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Mariposas

Una asociación conservadora de los lepidópteros anda embarcada en la promoción de “oasis” (sic) para ellos por toda nuestra España, donde habitan más de siete mil especies; doscientas cincuenta diurnas, que son las que más cariño suscitan (os conozco, piratillas). La tarea consiste en cultivar un espacio con las flores más propicias. Con ese fin, a finales de octubre abrieron uno en la localidad de Acedo. Allí mismo van a organizar una exposición en la Casa del Bosque. Cuidado, no les monten una campaña tipo “las estáis enlatando”; hay precedentes, aviso…

También por la merindad de Estella, allá en Sorlada, se celebra el rito de san Gregorio Ostiense. El agua, límpida, normal, sencilla, atraviesa su cráneo hasta salir transformada en protectora de campos y cosechas vía bendición e hisopo.

Las mariposas son necesarias no solo por su colorido (que de pardo, como los gatos, visten las noctámbulas) y grácil vuelo, sino también porque sus libaciones juegan un papel muy importante, con el transporte de polen, para que los nuevos brotes vegetales perpetúen la especie. (Nosotros, cuando cambiamos Pobre de mí por Ya falta menos, también estamos cantando una perpetuación; algo más pedestre, eso sí).

Quizá por eso los griegos las eligieron para representar la eternidad del alma. Y así la proponen en el mito de Psiquis, hermosa muchacha que se enamoró de Cupido sin quemarse, pese a las malvadas jugarretas de Afrodita. Como emblema de la trascendencia del espíritu, grabadas se encuentran en la memoria ancestral de la humanidad. Lo demuestra un fenómeno que estudió la doctora Kübler-Ros. Ella lo comprobó con niños de civilizaciones, fechas muy distintas, razas varias, idiomas diversos y distantes continentes. En vísperas de su muerte, que en muchos casos ignoraban, en paredes de hospitales, gulag, cárceles, asilos, en cartulinas o papeles, dibujaron el fin de la metamorfosis; pintaban esos insectos, ya con bellas alas, saliendo de sus capullos. No se conocían ni nadie les aleccionó; sin embargo, el motivo representado era igual. Dice Sánchez Dragó en La prueba del laberinto, que eso ocurre porque los críos aun recuerdan de donde vienen. Yo no lo sé; sí, que la transformación de la crisálida hasta alzarse en el aire, simboliza la generación de otra existencia. Parecido al renacimiento de la también alada Ave Fénix.

En el Egipto de los faraones la mariposa ya era símbolo de inmortalidad.  Y aquí hago un inciso para indicar que, en esa civilización, los recintos fúnebres se ubicaban siempre a poniente del Nilo; en tanto, las moradas de los vivos se edificaron a la orilla levantina. Y esto ocurría ya que por Oriente, procedencia de los Magos con sus regalos, surge el astro rey. Tras su ocaso en el horizonte occidental, resurge dando luz al nuevo día para triunfar sobre las tinieblas.

Saltemos hasta Semana Santa, Procesión de los Salzillos. Un Nazareno es portado entre auténticas y abundantes cápsulas de la seda; paso al que las gentes de Murcia tienen especial devoción. Es Cristo, que resucitará.

Jesús Gastón, que tenía los ojos verdes sobre una sonrisa diáfana y generosa, fue gente de bien. Hubiera cumplido años cuando se reabrían, siquiera tímidamente, los establecimientos hosteleros que dan aliento a la ciudad. En víspera de la inauguración de las luces navideñas, que incluso anuncian la marcha de este malhadado 2020 con la llegada de otro, (la esperanza aguarda en el fondo del cofre de Pandora).  Por consiguiente, de una nueva conmemoración de san Saturnino y san Francisco Javier. Con todo ello, fecha para animación del paisaje en nuestras hasta ahora desoladas calles.

Jesús, tan relacionado con la Sorlada de san Gregorio (su padre custodiaba la reliquia) y la Pamplona de san Saturnino, se fue tiempo atrás un 19 de julio, recién pasadas unas fiestas de san Fermín, e iniciada la cuenta para las próximas. Era joven para irse. No obstante, estoy seguro que estará viendo y al quite de su familia, desde arriba, con la delicadeza que se debe tratar a las mariposas.

Y es que se marchó como desea Serrat, frente al Mediterráneo. Es decir, por Levante, donde renace el Sol victorioso. Trascendiendo, entre su querida progenie que tan orgullosa lo recuerda (como el total de quienes lo conocieron), en los luceros esmeraldas, bonhomía y sonrisa de una ninfa que se trasformó en Maiteposa.

Jesús Javier Corpas Mauleón, escritor

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