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Más despropósitos del Gobierno de Navarra

La Real Academia Española define la palabra “despropósito” como `Dicho o hecho fuera de razón, de sentido o de conveniencia´. Y, cuando, como en el caso de las autoridades navarras, alguien sabe que no tiene razón y está equivocado caben dos posturas: la prudente, que es la rectificación, y la contumacia o, con palabras, también del DRAE, “Tenacidad y dureza en mantener un error”. Todos podemos equivocarnos, reconocerlo y excusarnos con la debida humildad. Pero, en caso contrario, cuando, por la razón que sea, se pretende, como el burro atado a la noria, seguir ahondando el lendel de la propia cortedad de horizonte, conviene tener en cuenta el aforismo atribuido a Séneca: “Errare humanum est, sed in errore perseverare diabolicum”, es decir, errar es humano, pero perseverar en el error es diabólico.

Y diabólico, conviene aclarar, por si acaso, ahora que tanto se habla de la laicidad del Estado, que no es un concepto cristiano. La voz “diablo” la toma el español del latín diabolus, que, a su vez, la toma del griego antiguo διάβολος [diábolos], usado por los antiguos helenos como traducción del hebreo antiguo שטן [satan], cuyo significado era “calumniador o acusador”, quizá, porque el que está en el error, calumnia a los que están en la verdad y, en su contumacia, puede llegar a cualquier desmán, como cuando los ciudadanos de la democracia ateniense obligaron a Sócrates a beber la cicuta. Desde este punto de vista, no es sorprendente que, otros sinónimos castellanos de diabólico puedan ser voces como bribón, canalla, golfante, granuja, sinvergüenza, taimado o truhan…

Siendo así, no sería yo, sino Séneca, quien podría calificar de diabólica la actual contumacia, tan pertinaz como la tradicional sequía del franquismo, del actual pacto cuatripartito que ocupa el Gobierno de Navarra y otras instituciones de nuestro Viejo Reino y hoy Comunidad Foral. Ya expuse alguna de mis opiniones hace unos meses, en un artículo titulado Cuando nos gobierna el enemigo; y como, por lo que se sigue viendo, el actual gobierno sigue actuando como enemigo de lo que realmente es Navarra y de sus intereses, quiero volver a incidir en el tema, con dos asuntos que hemos conocido en las últimas semanas: una serie de actuaciones encaminadas a atacar nuestra identidad de navarros y diluirnos en la entelequia sabiniana denominada Euzkadi.

Como el ladrón y el criminal se pueden amparar en la noche, podría pensarse que, análogamente, el Parlamento de Navarra y distintos municipios de nuestra provincia, han aprovechado el parón de actividad y la relajación de los días y las fiestas del estío, para sorprendernos con la guardia baja y encajarnos los golpes de una absurda Ley Foral 9/2017, de 27 de junio, publicada en el BON el 6 de julio, y que, entre otras medidas que modificaba la Ley Foral 18/1986 de 15 de diciembre del Vascuence, de tal modo que, según su disposición adicional, “Todas las disposiciones y actos que desarrollen o se dicten en aplicación de la ley foral del euskera se adaptarán a esta nueva denominación, y deberán utilizar la nueva denominación de “<euskera>”, que sustituye a la de <vascuence>”. Sin duda una diabólica pretensión de erradicar los términos vascuence y vasco de todo entorno público o privado en el que este idioma planee de cualquier modo.

Parece que, desde el gobierno presidido por Barkos, y sostenido –aunque cada vez con más fisuras- por EH-Bildu, Podemos e Izquierda-Ezkerra, por no quieren, siquiera, que pronunciemos la palabra “vascuence”, para referirnos a ese artificial conglomerado de dialectos vascongados –como los llamaba Pío Baroja- que conforman lo que oficialmente desde Euskaltzaindia se denomina Euskera-batua, y no viene en significar otra cosa que vascuence unificado. Vascuence unificado de manera artificial y arbitraria, por lo que uno de los mayores intelectuales vascos de todos los tiempos, nada menos que Miguel Unamuno, no dudó en denominar “la absurda virginidad racial del nacionalismo vasco”. Absurda virginidad, que de forma semejante a las hitlerianas leyes raciales de Nüremberg, podrían suponer la proscripción de autores como Felix María de Samaniego o del mismísimo Fray Mateo de Zavala, quien en 1848 publicó “El verbo regular vascongado del dialecto vizcaíno”. 

La otra contumacia diabólica de los grupos que integran el actual Gobierno de Navarra o, en su caso, de sus marcas blancas de agrupaciones vecinales y municipales, que secundan de un modo cómplice su empeño, es dilapidar el dinero de la Hacienda Foral, es decir, el dinero de todos los navarros, en perder absurdos, diabólicos, contumaces y pertinaces pleitos por colocar, en los ayuntamientos que gobiernan, la bandera de la Comunidad Autónoma Vasca, la bicrucífera tricolor sabiniana que conocemos como Ikurriña; emblema decimonónico que, por más que se haya derogado la Ley Foral 24/2003 de 4 de Abril De Símbolos de Navarra, sigue sin tener ninguna posibilidad legal de ondear oficialmente en nuestro Viejo Reino, que ya tiene una bandera acrisolada por más de cuatro siglos de historia.

Desde que comenzaron las fiestas patronales, la mayoría de las cuales caen en los meses de verano, ya ha dado lugar a la interposición de recursos de la Delegación del Gobierno, entre otros, contra los ayuntamientos de los ayuntamientos de Pamplona, Barañáin, Iturmendi, Baztán, Irurtzun, Etxarri Aranatz, Estella, Bera u Olazagutia… Recordemos como precedente legal, que, por esta misma razón, distintas administraciones locales han sido castigadas con sanciones administrativas y condenadas a pagar multas que se acercan a los 200.000 euros entre 2012 y 2015, sin conocerse aún las resoluciones pendientes de 2015 al momento presente.

Piénsese que esta cantidad, abonada por los municipios correspondientes, muy probablemente, alegando motivos de la crisis económica, fuera descontada de otras partidas más propias de las fiestas como música, animación, comidas populares o espectáculos taurinos…

Parece incomprensible que tan diabólica obstinación se haya extendido como una plaga por las diversas administraciones de nuestra Navarra. Obstinación, que, más allá de la convicción, roza el irracional infantilismo. Al igual que un niño un niño de corta edad puede persistir, sin malicia, en querer algo que le ha sido negado, los adultos, aunque ya habría que cuestionar lo de sin malicia, también pueden mostrar obstinación cuando se niegan cambiar de opinión, por muy errada e insostenible que esta sea. Y, como escribió Samuel Butler: “Nunca es tan terca la obstinación como cuando mantiene una creencia equivocada”.

Pedro Sáez Martínez de Ubago, investigador, historiador y articulista

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