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¡Illa, Illa, Illa, un ministro “maravilla”!… o una vuelta a la Oposición “maricomplejines”

Seguramente alguien me dirá que no es bueno insistir con lo que no veo bien en lo que más se acerca a lo que medio me representa en el parlamento y opinará que es mejor cerrar los ojos, al estilo de la izquierda, y comprar y apoyar siempre el mensaje del líder “infalible”, pero entonces no sería yo y me traicionaría a mí mismo. Además, sé que mis potenciales lectores no son menos críticos que yo y saben que lo hago desde mi mejor voluntad e intención, aunque sirva de poco y haga que alguno me pregunte que “en qué mundo vivo”. Obviamente en este, pero con la inútil esperanza de que el sentido común alumbre alguna vez. Ya sé que la realidad es la que es y que posiblemente nos encontremos ante un nuevo cambio de época, esta vez sin Bárbaros del Norte ni revoluciones o guerras, sino con otra clase de “bárbaros” que ahora parecen venir del Este, en forma de poder amarillo disfrazado de virus COVID 19, natural o manipulado, y en buena parte del Sur más cercano, África, que sólo sirvió -y muchos quieren que siga sirviendo- para obtener recursos, humanos, en forma de esclavos en otros tiempos o mano de obra barata -que no deja de ser otra forma de esclavitud- hoy, minerales o vegetales y, por qué no decirlo, de ese otro Sur más occidental que el legado hispánico, pese a sus muchos aciertos en otras cosas, no lo tuvo en asentar unas bases y principios firmes que la degeneración de las monarquías sucesoras empezaron a perder al final del Siglo XVI, tras la muerte de Felipe II, ese Rey con el que en España no se ponía el Sol, que el cultísimo Pedro Sánchez citaba hace poco en el Senado como Jefe del Estado Español.

Dicho lo anterior, sigo creyendo que, con sus defectos, limitaciones en sus medidas y todo lo criticable que sea digno de ello, hoy por hoy, el Partido Popular de Pablo Casado -por si alguien no se había dado cuenta de que me refería a ellos- es la única alternativa que existe al socialcomunismo, en el espectro parlamentario -ya sé que es triste conformarse con el mal menor, pero llevo haciéndolo muchos años a falta de nada mejor- en esta España que, como decía Miguel de Unamuno, tanto nos está doliendo a muchos que hemos conocido otra, criticable sin duda pero inimaginable quizás para los nacidos a partir de la segunda mitad de los sesenta que ya han sido “víctimas” en mayor o menor medida de la degeneración que la cada día más devaluada Educación hace de sus dos principales valores, esfuerzo y mérito, y viene “produciendo” en sus dos vertientes de “profesores” y “padres”, que entrecomillo porque cualquier parecido con lo que muchos conocimos bajo esos conceptos, es pura coincidencia con la inmensa mayoría de hoy.

Hace un par de semanas, me permitía la osadía -lo calificaba así- de aconsejarle al Presidente del PP que tuviera cuidado con las “amistades peligrosas” heredadas, que le podían “restar más que sumar” en su legítimo objetivo de llegar a la Presidencia del Gobierno porque, en buena parte por su causa, aparecieron partidos políticos que poco han ayudado a España, sino que han venido precisamente para acabar con un sistema que una mayoría de españoles votaron en 1978. Hay que saber con quiénes se enfrenta uno y contar con personas que puedan contrarrestar la falta de escrúpulos del rival con recursos y argumentos contundentes en su fondo y en su forma, tratando de convencer de que es posible creer que se va a cambiar de una vez lo que se debió haber cambiado hace mucho tiempo, algo que es imposible de vender bien si lo hacen los mismos que, como digo, por acción o por omisión -en lo que más cayó el PP para muchos de los que lo votamos- traen causa en no poco de lo sucedido. Ya sé que el fenómeno es mundial, pero que no quede por nosotros denunciar lo que haga falta.

Y en esa línea crítica, no puedo pasar por alto la comparecencia del jueves de la vicepresidente del Congreso, Ana Pastor Julián -no confundir con la Ana Pastor, dicen queperiodista”, cuya crítica no cabría en un libro-, para defender el apoyo del PP al Real Decreto Ley de la muy mal llamada “Nueva Normalidad”, que no pretende ser otra cosa por parte de sus promotores que la introducción “con vaselina” del Nuevo Orden Mundial de Georges Soros y sus socios, con la Agenda 2030 como fondo, de la que hasta nuestro Monarca me parece que ha lucido su insignia en su solapa alguna vez. Pese a haber tenido una intervención acertada, dentro de su natural perfil plano, me parece que fue carente de toda posibilidad de convicción dada la media del posible oyente. Creo que el PP tiene mejores diputados, con discurso más eficaz. Doña Ana, desde mi aprecio y reconocimiento, creo que debería terminar su ciclo político aunque tiene demasiado nivel para lo que hay en el hemicirco y para el común del españolito que ni entiende su verbo ni su cortesía parlamentaria, en el hipotético caso de escucharla. De hecho, me temo que cayó en saco roto el gran calado de su exposición, que remató agradeciendo el “trabajo” del ministro Salvador Illa, que en ningún momento estuvo a la altura de los acontecimientos, ni en previsión ni en medidas. Está más que demostrado que llegó a ese ministerio -con cartera pero sin contenido- para otro cometido político y no para gestionar lo poco que quedaba de competencias sanitarias ni mucho menos semejante imprevisto. Le sobró a la señora Pastor la cortesía de dedicarle un “Creo que no ha sido por mala fe”, puesto que en algunos fue evidente que la tardanza en reaccionar se debió a que había que esperar a que la chusma podemita y socialista saliera a festejar el 8 Morado, aunque al menos le dijo suavemente -no fuera que se ofendiese- que “en buena parte no han acertado” -¿acertaron en algo?- y casi le acaba pidiendo perdón. Tal vez fuera para agradecer el detalle del susodicho ministro cuando dijo a los populares hace unas semanas en el Senado “Agradezcan a sus ministras Ana Pastor y Ana Mato, por la creación de Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CECAES) y el nombramiento como director de Fernando Simón” -otro que no dio una a “derechas”, pese a deberle el puesto-.

También, a mi juicio, y por razones similares a las citadas más arriba y en el artículo al que me refería antes, sobraba la exhibición en el arranque ayer de la campaña gallega, de un Mariano Rajoy, ya amortizado y que, sin ánimo de entrar en polémicas ni detalles, a un buen número de votantes del PP y de los tres millones que dejaron de votarlo y optaron por VOX -el resto de los votos verdes estaba de siempre en la abstención, añorante de lo que se fue-, dista mucho de aportar el más mínimo efecto de recuperación. Si no se dan cuenta de eso y aunque estén condenados a entenderse, mal lo tienen. Hay que recuperar ese voto del descontento, porque siempre será mejor para el PP si VOX tiene un millón que si sigue con cerca de cuatro, lo que no va a cambiar mucho con el discurso bajo de muchos de sus parlamentarios. Contentar a unos pocos cabreando a muchos, no es buena táctica, o será que tengo la mala suerte de conocer a más de los segundos que de los primeros.

Y cuidado también con el IBEX y con alguno de esos “amigos” que el exministro Rafael Catalá está reclutando para ese Centro Español de Mediación, como el que fuera también ministro de Justicia con el “misterioso” y nuevo interlocutor, ZParo, Francisco Caamaño, al que algunos malvados han relacionado con la Gran Logia Masónica de España.

Antonio de la Torre, licenciado en Geología, técnico y directivo de empresa. Analista de opinión

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