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Viaje apostólico.- El Papa en Singapur: pasajes clave de la homilía en el National Stadium

Por la tarde en Singapur, el Papa Francisco ha celebrado la Misa en el National Stadium del «Singapore Sports Hub». Más de 50.000 fieles presentes le han aclamado con cantos y aplausos mientras el Pontífice, en golf-cart, ha dispensado bendiciones, rosarios y caricias a los más pequeños. El sonido de las campanas registradas a todo volumen ha anunciado el inicio de la celebración, que se ha desarrollado íntegramente en inglés salvo la homilía, que el Papa ha pronunciado en italiano. A continuación, los principales pasajes:

En el origen de estas imponentes construcciones, como en el de cualquier otro proyecto que deja una huella positiva en este mundo, no está en primer lugar, como muchos piensan, el dinero, ni la técnica, ni siquiera la ingeniería -todos medios útiles-, sino en definitiva el amor, “el amor que construye”.

Quizás alguno pudiera pensar que se trata de una afirmación ingenua, pero si lo reflexionamos detenidamente, no es así. De hecho, no existe una obra buena detrás de la cual no haya, tal vez, personas brillantes, fuertes, ricas, creativas, aunque sean siempre mujeres y hombres frágiles, como nosotros, para los cuales sin amor no hay vida, ni impulso, ni razón para actuar, ni fuerza para construir.

Si algo bueno existe y permanece en este mundo, es sólo porque, en múltiples y variadas circunstancias, el amor ha prevalecido sobre el odio, la solidaridad sobre la indiferencia, la generosidad sobre el egoísmo. Si no fuera por eso, aquí nadie habría podido hacer crecer una metrópolis tan grande… Nada que sea perdurable nace y crece sin amor.

A veces la grandeza y la imponencia de nuestros proyectos pueden hacernos olvidar esto, engañándonos al pensar que podemos ser los autores de nosotros mismos, de nuestra riqueza, de nuestro bienestar, de nuestra felicidad; sin embargo, al final la vida acaba por devolvernos a la única realidad, la de que sin amor no somos nada.
En la raíz de nuestra capacidad de amar y de ser amados está Dios mismo.

Más allá de lo maravillados que nos sentimos ante las obras creadas por el hombre, nos recuerda que hay una maravilla todavía más grande, que hay que abrazar con admiración y respeto aún mayores. Se trata de los hermanos y hermanas que encontramos cada día en nuestro camino.

El edificio más hermoso, el tesoro más precioso, la inversión más rentable a los ojos de Dios somos nosotros, hijos amados de un mismo Padre, llamados a su vez a difundir el amor.

Esto lo podemos constatar en numerosos santos. Y quisiera mencionar a dos de ellos: La primera es María, cuyo Dulce Nombre celebramos hoy ¡En cuántos labios su nombre ha aparecido y aparece en momentos de alegría y de dolor! Y esto sucede porque en ella vemos el amor del Padre manifestado en una de las formas más bellas y totales: la de la ternura de una madre, que todo lo comprende y perdona, y que nunca nos abandona.

El segundo es un santo muy querido en esta tierra, que encontró aquí hospitalidad muchas veces durante sus viajes misioneros. Hablo de san Francisco Javier. De él nos ha quedado una hermosa carta dirigida a san Ignacio y a los primeros compañeros, en la que expresa su deseo de ir a todas las universidades de su tiempo «dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, […] a los que tienen más letras que voluntad», para que se sientan impulsados a hacerse misioneros por amor a sus hermanos. AGENZIA FIDES

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