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La jugada salió “Redond…Illa” en un lado y volvieron a triunfar las vísceras en el otro

Como suele ocurrir tras unas elecciones sean del ámbito que sean, al día siguiente, todos los partidos o casi todos se sienten ganadores, independientemente de cuál sea el resultado que arrojen las urnas y siempre desde una perspectiva partidista de la foto del momento, sin una visión más amplia basada en la retrospectiva y el análisis que puede ofrecer el mirar desde más arriba y lejos.

Aparentemente, el ganador ha sido el PSC-PSOE, al menos en número de votos, al que un exiguo ascenso de 46.000 con respecto a los poco más de 600.000 de 2017 –el 7’6%– le hace casi duplicar el número de escaños, 33, frente a los 17 –un  94% más– del entonces candidato, el bailongo Miguel Iceta en 2017.En definitiva, un 23’04% de la participación, que representa un 11’61% del censo electoral y un 8’39% de la población, pero la triste Ley D’Hont tiene estas cosas poco entendibles. El empate en escaños con ERC –casi 50.000 menos que el PSC– y tras la pérdida de 332.000 votos –de nuevo D’hont y su nefasto reparto–, hacen complicada esa investidura a la que el incomprensible y mediocre “ganador”, el bicéfalo Salvador Illa, con su mochila de 120.000 fallecidos y mucho “debe” en ella, se apresuró a anunciar que se presentaría a los pocos minutos de confirmarse el recuento y desde la euforia del “triunfo”. Parece que quiere transformar los fallecidos en euros, que por encima de esa cifra anda la también incomprensible remuneración del “molt repudiable” que preside la Generalidad, casi el doble de la del presidente del gobierno. Me temo que, al final, quedará para el recuerdo, más anecdótico que real, la efectividad del llamado “efecto Illa” que fabricaron desde Moncloa y algunos de sus ministerios con la inestimable ayuda del penoso Centro de Invenciones Sánchez –antes, de Investigaciones Sociológicas– del “tenaz” Tezanos, bajo la batuta todos del “cerebrito” Iván Redondo, casi tan mediocre como los anteriores pero ya se sabe que “En el país de los ciegos…”. Pero no le salió mal del todo al presimiente Falconeti la jugada de presumir de victoria y seguir ampliando la fractura del enemigo, factor importante sobre el que después iremos.

Lo único cierto es que volvió a perder España en estas inoportunas elecciones que empezaron por una irregular campaña en la que, desde mi punto de vista, lo más destacado haya sido ver a unos políticos presos y condenados por un delito –atenuado por mor de una sentencia “unánime”– de sedición, campando en libertad provisional por esos medios y debates y al “socio” no oficial del gobierno, cual “partido revelación”, en mítines con presencia de fanáticos cabreados, en flagrante incumplimiento de las normas de seguridad oficiales, de los que en el de clausura hubo que retirar del atril a uno de sus líderes, con claros síntomas de una “alegría” desmesurada. Una libertad sobre la que el martes siguiente al domingo electoral, la fiscalía  –no merece la mayúscula– se “apresuró” a decir que la recurrirá y que pedirá que se le descuenten los 36 días de asueto en futuros permisos, pero “¿De quién depende la fiscalía… de quién? Pues eso” y para eso está la “señora” de Garzón.

