Recuerdo ahora dos magníficas obras teatrales, dramática una y cómica la otra: La Cena y La Cena de los Idiotas. La primera, pluma de Jean Claude Brisville, trata sobre el maquiavelismo de ciertos políticos; la segunda, culpable Francis Veber, sobre cínicos magnates que la organizan para burlarse de quienes consideran inferiores. Esta última dio lugar a una afortunadísima película francesa con su desgraciado remake de Hollywood.
Las evoco porque hace una semana se celebró, por y en todo lo alto, un sonado banquete vespertino. Ruedo, el Real Casino Madrid, con alquiler de sillas Tiffany, bonitos centros florales, menaje exquisito y el copetín. Con la que está cayendo (no llueve, dilueve sobre esta España con bancos de alimentos desbordados, autónomos sin ingresos, ERES y lo que te rondaré…), cuarenta y dos mil euros de vellón costó el festejo.
Opino que a los jorobados post Víctor Hugo, aún más de que nos restrieguen ostentación contra el morro cuando las pasamos canutas, nos rechinan los privilegios; que nos toreen.
Por un poner, poco antes los hosteleros rogaban a su clientela que adelantase cenas. Era debido a que les ordenaron cerrar antes de las 22 h; estoconazo. Fueron tan escuchados por la autoridad competente que nuestro gabinete foral decretó su clausura absoluta; para el arrastre sin puntilla. Y quien gobierna sobre todos los españoles dictó un bando con toque de queda.
Pues bien, en el citado ágape participaron los autores del decreto y otros con mando en plaza. Asistían ministros entre diversos cargos del ejecutivo coaligado PSOE-Podemos, las cúpulas de PP-Ciudadanos o representantes del poder económico. Lejos de los seis autorizados, el centenar de invitados dio en bajar el telón sobrepasado lo permitido a la plebe y a Cenicienta.
Mas se filtró. Desenmascarados en doble acepción, se publicaron fotografías, dispendio y horas.
Me da que la mayoría del personal puede indignarse con esa representación. Cena con muchos intérpretes de Judas y sin los crucificables, a quienes, además, han sableado los denarios; tal vez caer en la tentación de pensar que algunos, cuando discuten airadamente ante las cámaras, declaman sainete.
Se me hace extraño drama, con algunos privilegiados en un escenario superior a un pueblo que consideran actor de tercera, porque no existe cuarta; levitan sobrevolando a quiénes astillamos su función vía erario. Encima, no pasamos por taquilla de forma voluntaria para disfrutar gracias a la entrada, no; encerrados tales momentos en casa por el citado toque de queda, la abonamos vía impositiva. Ya se sabe que el fisco es implacable con los que no tenemos SICAV.
Eso, o si pensaban que ese festejo no iba a cabrear a los pobres mortales, serán una élite vivilla, en cambio poco inteligente.
¿Cómo no rememorar las teatrales cenas citadas al inicio? En la primera, los camaleónicos enemigos Fouché y Telleyrand componen su sólido futuro, a la caída de su jefe Napoleón, con disfrute de pitanza.
En la contemporánea, sin embargo, el listillo acaba trasquilado por el idiota. ¡Ojo con el afeitado y las barbas del vecino, comensales!
Jesús Javier Corpas Mauleón, escritor