Hemos vivido en familia, hemos nacido de una familia, nos hemos criado en una familia, hemos hecho unos vínculos afectivos en la familia, a pesar de que muchos de nosotros nos criamos a biberón, pero en familia, y con una madre de familia… ¡Todo lo tamizaba, lo dirigía, lo controlaba la madre de familia! Esto ha sido así durante siglos, y así era de manera normalizada hasta la adolescencia, cuya tormenta cerebral y por ende emocional; tiraba por tierra “ese padre tan sabio” y “esa madre tan pesada, tan protectora…”, pasando a ser enemigos acérrimos -más hormonales que reales-, de esa unidad familiar. Pero el tiempo de esa “no enfermedad que era y sigue siendo la adolescencia”, las aguas volvían a su cauce con ciertas heridas menores, que se llamaban madurez y con diferencias significativas pero no en lo básico: los mismos vínculos, orientaciones en momentos de zozobra, consejo y dinero; volvían a ser el motor de una sociedad que habíamos constituido miles de años en su fuero legislativo, de derechos humanos, y de protección a la infancia y a apoyar su adultez, en tanto nuestros vínculos afectivos y sociales eran fuertes y duraderos…¡Eran nuestras raíces, nuestros puntos de apoyo, nuestra identidad!
Nadie duda que en una estructura socio familiar, ha habido y habrá de todo, bueno y menos bueno, incluso de amor con vínculos afectivos rotos, tóxicos, acosos, micromachismos y hasta muertes en el hogar, en el seno de las familias desestructuradas o no… ¡Amar y matar por amor! ¡Claro que es terrible, para eso hay que legislar con criterio, plantear apoyos psicosociales, ayudas educativas dentro y fuera del hogar…! Pero no debemos olvidar que, a pesar de tantos infortunios, de tantas emociones mal traducidas, con mucho egoísmo e intereses personalistas; la familia sigue siendo una gran célula que ha mantenido la sociedad en un estado de equilibrio, de una economía equilibrada, de un nivel medio social y de una prole cada vez más preparada y con mejor salud, incluso con la tan olvidada salud mental, gracias al cuidado de la familia y de seguir una higiene regular y rutinaria, que hace que tengamos hábitos aprendidos en ella -en la familia- durante nuestra infancia, adolescencia y juventud.
¡Entiendo, claro que lo entendemos, que somos olvidadizos, derrotistas, pesimistas y por esa ley de la adaptación hedónica, que es genética; nos aburrimos de aquello que tantos beneficios nos ha reportado en el tiempo! Y, el cambio se va produciendo lentamente, sin darnos cuenta, por ley natural, sin madurez y sin reflexión suficiente de lo que estamos haciendo, y buscando caminos que nos destruyen la verdadera familia que todos hemos vivido… Conservar aquello que nos ha hecho fuertes, aquello que nos ha enseñado a amar, vivir unidos, con unos vínculos fuertes que nos agarran a nuestros valores y que nos hacen más libres porque tenemos la capacidad de decidir y valorar lo que es bueno para nosotros y lo que nos aparta de nuestras fortalezas… Hoy predomina mucho más en las familias la tolerancia, la flexibilidad para adaptarnos a los cambios, adoptando conductas que nos ayuden a valorar las identidades particulares de cada integrante de la familia.
¡Pero, sin dejarnos guiar hacia una deriva destructiva que no tenemos experiencia futura de qué será y que beneficios nos traerá a la larga…! Se suceden a tal velocidad que no da tiempo para asimilarlo y más aún cuando la moral social-comunista plantea el pensamiento único y una ideología sin valores, sin consenso social suficiente y para amplios sectores denota una profunda decadencia moral con consecuencias sociales y económicas muy negativas, ¡que tienen sabor a estar cargándonos la familia!
Dr. Emilio Garrido Landívar, Psicólogo clínico y doctor de la Salud, Catedrático de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos (CEU)