pataleta de perdedor que a un argumento con fondo, porque no tengo ninguna duda de qué lado está la mejor información. Por cierto que la llegada de Trump ha provocado también mucho nerviosismo en los inspiradores de la corriente Woke, George Soros, Bill Gates y compañía, que apuntan a Bruselas para que financie sus programas, después de que el presidente norteamericano tomara la decisión de congelar toda ayuda exterior a través de la USAID. Espero que la siempre generosa Bruselas, no recoja el guante.
Termino recomendando la lectura del último artículo de Fernando del Pino en relación con el controvertido discurso del vicepresidente de Trump, que citaba al principio y que parece que, por estas latitudes europeas, políticas y mediáticas, no se quieren analizar en profundidad las verdades como puños que dijo, del tenor de «Ningún votante de este continente dio su consentimiento en las urnas para abrir las compuertas a millones de inmigrantes incontrolados» o reivindicaba «las extraordinarias bendiciones que trae consigo la libertad, la libertad de sorprender, de equivocarse, de inventar, de construir» y afirmaba que «No se puede imponer la innovación o la creatividad, de igual modo que no se puede forzar a las personas qué deben pensar, que deben sentir o qué deben creer». Como decía al principio, la verdad ofende.
No sé si el resultado de las recientes elecciones alemanas, en las que el importante triunfo de la derecha –curiosamente más significativo en la antigua Alemania Oriental, la paradójicamente conocida como Democrática, DDR– y el centroderecha han puesto a la socialdemocracia en el sitio que sus reiterados desvaríos y fracasos merecen, dejará ver un cambio real de tendencia en la buenista y “acogedora” Europa que denunciaba Vance en su ya repetido discurso. Si no, más vale que el censurado orador suceda a su presidente al frente de los EE. UU. dentro de cuatro y ocho años y continúe y complete la recuperación del sentido común que tanto se echa en falta en la cada día menos cristiana Europa.
Antonio De la Torre, licenciado en Geología, técnico y directivo de empresa. Analista de opinión.