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Incendios forestales: ¡Qué no nos pille el «pyro»

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De manera recurrente, el fuego (en griego clásico, “pyro”) ha vuelto a estar de actualidad y no solo en el monte, sino también en zonas urbanas.

Antes de centrar nuestra atención en el monte de Navarra, quiero dejar bien claro que para nosotros, los biólogos, el monte es fuente de riqueza, más allá de su productividad, del dinero que genera, puesto que el monte nos aporta además valores intangibles e inmateriales, como su contribución a la descontaminación atmosférica, al mantenimiento de la biodiversidad, a posibilidades diversas de ocio, a sus bellezas paisajísticas,…

Ciertamente, las condiciones socioeconómicas generales de estos tiempos en Europa tienden a favorecer los incendios forestales. Así, la supresión del pastoreo debido a la intensificación de la actividad ganadera así como la reducción de la extracción de leña debida al despoblamiento rural dan como uno de sus resultados la acumulación de combustible en nuestros montes. Además, el éxodo rural conlleva el abandono de campos de cultivo y la consiguiente invasión de estos por parte de especies arbóreas y arbustivas.

También el cambio climático, de ámbito planetario, contribuye a una mayor incidencia de los desastres naturales y de los que tienen origen en nuestra especie. El desastre que representa el fuego en el monte tiene ambos orígenes.

Avanzando un poco más hacia nuestra realidad forestal, conviene tener en cuenta la regla nemotécnica, de datos climatológicos, del 30-30-30. La Dra. Rita Cavero Remón, bióloga y profesora de la Universidad de Navarra, señala que el riesgo de incendio aumenta significativamente cuando la humedad relativa del aire es menor del 30%, la temperatura del aire supera los 30 ºC y el viento supera los 30 Km/h.

Hechas la anterior exposición del marco en el que se encuadran nuestros montes y la citada regla nemotécnica, toca fijar el foco en el monte navarro al sur de las sierras de Alaiz y del Perdón. En lo que sigue, me olvido de los territorios situados al norte, de vegetación atlántica y de montaña, dado que su riesgo de incendios forestales es bajo o muy bajo; dicho lo inmediatamente anterior, no me olvido del importante  incendio forestal, de 1989, sufrido en la comarca de Bortziriak (Cinco Villas).

Pues bien, al sur de las sierras de Alaiz y del Perdón, durante gran parte del año se cumple lo prescrito por la regla del 30-30-30 ante citada, por lo que el riesgo de incendio de sus montes es muy elevado, ya que los vegetales sufren elevado estrés hídrico, tanto en sus tejidos leñosos como foliares.

El pino carrasco o pino alepo (Pinus halepensis) y la carrasca (Quercus ilex subsp ballota) son las especies arbóreas dominantes de estos montes. Ambas especies están adaptadas al fuego, ya que las piñas lo necesitan para abrirse y diseminar los piñones, mientras la carrasca tiene un elevado número de brotes durmientes en su tronco, que se activan después de sufrir un incendio. Ahora bien, esta adaptación al fuego deja de ser eficaz para la supervivencia de ambas especies arbóreas si este se da con demasiada frecuencia; en este caso, los bosques de pino carrasco y de carrasca se convierten en matorrales, en los que dominan la jara, el boj, la coscoja,…

Hemos de evitar que nuestros montes ardan como ha ocurrido recientemente en otras partes de España. Para ello, es más importante dedicar recursos humanos y materiales a la prevención de los incendios forestales que a su extinción.  Esta es la orientación de nuestra Ley Foral 13/1990, de 31 de diciembre, de Protección y Desarrollo del Patrimonio Forestal de Navarra y del Decreto Foral 59/1992 que la desarrolla.

Así pues, a modo de conclusión, cualquier política de prevención de los incendios forestales ha de tener en cuenta, como mínimo:

1 – La potenciación de las Agrupaciones de Defensa Forestal, como medida de impulso a la participación e implicación de los afectados directísimamente por los incendios forestales.

2 – El desarrollo y aplicación del conocimiento científico-técnico relativo a las especies vegetales a proteger y de las variables ambientales que concurren en el monte.

3 – A la luz de lo anterior, el desarrollo de una Silvicultura preventiva, en la que tenga un importante peso específico la creación de mosaicos de vegetación, con distintos índices de combustibilidad, a modo de cortafuegos naturales. Estos cortafuegos naturales deben ser complementados con cortafuegos artificiales.

4 – La intensificación de la educación ambiental, sin olvidar en ello a las empresas que han de incidir en el monte para ofrecer sus servicios (energía eléctrica, telefonía, vías de comunicación,…).

5 – El adecuado diseño de áreas de ocio en zonas de monte y su difusión entre los ciudadanos.

Pere Camprubí i García, decano del Colegio Oficial de Biólogos de Navarra

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