Escuchando al ministro de Sanidad admitiendo que los contagios por coronavirus estaban descontrolados antes del 8M y al presidente de este país que en todos los países se celebró, cuando aquí se alentó a acudir a la misma, uno puede llegar a la conclusión de que estamos asistiendo a una gigantesca tomadura de pelo y, con el agravante, además, de que hay varios miles de muertos por el camino.
Un vicepresidente que incumple la ley, que se salta a la torera un estado de alarma y aprovecha ésta para entrar en el CNI, aquello que se intentó antes del coronavirus y fue harto imposible porque no le corresponde.
Tomadura de pelo porque los responsables de tamaño desaguisado, a parte, claro está, del maldito coronavirus, no admiten su responsabilidad, ni siquiera hacen un gesto de autocrítica.
Se limitan a ver pasar el tiempo sin tomar una sola de las medidas adecuadas y sin, lo más importante, hacerlo a tiempo. A salto de mata, porqué cada día se toman decisiones que el día anterior no eran válidas y, al día siguiente, sí.
Si no fuera por los profesionales sanitarios, por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, por los militares, servicios de alimentación y por los cientos de personas que trabajan por los demás, este país se iría, literalmente, al carajo.
La gestión del mayor desafío que ha afrontado España en las décadas recientes ha estado marcada por la imprevisión, cuando no la temeridad. Justificar lo injustificable, poco sentido tiene.
Sánchez e Iglesias, previa dimisión, deberían pensar en el día siguiente al coronavirus para convocar elecciones.