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La manifestación

El pasado sábado una manifestación ha recorrido las calles de una Barcelona golpeada por el terrorismo yihadista. Lo que debía ser un gran acto unitario de repulsa contra la barbarie, se ha convertido en una fuente de disputas y discordias.

Siempre he pensado que este tipo de eventos deberían ser con el protagonismo exclusivo de la sociedad civil, que los dirigentes partidistas deben estar en un segundo plano cediendo a ésta el predominante.

Desde unos días antes ya se preveía que no sería así. Las disputas estériles entre el Gobierno del Estado y la Generalitat lo hacían temer, por eso esa ciudadanía catalana golpeada e indignada, inteligentemente ha cedido “los trastos” y en una parte importante ha decidido no participar en ese circo.

Porque esa ha sido la primera consecuencia: lo que debiera ser una movilización histórica se ha convertido en una manifestación más. Medio millón de personas no llega ni de lejos a lo que debiera ser una reacción unitaria y plural.

Tendremos ocasión de comprobarlo cuando dentro de 15 días en otro acto, esta vez partidista y de confrontación, esa cifra acabe multiplicándose por dos o por tres.

Lamentable. Como dice el dicho, “entre todos la mataron y ella sólo se murió”. ¿Quién es el responsable de este desaguisado? Todos; todos los políticos de uno u otro signo, los del lado independentista y los del contrario, mal llamados unionistas.

Empezando por el propio Rey, que ha elegido asistir por primera vez a una  manifestación de este tipo en el momento más inoportuno. Su papel como Jefe del Estado debe ser mediador, de figura imparcial, nunca de generación de más tensión de la ya existente. Por cierto que ahora tiene una ocasión de oro de ejercer esa papel, para evitar el choque de trenes que se nos viene encima. Quizás sea el único que tenga capacidad de hacerlo, si estuviera bien aconsejado.

Algo falla en la Casa del Rey desde la ausencia de un inmenso Sabino Fernández Campo, con él esto no habría ocurrido. Porque los abucheos, los gritos y pancartas contra su figura, no se debían haber producido. De acuerdo que los responsables son quienes orquestaron esta burda campaña, pero ya se sabía y el deber del monarca era protegerse evitando su posicionamiento en esta guerra absurda.

Después a las declaraciones incendiarias de la CUP, respondió el Gobierno, PP y el propio Rajoy. Un incendio se apaga con agua, no con gasolina. Al final los ideólogos del Dáesh estarán encantados con este espectáculo de confrontación. Se lo hemos puesto como se dice coloquialmente “a huevo”. Chapó señores políticos, son ustedes unos genios.

Han conseguido un triple efecto, la división política y social, que la manifestación haya menguado y ahora estemos menos fuerte que antes. Por no hablar de las disputas insensatas entre los diferentes cuerpos policiales.

Lo que debía ser un análisis sosegado y reflexivo de los posibles errores cometidos y ponerse de acuerdo en las medidas a tomar para evitarlos en el futuro, entre otras una colaboración más estrecha y leal, se ha convertido en recelos y animadversión.

Que no se equivoque el Gobierno del PP intentando desprestigiar a un cuerpo policial como los Mossos d’Esquadra y a su responsable máximo, el mayor Trapero. Porque los va a necesitar en la jornada del 1-O, especialmente a este último, por cierto considerado “españolista” por los sectores más radicales del independentismo.

Recordar que ya comentó en su día que él hará lo que se le ordene desde la justicia. Eso puede ser clave a la hora de evitar lo que puede ocurrir ese día. Por eso lo más inteligente sería cuidarle, cuidarles.

Pero si la manifestación de Barcelona del sábado no salió como debió salir, en cambio la de Ripoll fue un ejemplo de todo lo contrario. Unitaria, sin banderas y símbolos partidistas que dividen, con lemas comunes y un parlamento tremendo a cargo de la hermana de dos de los terroristas que participaron en los terribles actos, Moussa, abatido en Cambrils, y Driss detenido por la policía.

Su canto a la unidad, a trabajar juntos para que no vuelva a suceder, a rechazar cualquier acto extremista, o radical, atronó en sus calles ante miles de ciudadanos que se emocionaron con ella. Escucharla con voz entrecortada, entre llantos y sollozos, producía un escalofrío, pero al mismo tiempo una sensación de alivio y emoción.

Fue un llamamiento para evitar el racismo y la xenofobia, a que no cometamos los mismos errores que los terroristas.

Ripoll contrastó con Barcelona y nos vino a decir que no todo está perdido y que si hacemos caso a personas como Haifa Oukabir acertaremos en el camino por el que transitar a partir de ahora. En un recorrido que debemos hacer juntos, catalanes, españoles, musulmanes y los que no lo somos. Una senda de concordia, respeto a la pluralidad que aísle, margine a los radicales de ambos bandos.

Ojalá sepamos hacerlo. Haifa nos dio el sábado su ejemplo, otros en cambio decepcionaron.

José Luis Úriz Iglesias, ex parlamentario y concejal del PSN-PSOE

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