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Un gran pueblo, si tuviera buenos gobernantes

 

Esto fue lo que pensé el pasado domingo 28, por la noche, cuando conocí los resultados de las elecciones municipales y autonómicas, en las que el Partido Popular se puede decir que arrasó y se llevó el gato al agua en la mayoría de las regiones y ciudades importantes.

Me vino a la cabeza, entonces, la frase dirigida a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, cuando iba camino del destierro al que lo enviaba Alfonso VI, “Dios mío, qué buen vasallo si tuviese buen señor”. Y me pareció oportuno tomarme la licencia de parafrasearla, ante el buen comportamiento del pueblo español en las urnas, que volvió a dar muestras de no haber sido ajeno al esperpento de los últimos cinco años –el pasado jueves los hizo– de desgobierno. Especialmente el de los tres y medio últimos, en los que el presimiente PinócHez reeditó el frente popular de la triste Segunda República, con aquellos que le iban a quitar el sueño. Y, no contento con ello, este narcisista personaje, falso donde los haya y con su puntito de psicopatía, como bien documenta Rosa Díez en su último libro, Caudillo Sánchez, puso el Estado, por su continuidad en el cargo (y sus prebendas), “en manos de los que lo iban a romper”, ERC y BILDU. Así, hasta ganarse el apelativo de Gobierno Frankenstein, como pasará a la historia su tinglado, el peor que se ha conocido en España, al menos desde la modélica Transición.

No voy a repetir los resultados que toda la prensa publicaba en la mañana del lunes, aunque dejaré después alguna reflexión general sobre el aplastante triunfo azul en algunas plazas y la euforia verde que, en boca de su fanfarrón presidente, Santiago Abascal, se postulaba ya como soporte indiscutible de los gobiernos populares: “No vamos a regalar nada”, en aquellas en las que el triunfo no fue por mayoría absoluta, pero sí suficiente, al estilo Madrid-21, como para poner en un  brete a VOX si se le ocurre alguna mala tentación.

Pero antes de continuar con esa, a mi juicio, necesaria reflexión, es obligado hacer un paréntesis para adaptar el guion al acelerón dado al redundante título de mi último artículo que, al menos en eso, sí salió completo. Al final, la campaña autonómica y municipal, como apuntaba, se convirtió en “precampaña de la auténtica Campaña”, con mayúscula, que se adelanta unos meses al final de año previsto y repetido no pocas veces por Pedro Antonio Narciso Falconeti que, hasta en eso, ha vuelto a mentir. Así, en una nueva comparecencia en solitario y sin preguntas, nos comunicaba en la mañana del lunes su decisión, sin duda calculada, del adelanto electoral. Cobardeando en tablas, como siempre, fue incapaz de dar la cara tras su derrota, suya principalmente, porque es lo que pasa por querer ser protagonista de todo y decidir a su antojo los responsables municipales y autonómicos. Y, para taparla, y también para restar protagonismo a los vencedores, se saca de la chistera otra decisión personal, sin duda fruto, como decía, de su maquiavélico cálculo para intentar continuar como sea. Porque la convocatoria y, sobre todo, la fecha, 23 de julio, no han sido improvisadas. Su fiel José Félix Tezanos, nos obsequiaba con sus mentirosas encuestas, pagadas con dinero público para mayor escarnio, pero a su jefe no tengo duda de que le pasaba la realidad de lo que se cocía. Otra cosa es que el resultado haya sido incluso peor de lo que vaticinaba el CIS y, por eso, con nocturnidad y alevosía, en su línea, aceleró lo que ya tenía previsto en ese caso. Una decisión que ha dejado fuera de juego a Europa y buena parte del mundo occidental: “Un temerario y autócrata Sánchez, dispara su última bala”, titulaba The Times, mientras, The Wall Street Journal, no era menos contundente: “Los votantes están más preocupados por el extremismo de la izquierda española”.

El “psicópata, maquiavélico y narcisista” –la “triada oscura” que, según la citada Rosa Díez, define la personalidad del doctor Plagio cum Fraude–, se despachaba ante sus diputados y senadores, después de su derrota, con un discurso leído y con tan poca convicción como capacidad de convencimiento, forzando un aplauso final de sus huestes con un “Vamos a ganar las elecciones el 23 de Julio”, que tampoco pareció muy convincente. Tirando de lo que ha sido el mantra socialista durante este quinquenio, no faltó el ataque a la oposición. Comparaba a Alberto Núñez Feijóo con Bolsonaro o Trump: ”Sus maestros lanzaron una turba contra el Capitolio” y dijo también, desde su característica prepotencia, que “Lo único que sabemos es que pretenden, como dicen ellos, derogar el sanchismo”. Y se adornaba después, con su conocida chulería de gallito de barrio: “No son muy explícitos a la hora de explicar lo que significa derogar el sanchismo”. Una invitación que no desaprovechó el líder de la única alternativa posible al frentepopulismo, como se vio en las pasadas elecciones, que dejaba esa explicación que echaba en falta –tal vez demasiado medida–, que transcribo íntegra porque, aunque incompleta, me pareció relevante: “Entre las mentiras o la palabra, la palabra; entre presumir o resolver, resolver; entre violadores o víctimas, víctimas; entre los corruptos o la política limpia, la política limpia; entre los okupas o la legalidad, la legalidad; entre los insultos o el respeto, el respeto; entre la asfixia fiscal o menos impuestos, menos impuestos; entre el empobrecimiento o los avances, los avances; entre la inflación o el progreso, el progreso; entre el independentismo o la unidad, la unidad; entre Podemos o los intereses generales, el interés general; entre BILDU o la dignidad, la dignidad; entre el PSOE o la calidad democrática, la calidad democrática; entre el sanchismo o España, ESPAÑA”. Pudo, a mi juicio, haber sido mucho más explícito el presidente del PP, con algunas precisiones más. Por ejemplo, y sin ánimo de ser exhaustivo: “frente a la mediocridad educativa de la LODE, LOGSE y LOMLOE, una ley estatal de educación, única, basada en la excelencia, el esfuerzo y el mérito”; “frente a la politización de la Justicia, separación auténtica de poderes”; “frente al actual sistema de reparto, modificación de la Ley Electoral para  evitar que los votos de los partidos nacionalistas tengan un mayor valor que los de los partidos de ámbito nacional”; “frente a las listas cerradas, a dedo, elección de candidatos por su currículum profesional”; “frente al abuso de empleo público, modificación de la Ley de Función Pública, coordinada a nivel nacional, para acabar con el clientelismo”; “frente a la duplicidad y triplicidad de funciones, análisis pormenorizado y reestructuración de las administraciones, estatales, autonómicas, municipales y diputaciones”; “frente a la alegría de transferencias concedidas a las autonomías, recuperación por el Estado de las competencias de Educación, Sanidad, Justicia, Economía y Hacienda, dejando a las autonomías, sólo, responsabilidad de gestión”; “frente al oscurantismo ante el atentado del 11-M, transparencia, caiga quien caiga”, porque, los españoles, sí estamos “preparados para saber la verdad”, Sr. Gómez Bermúdez… Por no hablar de la inutilidad del Senado, en su función actual; del número de diputados, centrales y autonómicos, asesores, vehículos y empresas públicas innecesarias, etc., etc. Esto, y algunas cosas más, le pedía a su antecesor popular, Mariano Rajoy, cuando parecía que le llegaba su hora, en 2011, y le recordaba en 2015, después de decepcionarnos a muchos españoles en sus primeros cuatro años de gobierno.

