La escritora de origen marroquí Saphia Azzeddine aborda en su nueva novela «El viento en la cara» la situación de la mujer en el mundo integrista islámico, a la vez que reflexiona sobre la condición femenina en general, sobre la que opina: «hay mujeres sumisas en todas partes».
En una entrevista con Efe, Azzeddine, que con este libro se ha convertido en un fenómeno de ventas en Francia, donde reside desde niña, cree que a través de sus textos se puede conocer la situación «no solo de las mujeres musulmanas oprimidas, sino también de las sumisas que viven en Occidente, aquellas a las que se les exige ser madre y puta a la vez, algo que es muy violento pero que casi hemos aceptado».
A su juicio, no hay que obviar los problemas de las mujeres en el Islam, pero «en Occidente también se ha integrado el principio de que debemos ser eternamente jóvenes, sexys y estupendas». «El burka, al final, una se lo puede sacar, pero hay pechos falsos operados o estiramientos de piel que pueden ser verdaderas torturas».
En «El viento en la cara» (Grijalbo) narra la historia de Bilqiss, una joven viuda musulmana, que se enfrenta a un juicio en el que está en juego su vida por haber ocupado el lugar del muecín a la hora del rezo, aunque no está sola, puesto que una periodista estadounidense intentará difundir su causa por todo el mundo.
Junto a estos dos personajes se encuentra el juez del caso, un hombre que conoce muy bien a la acusada y que se debate entre la obediencia ciega a la ley y el discurso rebelde de Bilqiss.
Saphia Azzeddine, musulmana y enormemente crítica con el integrismo, defiende que a menudo se habla de las mujeres musulmanas oprimidas «pero se olvida que en España, un país católico, es donde hay más mujeres maltratadas que mueren a manos de un hombre».
«No tenemos que hacer ninguna competición -precisa- y no se trata de fracturar la indignación, porque el dolor es el mismo en Afganistán que en España o en Francia, donde hay declaradas quince violaciones diarias y unas cuarenta violaciones no declaradas».
Para la novelista, «las atrocidades no tienen fronteras y, en ocasiones, se muestran las de fuera para que uno piense que dentro no estamos tan mal».
Respecto a si existe choque de culturas y civilizaciones, Azzeddine es contundente y responde que no, al tiempo que recuerda que de pequeña creció con la cultura marroquí a su alrededor, «sin saber si mis amigas del colegio eran ateas, judías o cristianas, y eso ocurría hace más de veinte años».
Por otra parte, critica que el mundo musulmán ilustrado «nunca ha recibido el apoyo del mundo occidental», aunque no obvia que «luego está la responsabilidad de los propios musulmanes, de la gente que durante demasiado tiempo ha dejado que los autócratas gobiernen y decidan en lugar de ellos».
Además, advierte de que cuando la gente «vive la desesperanza al máximo extremo, la muerte puede parecer dulce y eso es lo que da miedo».
Sobre esta problemática ahonda en que «se ha hecho demasiado daño antes; hay demasiado poso de daño, no solo es un problema religioso, es también político. La carnicería que se ha provocado en Oriente Medio, con cuatro millones de muertos musulmanes en treinta años, es una explicación de este ‘estoy hasta arriba de la injusticia'».
En su opinión, «lo que queremos todos ahora es que haya calma, que se hagan las paces, no con un amigo, sino con un enemigo y eso exige una inversión personal por parte de cada uno de nosotros».
Asimismo, destaca que la educación es «fundamental» y la implicación de padres y madres todavía más. «Eso es lo que te enseña a aceptarte tal como eres y hoy los padres dimiten un poco como padres, pensando que la escuela o los medios de comunicación son los responsables de hacerlo, pero no».
Precisamente, no esconde que debe mucho a sus progenitores, tanto a su madre como a su padre, un hombre que «creció en medio del desierto, en un entorno pobre y que saltó varias generaciones y, aunque era un poco quisquilloso, a la vez era un hombre lleno de amor, que me animó a escribir, a tener la osadía de hacerlo». EFE