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El Camino de Santiago (3ª parte)

Como decíamos en el artículo anterior, “El descubrimiento de las reliquias del apóstol pronto se extendió por una Europa donde el culto a las reliquias se estaba convirtiendo en una obsesión al igual que la necesidad de encontrar un aglutinante que sirviera para expulsar todos los males que se cernían sobre el continente, en especial el Islam”.

No en balde, Santiago «colaborará» en numerosas ocasiones con los reyes cristianos en la Reconquista que se está llevando a cabo en la Península y sus ejércitos combatirán valerosos al grito de «Santiago y cierra España».

Así hoy, en un territorio que otrora perteneciera al Reyno de Navarra, 15 km. al Sur de Logroño se alza el castillo de Clavijo, vigilando los campos donde, según la tradición, tuvo lugar  la aparición del apóstol Santiago, sobre un caballo blanco, en apoyo de las huestes cristianas.

Las primeras peregrinaciones se realizaron entre los fieles de los reinos peninsulares. Concretamente durante el siglo X el Rey Sancho III el Mayor de Navarra, a la sazón rey propietario de Navarra y, por razones de parentesco, regente de la mayor parte de la España cristiana, realizó una serie de mejoras en la ruta que enlazaba con Santiago con el objetivo de dotar de mayor seguridad a los peregrinos.

Entre esas mejoras encontramos la construcción de las primeras hospederías y monasterios. Esa etapa de seguridad finalizará con las temibles ofensivas de Almanzor, quien alcanzó incluso la capital compostelana y se llevó las campanas de la catedral hasta Córdoba a hombros de cautivos cristianos.

Avanzado el siglo X aparecen registrados los primeros peregrinos franceses. Ya podríamos hablar de un verdadero Camino de Santiago constituido por el llamado Camino Francés. Dos accesos procedentes de Canfranc y Roncesvalles se unen en Puente la Reina, que debe su nombre al puente construido a instancias de nuestra reina doña Mayor para que los peregrinos cruzaran el río Arga.

Desde esta villa un solo camino avanza cruzando el norte de la Península Ibérica hasta su etapa final en la catedral compostelana.

En el año 951 Gotescalco, obispo de Puy, se presentó a visitar la tumba del Apóstol Santiago marchando a la cabeza de una comitiva de «jacquets». Este fue el primer testimonio de una peregrinación procedente de Francia que aparece recogido en un manuscrito redactado por el monje Gómez de la abadía riojana de San Martín de Albelda.

Pero será en el siglo XI cuando se produzca el mayor auge de las peregrinaciones jacobeas, procedentes de todo el mundo conocido. El éxito de las peregrinaciones debemos buscarlo en las numerosas hospederías, hospitales, monasterios y abadías que pone en marcha la Orden de Cluny, dotando de mayores «comodidades» al peregrino.

Otro de los promotores de las peregrinaciones será el obispo compostelano Diego Gelmírez, quien consigue que en 1095 el Papa Urbano II traslade la sede episcopal desde Iria Flavia a Compostela, con categoría de «sede apostólica» al igual que Roma. Gelmírez será a la vez el promotor de la construcción de la catedral tal y como la conocemos en la actualidad. Con ello, Compostela, Roma y Jerusalén se convertirán en los tres centros más importantes de peregrinación cristiana.

A pesar de todas estas mejoras, la inseguridad continuaba siendo una de los principales problemas de la peregrinación por lo que se puso en marcha la Orden Militar de Santiago -en Cáceres durante el año 1170- cuyo objetivo sería defender a los peregrinos de los numerosos peligros que les acechaban en las rutas, especialmente por culpa de los bandoleros.

¡Qué gran resonancia guarda esta orden con la que en 1119 fundaron nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payens tras la Primera Cruzada y a la que el abad del Cister San Bernardo de Clarabal, Doctor de la iglesia, denominó “La Nueva milicia Templaria” y dotó de una regla inspirada en la de San Benito

El siglo XII manifestó un nuevo desarrollo de las peregrinaciones precisamente cuando el Papa León III comunicó el descubrimiento de las reliquias a los Obispos de todo el mundo. En cambio en la centuria siguiente inició cierto declive aunque durante toda le Edad Media el número de peregrinos fue muy elevado.

Los peregrinos de una misma comarca partían en grupo para defenderse mejor de los peligros, realizando el viaje en una época en la que la climatología era más favorable o las ocupaciones habituales de los ciudadanos mucho menores. Antes de iniciar la peregrinación, confiaban los bienes a un monasterio cuyo abad entregaba al peregrino el bordón, la calabaza, el rosario y la escarcela.

El viaje duraría el tiempo que el peregrino deseara. Para fomentar los viajes estaban exentos del pago de peajes, portazgos, pontazgos y cubiertos de la rapacidad de alcaldes, señores, mesoneros y ladrones. El peregrino era respetado y protegido tanto por la sociedad como por las autoridades.

El papel desempeñado por el Camino sería fundamental para los reinos españoles y para Europa ya que se producirá un fluido intercambio cultural, espiritual, económico, artístico, político o institucional entre las diferentes zonas por las que transita el camino.

El arte románico en primer lugar y el gótico después penetrarán gracias al camino. Incluso los inmigrantes procedentes de Europa que se asentaban en España -llamados genéricamente francos- llegaban a través del Camino. No en balde, vuelvo a repetir, en reconocimiento de su trascendencia histórica y artística, el Consejo de Europa ha conferido al Camino de Santiago la calificación de Itinerario Cultural Europeo en la Declaración de Santiago del 23 de abril de 1987.

Me voy a centrar, a continuación en esos elementos religiosos que están inmersos en el Camino de Santiago y que tantas veces se olvidan quedándonos solamente en los aspectos culturales que aún siendo importantes no son lo principal. Así, según las estadísticas, el Camino fue hecho en 2009 por unos 52.500 peregrinos: por origen, 23.500 españoles y 29.000 extranjeros; por sexos 31.200 hombres y 21.300 mujeres; y por motivos sólo unos 14.500 por motivos religiosos, frente a unos 21.000 por motivos espirituales o a unos 16.500 por motivos culturales.

Pedro Sáez Martínez de Ubago, historiador

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