No faltaron las voces, poco convincentes también, de la corte sanchista, encabezada por la portavoz del partido, Pilar Alegría, esa “alegría de la huerta” que, para más inri, es ministra de lo que no exhibe mucho, Educación –y no me refiero solamente a lo formal–: “Lo que está sucediendo en Brasil, en EE. UU., aquí… en Hungría o en Italia. Y hay que comprobar si esa ola de la ultraderecha ha llegado también a España… y, desde luego, lo que este partido quiere es ser ese dique de contención…”, de la derecha, claro, que no del filoterrorismo o del nacionalismo. Ni, tampoco, la del socio Arnaldo Otegui que nunca miente en esto y, ante el postureo mentiroso de PinócHEZ, no se ha reprimido: “Creen que la gente es boba, llevamos cuatro años juntos”.

Vuelvo brevemente a lo que dejaba pendiente en mi tercer párrafo, sobre el pretendido papel de fuerza que VOX querría jugar, sacando partido de unos resultados no tan exitosos como quiere vender su líder. Cierto que han crecido en número de concejales, lo cual no era muy difícil teniendo en cuenta el suelo del que partían hace cuatro años, pero sus 1’6 millones de votos representan realmente poco más del 7% del total de votos municipales. Y sólo ganan, o empatan, en número de concejales, en 33 muy pequeños municipios, de los 8.125 que existen en la geografía española, un pobre 0’4%. De ellos, sólo uno con más de 7.000 habitantes, Náquera (Valencia); cuatro, entre 2.000 y 1.000, uno de ellos Puente de Génave (Jaén), el único municipio de Andalucía (todo un síntoma que precisamente donde, sorprendentemente, emergieron después de cuatro años de agonía y de la llegada, meses antes, de Pedro Sánchez a Moncloa, sólo hayan destacado en un pequeño pueblo); dos, entre 900 y 500; once, entre 375 y 100; diez, que superan los 50 sin llegar a 100 y, finalmente otros cinco en los que habitan entre 43 y 17 vecinos (28 de 33 con menos de 900 habitantes) . Es decir, sus escasos “triunfos”, o empates, se localizan en pequeños municipios de la España casi vacía –principalmente de Castilla y León (otra curiosidad que podría ser merecedora de análisis)– en la que los líderes del PP no superaron, seguramente con razón, el cabreo por el desencanto con Rajoy y tiraron de sus pocos amigos y/o convecinos.

Me despido por hoy, aunque seguramente habrá que volver sobre el tema por eso de que el “divide y vencerás” –recordemos aquellas ficticias “tres derechas” que algunos defendían– que propició, en parte, la llegada del sátrapa y sus socios, no vuelva a favorecer a los enemigos de España. Si el objetivo de VOX es el que la mayoría de los españoles hemos demostrado hace una semana en las urnas, echar al, posiblemente, mayor felón de la Historia de España, que lo demuestren apoyando sin condiciones –tiempo habrá para hacer oposición– a la única alternativa que puede conseguirlo (si no cumplen, ya los castigarán las siguientes urnas, como hicieron con Rajoy, y ¡pobre España!). Pero si el objetivo es ocupar algunas consejerías o cierta presencia municipal, “entonces hablamos de otra cosa”. Y recuerdo un titular que publicaba El Economista, no muy sospechoso de ser amigo del PP, “Abascal rechaza integrarse en la propuesta de España Suma”, la que ofreció Pablo Casado (por dos veces, en 2019) a él y a Albert Rivera, cuando aún no se pensaba que podría suicidarse intentando acabar con su, posiblemente, mayor acierto, si no único, de su tan breve como triste etapa de protagonismo político. Pero me temo que los verdaderos objetivos de Abascal son su propio protagonismo y su venganza personal del Partido Popular, que lo dejó sin puesto e ingresos después de su triste paso por sus filas en sus veinte años de militancia, en los que me parece que dejó muy poco poso.

Antonio De la Torre,  licenciado en Geología, técnico y directivo de empresa. Analista de opinión.

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