Y pierde España porque lo único que quedó claro en estas elecciones y pese a la relatividad de las cifras, es que con los números que salen de las urnas parece que el independentismo dispar tiene en sus manos la “gobernabilidad” de la otrora primera región económica de España sobrepasada hoy por Madrid notablemente. Destacable también ha sido la altísima abstención, cercana al 50% que, si no hubiera ya motivos de sobra, en un sistema democrático serio debería invalidar los comicios, y demostrativa a mi juicio de un claro fracaso que ha llevado al hastío al electorado, cansado de una mediocridad política que castiga su ausencia con una perpetuación en el poder, alimentando así una dramática paradoja por la que a menor voto más ventaja de los que atentan contra el sistema, que les permite aferrarse aún más al poder. Porque la realidad no tiene nada que ver con la que cacarean los que se sienten ganadores en base a la citada relatividad que se desprende de las cifras. El “triunfo por primera vez del independentismo”, que algunos de ellos decían, se traduce en que la suma de escaños de los tres partidos separatistas, 74, alcanzaría la mayoría absoluta de la asamblea y con ella el desgobierno. Tres partidos, uno conservador, Juntos por Cataluña, que ha perdido 380.000 votos aunque sólo 2 escaños –más D’Hont– y dos de izquierdas, a cual más extrema, ERC-Cataluña por el Sí, que ganó un escaño (33) pese a perder 332.000 votos y la Candidatura de Unidad Popular, la CUP, que perdió algo más de 6.000 votos pero duplicó con creces los escaños pasando de los 4 de 2017 a 9 hoy. Y tres partidos que sustentarían esa mayoría absoluta de escaños merced a su 20’4%, 21’3% y 6’67% respectivamente de la participación –un 48’01% entre los tres, menos del 50%–, que representan un 10’10%, un 10’73% y un 3’36% para cada uno, respecto al censo electoral –el 24’19% entre todos– y un 7’30%, un 7’76% y 2’43% –17’49%– respecto a la población catalana. Es decir que esos exiguos 24’19% del censo y 17’49% de la población deciden por el 100% gracias a esa enorme abstención que antes decía, cercana al 50%. Y ya veremos qué condiciones ponen al socio en Madrid para ello que, sin pensar mucho, empezarán por la amnistía de los presos si quiere seguir en Moncloa, con Falcon, La Mareta, Las Marismillas y demás prebendas que tanto gustan al Dr. Plagio.

Y vamos ahora con los otros que, junto con España, también perdieron, uno de manera estrepitosa, Ciudadanos, cuya pérdida de casi un millón de votos dejó en 6 los 36 escaños con los que ganó para nada en 2017, otro sin pena ni gloria, el PP, que pese a contar con el mejor candidato de los ocho no hizo sino agrandar un poquito más –de 4 a 3– la brecha que ya arrastraba de comicios anteriores –19 escaños en 2012, 11 en 2015, 4 en 2017– y el tercero, VOX, el supuesto “vencedor” de crecimiento “infinito” –es lo que tiene partir de cero– que una pírrica “victoria” le da entrada en el hemicirco, representando a un 7’69% del voto –3’87% del censo y un 2’80% de la población–. Sin olvidar que el “origen” de VOX en Cataluña viene de la “auto disolución” en Febrero de 2019, unas semanas antes de que el patrocinador de VOX convocase –diez meses más tarde de lo prometido en su moción de censura– las primeras elecciones de 2019, de Plataforma por Cataluña, un partido cuyo presidente, José Anglada, colecciona una decena al menos de demandas, algunas por malos tratos a jóvenes, incluido su hijo –que luego retiró– y sentencias firmes de cárcel y devolución de cantidades “distraídas”, que clausuró el partido llamando a la militancia a pasar y apoyar a VOX, y cuyo número dos era un tal Joan Garriga –luego presidente de VOX Barcelona, creo– enjuiciado por un presunto delito de “discriminación y provocación al odio” por el juzgado Nª 3 de instrucción de Reus en 2019, pariente cercano del presentador de la moción de censura de VOX en Octubre pasado y hoy flamante número uno en el próximo parlamento catalán, Ignacio Garriga, que después de su paso por las Nuevas Generaciones del PP y por la Alternativa de Govern de Monserrat Nebrera, en 2010, parece que también recaló por esa PxC, con la que en 2015 se presentó a la alcaldía de Moncada y Reixac –La Vanguardia recogía hace unos días en un artículo que “de esa etapa tiene un juicio pendiente por un presunto delito de odio”– antes de desembarcar en el partido verde. Sería interesante ver los posibles paralelismos entre los votos conseguidos el domingo por VOX y los que obtuvo PxC en los 40 ayuntamientos catalanes en 2011, en los que consiguió unos 70 concejales.

Es decir, las mal llamadas “tres derechas” que tanto juego le están dando al que mece la cuna en Moncloa, reducen a la mitad, de 40 a 20 escaños, su presencia en la asamblea catalana. Como para estar eufórico nadie. Está claro que algo, por no decir mucho, no se ha hecho bien desde aquella nefasta fecha –antes tampoco– en la que Felipe VI apareció por última vez en modo Jefe de Estado, empezando por la desastrosa gestión del 155 por parte de Soraya Sáenz de Santamaría,  delfín al efecto de Mariano Rajoy.

