La petición de dimisión que la líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, ha llevado a cabo contra el ministro del interior Grande Marlaska, no resulta tan disparatada.
Que un ministro con sus declaraciones, presuntamente, azuce comportamientos violentos, no es de recibo.
Las celebraciones del llamado día del Orgullo Gay en Madrid se están convirtiendo, últimamente, más que en una reivindicación, en una máquina de hacer odio. Flaco favor se hace este colectivo cuando niega «el pan y la sal» a quien considera su enemigo, caso del PP o Ciudadanos, o de todas aquellas personas que no entienden que para celebrar algo, haya que utilizar comportamientos que rayan el absurdo.
El PP decidió ya en su momento no acudir, pero Ciudadanos ayer sí que quiso hacerlo (como otras tantas). El ambiente que se encontró fue hostil. Los diferentes colectivos que integran el llamado día del Orgullo, haciendo uso de la violencia verbal y física, impidieron su normal asistencia hasta el punto de que tuvieron que ser evacuados.
Horas antes, el citado ministro había negado y criticado la asistencia de Ciudadanos «porqué es un partido que pacta con Vox» promoviendo, con ello, la violencia hacia Ciudadanos.
Se supone que un ministro lo es para todo el conjunto de ciudadanos, no solo para quienes practican una determinada condición, por ejemplo, sexual. Azuzar el odio contra quienes se piensa que van en contra, no es la mejor manera. Un ministro debería cuidar sus declaraciones para evitar violencias y tensiones. Si uno no está preparado para ello, la puerta de salida debería ser una de sus prioridades más inmediatas.