Debo ser sincero. Mi opinión sobre el actual Gobierno de España no es buena desde su nacimiento, pero los hechos van confirmando que estaba en lo cierto.
Me había propuesto no escribir a propósito de la gestión política de la crisis del coronavirus, pero las últimas 72 horas hacen imposible que siga con la boca cerrada.
El pasado fin de semana nuestro ilustre colaborador Luis del Pino no cesó de advertir en todas sus apariciones en medios de comunicación a propósito de los peligros de la enfermedad y la urgencia de adoptar medidas. El tiempo le ha dado la razón, como suele suceder.
Aprovecho aquí para agradecer a la dirección de este medio por no caer en el error de la censura de lo políticamente incorrecto, y seguir publicando lo que, semana tras semana, remitimos quienes en él colaboramos.
El caso que me trae a escribir estas líneas es la pandemia del COVID-19. La última semana ha sido esperpéntica, digna del Callejón del Gato, primero con la plana mayor del tercer partido político más importante del país infectada, cuando uno o dos días antes se daban un baño de masas repartiendo besos y apretones de manos cargados de ponzoña para saciar sus egos y mantener alta la moral de sus afiliados y simpatizantes. Al menos después del fatal error se dignaron a reconocer su equivocación y pidieron disculpas. Visto el nivel se agradece al menos un atisbo de humildad.
Mención especial tiene la actuación del Gobierno Sánchez. Aunque no lo parezca llevamos más de un mes con el COVID-19 de turismo por España, y parece que hasta el pasado lunes eso no tenía la más mínima relevancia. Resulta estúpido pensar que el Gobierno no sabía nada a propósito del tema, aunque su interés partidista y su soberbia hayan hecho infravalorar el peligro que ello suponía. Al menos eso prefiero pensar porque no concibo maldad humana capaz de asumir las consecuencias que ahora todos los ciudadanos vamos a pagar . La panda de Sánchez, porque a esto no se le puede llamar Gobierno de España, se pegó semanas negando el riesgo y animando al personal a hacer vida normal. La preocupación de Fernando Simón el pasado fin de semana era quitar importancia al hecho de acudir a manifestaciones afines a quien lo nombró,mientras su jefe, un esperpéntico caballero llamado Salvador Illa, filósofo de formación y Ministro de Sanidad, quien se dedicó a dar entrevistas en una radio catalana donde su principal aportación fue reconocer que Cataluña es una nación. Al día siguiente un nutrido grupo de Ministras de la pandi se manifestaron, eso si en dos grupos, algunas ataviadas con guantes morados (supongo que porque se lo recomendó algún estilista ya que el morado iba a juego con el color de las ojeras que le provocaba el canguele por acudir a una concentración tan grande de personas y el correspondiente peligro de contagio), obviando el riesgo, ya que su actuación era un peligro en si mismo para la salud y la vida de miles de ciudadanas. Horas más tarde se confirmó que dos de esas Ministras estaban infectadas por COVID-19 (primero se anunció el de Doña Irene Montero y después el de Doña Carolina Darias). Mientras tanto las informaciones publicadas hablaban de miles de infectados y cientos de muertos, además de sobre el colapso de los servicios sanitarios y del pánico colectivo. A esa hora el Presidente Sánchez ya era consciente de su error, el Emperador estaba desnudo. El propio Presidente sabiendo de su desnudez ayer viernes por la tarde compareció ante los medios de comunicación para realizar un anuncio. Fue terrorífico. Su cara y su voz transmitían miedo e inseguridad. (Parecía que el papel higiénico que desaparecía de las estanterías de los supermercados tenía como destino la Moncloa). El anuncio puso la guinda a la comparecencia, hoy sábado se decretaría el Estado de Alarma. No podía ser. Era la segunda comparecencia del Presidente en la semana, y si en la primera lanzó una batería de medidas cuya única reacción tangible fueron unas jornadas de caídas históricas de la bolsa, la segunda anunciaba una medida urgente y extraordinaria que se suponía que tomaría otro día. ¿Algo podía tener menos sentido? A las 14.00 horas de hoy sábado decenas de periodistas se agolpaban en la Moncloa esperando al Presidente. Millones de españoles queríamos ver cómo se imponían medidas urgentes que atajasen la pandemia a costa de nuestros derechos; la empresa merecía pagar esa factura. Lo insólito fue ver cómo se pospuso la comparecencia sin fijar fecha y hora para el anuncio. ¿Qué motiva esto? Horas más tarde leo que fuertes discrepancias en el seno del Gobierno impiden la declaración del Estado de Alarma. La facción socialista y la podemita se enfrentan de forma abierta, llegando el Vicepresidente Pablo Iglesias a violar su cuarentena, como si no existieran los teléfonos, volviendo a demostrar que sus caprichos priman sobre el interés público y la salud de la gente.
A esta hora Sánchez sigue desnudo e Iglesias le impide cubrir sus vergüenzas con la declaración de Estado de Alarma, y mientras tanto cada parte de información nos dice que la gente sigue infectándose por miles y sigue muriendo a cientos. Esto seguirá así, con una progresión aritmética en tanto en cuanto no se adopten medidas. A estos dos ególatras les importa un comino todo, pero resulta obsceno ver como mientras ellos juegan a no se que el Pueblo agoniza sin el más mínimo ademán de compasión por su parte. Prefiero pensar que son unos inconscientes, porque la alternativa me llevaría a inclinarme por rasgos de personalidad psicopática.
Pablo Ibáñez, abogado