Inmersos en la vorágine del revanchismo rojo que, con la complicidad y connivencia del Papa Francisco y la jerarquía católica, viene asolando España desde 2007 con cambios de calles, plazas y lugares, profanaciones de templos y tumbas y otros edificios, monumentos, me detengo un momento, para recordar que el 6 de Noviembre se celebra la fiesta de los Mártires de la persecución religiosa en la II República, día en que se conmemora a los 2128 españoles asesinados por los gobiernos que España padeció entre 1931 y 1939.
Entre estos miles de españoles vejados, torturados, asesinados, masacrados sádicamente por los delitos de creer en Dios y en España contamos con 2139 mártires que con Juan Pablo II, Benedicto XVI y el actual Francisco han alcanzado ya la gloria de los altares y la Iglesia conmemora cada 6 de noviembre.
Todo en una fecha que coincide con el aniversario de las visitas del hoy Beato Juan Pablo II a Loyola, Javier y Zaragoza tres lugares -en Vascongadas, Navarra y Aragón- de tres regiones que no pueden ser mayor exponente de la tradición mariana, evangélica, católica y misionera de España, una nación madre de naciones, misionera de pueblos, martillo de herejes, espada de Roma y luz de Trento, que, esperando los ya anunciados próximos centenares, se apresta a celebrar, también, entre Todos los Santos y los Fieles Difuntos y otros santos difuntos no menos fieles, la Fiesta de los beatos y santos Mártires de la persecución religiosa en la II República.
Esa II República española que llegó a ser un régimen estalinista donde la persecución y el martirio de los católicos era tan común como en la Roma de Nerón y Domiciano, el Méjico masónico del pasado siglo o en los actuales regímenes islamistas; aunque hoy no falte gente interesada en calificarla de modelo de convivencia democrática. Y nadie en su sano juicio y con una auténtica memoria histórica, debería olvidar que nuestra segunda república mereció la condena de la Iglesia manifestada explícitamente en la encíclica de Pío XI Dilectissima Nobis de junio de 1933.
Considerando el aniversario de la visita de un papa Beato, que también sufrió en su vida la persecución comunista y la indiferencia de la masonería del occidente democrático, y la Fiesta de los Beatos de los mártires de la república, entiendo que, en el día de hoy, los españoles tenemos un doble motivo para regocijarnos. Pensemos que, con los años transcurridos, hemos de afianzar nuestra fe y nuestra esperanza, al saber que tenemos tantos intercesores en el cielo, que dieron su testimonio de vida por la Vida, pudiendo muchos de ellos librarse del martirio si renegaban y perdonando la mayoría de ellos, a quienes ejecutaban las penas de muerte impuestas por el odio a la fe. Pensar que dichos Mártires en nuestra España, en nuestros pueblos y ciudades, eran personas que podían ser de nuestras familias y entornos, tiene un valor infinito.
Estuvieron preparados para el Martirio y lo aceptaron con el mismo valor que otros españoles mostraron en el pasado, valor que llegado el caso, esperamos que más sean capaces de mostrar en el futuro que a todos amenaza.
Las difíciles circunstancias que atravesamos, no sólo en lo económico, sino políticas que permiten e incluso premian delitos como el aborto o la eutanasia y pecados como la homosexualidad, crímenes que claman justicia a los ojos del mismo Dios, un buen momento para recordarle y rogarle por nosotros y por España.
Yo no vivía en los años de 1930, pero sí fui testigo del encuentro de Juan Pablo II con los jóvenes en el Santiago Bernabeu y del acto mariano que él mismo celebró, hace hoy treinta años ante la imagen de la Virgen del Pilar.
Del primero, siempre he recordado especialmente la enseñanza que dice “Somos nosotros, bautizados y confirmados en Cristo, los llamados a acercar ese reino, a hacerlo visible y actual en este mundo, como preparación a su establecimiento definitivo. Y esto se logra con nuestro empeño personal, con nuestro esfuerzo y conducta concorde con los preceptos del Señor, con nuestra fidelidad a su persona, con nuestra imitación de su ejemplo, con nuestra dignidad moral. Así, el cristiano vence el mal; y vosotros, jóvenes españoles, vencéis el mal con el bien cada vez que, por amor y a ejemplo de Cristo, os libráis de la esclavitud de quienes miran a tener más y no a ser más”.
Del segundo escojo las siguientes palabras: “El Pilar de Zaragoza ha sido siempre considerado como el símbolo de la firmeza de fe de los españoles. No olvidemos que la fe sin obras está muerta. Aspiremos a “la fe que actúa por la caridad”. Que la fe de los españoles, a imagen de la fe de María, sea fecunda y operante. Que se haga solicitud hacia todos, especialmente hacia los más necesitados, marginados, minusválidos, enfermos y los que sufren en el cuerpo y en el alma. Como Sucesor de Pedro he querido visitaros, amados hijos de España, para alentaros en vuestra fe e infundiros esperanza. Mi deber pastoral me obliga a exhortaros a una coherencia entre vuestra fe y vuestras vidas. María, que en vísperas de Pentecostés intercedió para que el Espíritu Santo descendiera sobre la Iglesia naciente, interceda también ahora. Para que ese mismo Espíritu produzca un profundo rejuvenecimiento cristiano en España. Para que ésta sepa recoger los grandes valores de su herencia católica y afrontar valientemente los retos del futuro. Doy fervientes gracias a Dios por la presencia singular de María en esta tierra española donde tantos frutos ha producido. Y quiero finalmente encomendarte, Virgen Santísima del Pilar, España entera, todos y cada uno de sus hijos y pueblos, la Iglesia en España, así como también los hijos de todas las naciones hispánicas”.
Hoy, como tantas cosas se ignoran, confunden, falsean o esconden en España y somos los propios españoles los que retorcemos o dejamos que se imponga un relato falso sobre nuestra Historia también, es a nosotros a quienes nos corresponde ocuparnos de dar a conocer la verdad sobre España, nuestras grandes gestas, nuestra labor evangelizadora en Hispanoamérica o el haber sido la única nación capaz de derrotar al comunismo en los campos de batalla…
Concluyo con estos versos del Himno a los Mártires de Barbastro que durante años ha sido el estandarte que ha distinguido en su trinchera a otro selecto puñado de españoles al que ha detenido en su cruzada el accidente de toparse no con la Iglesia pero sí con lenguas ociosas y la mediocridad de su Jerarquía:
Jesús ya sabes, soy tu soldado
Siempre a tu lado yo he de luchar,
contigo siempre y hasta que muera,
una bandera y un ideal.
¿Y qué ideal? ¡Por ti, Rey mío, la sangre dar!
Pedro Sáez Martínez de Ubago, historiador