Este verano se cumplió un aniversario redondo, tres décadas. Desde el ingreso de España en lo que entonces era la Comunidad Económica Europea; con tal motivo se han publicado algunos trabajos que valoran los cambios que han tenido lugar desde entonces en la economía y en la sociedad española. Me ha parecido interesante y serio el que lleva a cabo el Centro Económico y Social (CES) con el título: ‘Treinta años en Europa: Un balance positivo que exige profundas reformas’; también yo creo positivos los años de andadura comunitaria y considero acertado en general el trabajo del CES.
Paradójicamente, en sentido contrario se ha producido un cambio radical en la opinión de los españoles y hemos pasado desde la alegría con que se recibió la adhesión y se vivieron los primeros años, al estado actual de fuerte contestación a todo lo que representa la Unión Europea.
¿A qué se debe ese estado de ánimo? Quizá la mayor parte de los euroescépticos son poco conscientes de lo que ha supuesto para España y para cada una de las Comunidades Autónomas dicho ingreso, quizá han sufrido mucho con la última crisis, quizá una mezcla de todo ello. No puedo extenderme en el análisis, que otros han realizado con agudeza. Pero quienes vivimos aquella experiencia, desde la Universidad en mi caso, sabíamos la trascendencia del acto y mantenemos la creencia de que fuera de Europa habríamos estado mucho peor.
Hace treinta años se trataba de apuntalar firmemente la democracia, que aún daba sus primeros pasos con algún titubeo, y eso se ha logrado. Es cierto que aún hay carencias, pero tenemos una democracia homologable con la de los países del continente, a pesar de los empeños de algunos por denigrar lo conseguido.
Se trataba también de formar parte de un club de países de economía abierta y solvente, países avanzados, y fuimos uno más, algo que nos parecía impensable pocos años antes. Por eso a muchos de mi generación nos sorprende el sentimiento hostil ante lo europeo que se ha agudizado a partir de la última crisis, porque se ha deslucido el indudable logro económico.
Ha habido en estos treinta años algunos episodios de ‘más Europa’, de avanzar en la construcción del proyecto inicial. Uno de ellos ha sido el Acuerdo Schengen, que ha facilitado considerablemente los desplazamientos en ese espacio. Más reciente ha sido la participación española en la creación de una nueva moneda, el euro, formando parte de la UME desde su creación como miembros fundadores del euro, también algo impensable unos años antes.
La economía española es hoy una economía muy abierta, tiene una mejor asignación de los recursos productivos, lo que ha vuelto más eficaz todo el proceso. Es verdad que durante la mayor parte de estos años ha habido una relativa estabilidad de los precios y hemos podido importar lo necesario; tanto la oferta como la demanda han podido acceder a mercados más amplios y todo ello ha sido un impulso a la base productiva (Adam Smith dixit).
Si se piensa un poco, nos hemos beneficiado -y mucho- de la solidaridad europea a través de los fondos estructurales. Es bien visible la transformación del sector agrario en la mecanización e informatización, en el valor añadido de la producción, en la calidad, diversidad y presentación de los productos o en el nivel de vida de la población ocupada que, desde luego, es el aspecto más positivo y consecuencia en parte de todo lo anterior.
El Informe que menciono arriba contiene algunos datos que proporcionan una buena idea de los logros. La renta por habitante era el 72 % de la media en 1986 y en 2007 alcanzó el 105 % de dicha media. Hay que añadir que a partir de ese año el promedio se ha deteriorado y en 2015 fue el 98 %, una cifra no desdeñable, sin embargo, si se la compara con la inicial.
España tiene una buena red de infraestructuras y de servicios públicos, con mejora del estado de bienestar, desde la sanidad a la educación, desde las pensiones a la cobertura en situaciones de dependencia; todo ello sin duda mejorable, dado que ocupamos puestos nada envidiables en el concierto educativo mundial.
La población española ha aumentado en 8 millones de habitantes, bien es verdad que en gran medida proceden de la inmigración, pero eso es consecuencia de que España se ha convertido en un país atractivo, con buenos servicios públicos y calidad de vida. A pesar de la elevada cifra de paro, se crearon 7 millones de empleos.
Desde luego, no todo son campanas al vuelo; la reciente crisis ha puesto de manifiesto disfunciones y problemas en el modelo productivo, no solamente el español, aunque aquí tengan un mayor alcance. Lo positivo es que los errores se están corrigiendo, en gran medida con recetas de ‘más Europa, mejor Europa’. Este es el mensaje que quisiera dejar como síntesis de estos treinta años de España en la Unión Europea.
Elvira Martínez Chacón, Profesora Emérita de la Universidad de Navarra, área de Economía
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