Ya sé que “agua pasada no mueve molino”, pero no está de más un somero vistazo al pasado sin el que es imposible explicar el presente y del que hasta que no se sea plenamente consciente, resultará imposible empezar a enderezar el futuro. Muy brevemente lo resumo en lo que no es la primera vez que escribo. En aquella Mesa de la Concordia que dio lugar a la Constitución de la “reconciliación”, faltó alguien que hubiera vivido con plenitud  los años 30 y sus consecuencias –no de niño ni mucho menos nacido en la postguerra, por mucho que se supiera la Historia que, por lo visto del resultado, no tuvo demasiado en cuenta. Sólo estaba en esas negociaciones Santiago Carrillo y era del lado equivocado–. Cuando después de las reformas que los primeros gobiernos socialistas hicieron desde su llegada en los primeros 80 –ojo, ya estaba ahí el promotor del dislate catalanista, el “molt detestabe” Jordi Puyol, “primero paciencia, después independencia”– se llegó a la corrupción generalizada de los 90 que los sacó del poder, para conseguir lo que no se había ganado del todo en las urnas, el vencedor relativo de las elecciones de 1996, un tal José Mª Aznar –que hizo bien muchas cosas, pero no esa ni otras posteriores–, cual Herodes de su tiempo, entregó al que dirigía la batuta catalana la cabeza del mejor líder que ha tenido el PP en Cataluña, Alejo Vidal-Quadras, que aceptó el sacrificio a cambio de la deseable Europa –otro error a mi juicio, que paga Cataluña hoy, en el que no me voy a extender ahora–, pero no abordó las importantes medidas estructurales que eran necesarias, Educación, Justicia, Corrupción, limpieza de las cloacas del Estado, indispensables y que junto a un terrible atentado de autoría tan desconocida como falseada nos llevaron en 2004 a una etapa de triste recuerdo que sirvió para reabrir la caja de los odios de las dos Españas de Antonio Machado, causante de una triple crisis, económica social y de valores y principios que no se supo atajar con energía tras la mayoría absoluta que casi once millones de españoles dimos al PP, lo que como primer efecto tuvo el crecimiento de Ciudadanos al ámbito nacional y los nacimientos de los dos partidos, uno de izquierda comunista, Podemos y otro que parecía llegar para la recuperación de esa derecha perdida con tintes socialdemócratas en el que se había transformado el PP, que lo llevó al batacazo de Diciembre de 2015, remontado con alfileres seis meses después, que se quedó a mi juicio a falta de una nueva llamada electoral a final de 2016, aunque el mal ya estaba hecho y los daños camino de hacerse irreversibles, como se confirmó en Junio de 2018, tras lo que resurgió VOX de las cenizas a las que lo había llevado su “homo amurriensis”, ahora en su peor versión populista del otro extremo, sobre lo que ya he escrito bastante, aunque me parece que no lo suficiente a juzgar por lo que tenemos.

Tras lo visto en Cataluña y la deriva del Partido Popular, en lo que ya no me puedo extender, veo con tristeza que se vuelve a cumplir lo que he repetido largamente en mis escritos y comentarios, el que llega, si es verdad que quiere renovar y acabar con el pasado, tiene que abrir ventanas, levantar alfombras y limpiar a fondo, caiga quien caiga. Después ya habrá tiempo de recoger y mejorar lo bueno que pueda haber del pasado, pero limpieza y desinfección total. No lo hicieron Aznar ni Rajoy en el Gobierno e instituciones ni lo ha hecho Pablo Casado en el PP y ya vemos las consecuencias. El tiempo dará o quitará razones y siempre digo que me gustaría tener que pedir disculpas por mis “exageraciones”, pero desgraciadamente los hechos me superan incluso lo que desde hace dos décadas vengo compartiendo con escaso eco evidentemente.

Antonio de la Torre, licenciado en Geología, técnico y directivo de empresa. Analista de opinión

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