Entre las singularidades que atesora la catedral pamplonesa se encuentran varios capiteles y una ménsula sobre tauromaquia; datan hacia 1330. De la misma manera, se conserva un documento ya de 1385 sobre una corrida en Pamplona. Con Hernán Cortés fueron astados navarros hasta América para fundar el hierro de Atenco, el más antiguo del mundo. Añado que el afamado varilarguero y rejoneador del XVIII,
Joséf Daza, dejó una frase usada luego en una magnífica película:»…los ven tan menudos que les llaman los torillos de Navarra; después, con el escarmiento,los llaman Señores Toros».
París tuvo tres ruedos: el construido junto a la torre Eiffel para la Exposición Universal de 1889 ;el más longevo, en lo que hoy es la pista central de Roland Garros, que «les parisiens de toute la vie» aun llaman Les Arenes; y un tercero dedicado a festejos landeses. Pero allí se toreo antes.
El Conde de Aranda en la historia tiene fama de previsor: véase el aviso al rey Carlos sobre las nefastas consecuencias de apoyar a los independentistas de Estados Unidos. Siendo embajador en Francia entre 1773 y 1787, tuvo polémica con varios aristócratas locales, disputando sobre nuestra fiesta nacional. Entonces tomó la decisión de montar una corrida en la Ciudad de la Luz. Manos a la obra, encargó diez toros andaluces. Sin embargo, llegaron del viaje en tal mal estado que, tras lucir sus habilidades ante ellos un tal monsieur Laplais, los nobles franceses, ufanos, lanzaron crueles mofas.
¡Bueno era el conde aragonés! Tozudo, volvió a la carga, e hizo traer en esta segunda ocasión toros de Tudela, sin duda del hierro Guenduláin, y otros de Ejea de los Caballeros. Amén de que todos ellos pastaban algo menos lejos de París, ordenó los acompañase convoy con hierba de aquellos sotos para alimentarlos. Y aún tomó otra disposición, pero esta la guardo para el final.
Ya en aquella capital, saltó al ruedo el primer cornúpeta. El citado Laplais compareció tranquilo, por ser animal más chico que los de la anterior fecha. Enseguida descubrió su error ante la acometividad, fuerza y rapidez para revolverse del colorado. Tragalón, voltereta y corriendo a tomar el olivo.
Manifestaron los galos al diplomático maño que aquello era imposible de lidiar; sonrió el noble:
¿Ah sí? Ahora veréis, eso lo torean hasta mis lacayos.
A su señal fueron acudiendo los criados frente a las reses, pudiéndolas y dándoles muerte. Sobre la estupefacción de los parisinos cayeron los burlas y sarcasmos del español.
El avispado Aranda había hecho venir también, camuflada bajo las libreas, una cuadrilla de expertos lidiadores navarro-aragoneses, duchos en la pelea con aquellos toros de la tierra.
Lo dije, ¡bueno era el conde! Y previsor.
Jesús Javier Corpas-Mauleón