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Misioneros y gramáticos

Alonso de Molina nació en Cáceres. Llegó a México junto con sus padres con nueve años, tan solo un año después de que Hernán Cortés conquistara el imperio azteca. Allí, en Ciudad de México, Alonso aprendió a hablar el idioma local, el náhuatl, jugando con los niños aztecas en la calle. Con quince años ingresa en el Convento de San Francisco y enseguida empezó a enseñar el náhuatl a los misioneros y a ayudarles como intérprete. Fue, con 24 años, el primer español ordenado sacerdote en el territorio mexicano recién incorporado a la Corona.

Dedicó toda su vida al estudio del náhuatl y a la predicación en dicha lengua. Y compuso una gramática y un diccionario del idioma de los aztecas que aun hoy siguen siendo base de las obras modernas sobre el tema.

Como comenté ayer en el programa de Es la tarde de Dieter Brandau, seguro que Vds. ya saben que la Gramática de la Lengua Castellana, de Antonio de Nebrija, fue la primera gramática de una lengua vernácula publicada en Europa, en 1492.

Lo que quizá no sepan es que, antes de que en Francia se publicara, en 1550, la primera gramática de la lengua francesa, los misioneros españoles ya habían compuesto en México las gramáticas de las lenguas totonaca (1547) y náhuatl (1547).

Antes de que se publicara en Inglaterra, en 1586, la primera gramática del idioma inglés, en los nuevos territorios americanos ya habíamos puesto nosotros por escrito las gramáticas del purépecha (1558) y del quechua (1560).

Hasta finales del siglo XVI, y antes de que nadie estandarizara las gramáticas de idiomas como el alemán o el ruso, misioneros españoles irían escribiendo las gramáticas del mapundungun (1606), el atlentiac (1607), el aymara (1612), el mochica (1644), el maya (1684) o el chiapaneca (1690).

La labor lingüística realizada por los misioneros españoles en el Nuevo Mundo fue asombrosa. Los españoles no llegamos allí para desplazar a sus habitantes, ni para exterminarlos, sino para incorporar aquellas tierras a la Corona española y para hacer de sus habitantes súbditos de la Corona. Y el primer paso era, por supuesto, evangelizar a esos nuevos súbditos. Y para evangelizarlos, la forma más sencilla era predicarles en su propio idioma. De modo que una legión de misioneros se puso manos a la obra, aprendiendo primero aquellas lenguas y escribiendo y predicando después en ellas. Y en numerosas ocasiones, el estudio de esas lenguas quedaba sistematizado mediante gramáticas y otras obras menores, que permitieran aprender el idioma con mayor facilidad a los que vinieran detrás. En muchos casos, la labor de los misioneros españoles contribuyó a que aquellos idiomas no se extinguieran, absorbidos por el español.

Comparen Vds. ahora la historia de fray Alonso de Molina con lo que sucedió al norte, en la parte de América colonizada por los ingleses. Alonso de Molina no hubiera podido aprender por mero contacto la lengua local, porque no habría habido niños indígenas con los que jugar en la calle: los indios eran desplazados para arrebatarles directamente sus tierras y encerrarles en reservas, en lugar de convivir con ellos. En caso de haber habido indios con los que interaccionar, Alonso de Molina no les habría predicado en su lengua, porque a nadie le importó un bledo, hasta el siglo XIX, evangelizar a los considerados salvajes. Y en caso de haberse tomado el trabajo de aprender el idioma de algunos de esos indios, a Alonso de Molina no se le habría ocurrido escribir una gramática, porque nadie hubiera entendido ni apreciado que lo hiciera.

Y buena prueba de ello es que el primer intento de dotar de escritura a uno de los principales idiomas indígenas norteamericanos, el cheroqui, no se produjo…¡hasta 1809! Y tuvo que ser un indio cheroqui, un platero de nombre Sequoyah, el que se encargara de definir un silabario. Muchos de los restantes idiomas indígenas norteamericanos no conocerían nada parecido a una definición escrita hasta bien entrado el siglo XX.

Miren a una forma de entender la colonización. Compárenla con la otra. Y la próxima vez que alguien les venga con chorradas sobre leyendas negras, recuérdenle la figura de Fray Alonso de Molina y de tantos otros como él. Y mándenle muy respetuosamente a tomar viento.

Luis del Pino, Director de Sin Complejos en esRadio, autor de Los enigmas del 11-M y 11-M Golpe de régimen, entre otros. Analista de Libertad Digital

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