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Lotería

Artículo 48

Había dejado la bicicleta apoyada en el escaparate de la administración de loterías. Desde la calle se veían los dos carteles que colgaban del echo, como los antiguos matamoscas, ambos del tamaño de una pizza grande que decían si los leías: “Solo tres personas en el interior” y “Uso obligatorio de la mascarilla”.

No entré, puesto que había tres personas en el interior, un señor corpulento, muy lento, y una señora en silla de ruedas con una joven que la conducía y compraba lotería.

Al parecer, según esta señora, es normal que nos atropellen a los ciclistas porque ella dijo repetidas veces que no me vio ni a mí ni a la bicicleta, la verdad es que solo me rozó y entró como si fueran a cerrar a las 12:30.

Me dio la sensación de que se colaba y de que no había leído los cartelitos, al menos uno de ellos. La señora en cuestión parecía recién llegada de los Países Bajos, con no más de metro cincuenta y unos 80 kilos sin bolso no perecía que se tratara de la diosa Fortuna. Yo, a metro y medio del marco de la puerta dije: Señora hay gente dentro. A mi me da igual yo voy a la maquina para ver si tengo el décimo premiado y con las mismas se metió hasta la cocina. Pues da la sensación de que se está usted colando, le dije. El proletario consorte, todos lo somos de uno u otro modo, tras de mi guardando la cola, con la mascarilla a media hasta, supongo que porque su prominente nariz no le daba de sí al protector, me dijo con ese tono tan nuestro “Te estoy perdonando la vida”. Eso del número de personas ya no se lleva, ha caído en desuso, y continuó. Lo que pasa es que usted no tiene otra cosa que hacer que llamar la atención a la gente. No le llamo la atención, dije en tono flojo para evitar enfrentamientos. Solo trato de educarla. Mire usted, ve a ese señor que acaba de salir, pues no puedo entrar porque con su señora dentro siguen siendo tres.

¿Cómo le haces saber a un imbécil que lo es? Es mucho mejor decir lo siento que comenzar una batalla. Y en el caso de no contar con la educación, echar mano del sentido común o en su defecto del respeto a los demás.

De lo que se deduce que si estuviéramos mejor educados habría menos discusiones y prohibiciones.

La libertad no ha de tener tantas prohibiciones para ser completa.

Manolo Royo, humorista www.manolo-royo.com

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