Soy consciente de que el famoso «es de Ronda y se llama Cayetano» ha sido imitado un millón de veces para encabezar un artículo; vaya aquí una más. No se me ocurre mejor manera a fin de comenzar, y eso que no hablo de un coleta novel; para nada.
«Maños, navarros y riojanos, primos hermanos», dice el sabio refranero. Y estas fechas del Pilar han contemplado, en el coso zaragozano de La Misericordia, las últimas ovaciones del año para Diego Urdiales, a pesar de un lote sin opciones. Urdiales venía de ofrecer lecciones de a tres pilosas en Las Ventas, Bilbao y Alfaro; dos en Arnedo; y otra más, sumada en Logroño. Seis actuaciones, doce orejas; la mitad en plazas de primera. Y las consigue con un toreo exquisito y sincero; muy de verdad.
Como he dicho, el arnedano, acababa de poner patas arribas la plaza más importante del mundo, con una terna de apéndices, y el público puesto en pie, obligándole a caminar dos vueltas al anillo tras desorejar su segundo astado. Apoteósica salida a hombros.
Evidentemente, el súcubo de los despachos ha ido a por él. Qué este gran diestro haya acabado con ese número de corridas, es una vergüenza.
Del «maños, navarros y riojanos, primos hermanos» que citaba antes, vemos que solo Aragón y Rioja aparecen en su temporada. Sin embargo, no hemos podido ver su excelente clasicismo con los trastos, y su pura ejecución de la suerte suprema en ninguna los ruedos de la Comunidad Foral. Eso que fue el triunfador de Estella 2017, sajando la tríada, o en Fiero con dos. Y mira que Pamplona tiene sitio en los carteles.
Soy partícipe de que tiene apalabrados dos festejos en San Isidro 2019, así que confío que a Diego le ofrezcan contrato, entre otras muchas ferias, los Sanfermines próximos, campaña en la que me gustaría también contemplar a Javier Marín, además de en Pamplona, en la capital aragonesa o Logroño, como buenos vecinos. Así sea.
Jesús Javier Corpas Mauleón, crítico taurino
