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Decenas de miles de refugiados menores solos ponen en jaque a Alemania

Decenas de miles de menores de edad han llegado a Alemania solos en los últimos meses buscando asilo, jóvenes como el iraquí Ali, la guineana Kaba o el maliense Siaka, que dejan atrás la violencia, pero también a sus familias, en busca de un futuro mejor.

Su situación y su cuantía suponen todo un desafío para el Gobierno alemán, al que muchos especialistas y asociaciones -pese a la generosidad de su sistema de acogida- reclaman que apoye a estos jóvenes más allá de lo material y de la barrera legal de los 18 años.

 Ali Hussein tenía 17 años cuando llegó a Berlín, tras abandonar Irak, donde vivía con sus padres y sus dos hermanos menores, cruzar Turquía y recorrer en diferentes transportes, durante cuatro días y cuatro noches, la ruta de los Balcanes.

«Vine porque en mi país había algún problema. Por eso no podíamos quedarnos en nuestra casa, huimos a Kurdistán y después pensé que quería seguir con mi vida. Entonces me marché a Turquía, donde viví seis meses, y luego vine aquí», explica a Efe este joven de ojos ávidos y oscuros rizos rebeldes.

Hoy, diez meses después, su vida es bien distinta: Alemania le ha concedido asilo, vive en un apartamento con otros dos jóvenes en sus mismas condiciones, está a punto de empezar unas prácticas como ayudante en una farmacia de Berlín y se maneja en un alemán asombrosamente fluido.

«Aquí tampoco es fácil, pero seguro que mejor», asegura.

Ali comparte piso con Siaka, un chico que dejó atrás a su madre en Mali (de su padre no habla; su hermana «ya no está»), que estuvo a punto de morir de sed en el desierto y luego cruzó en una patera el Mediterráneo desde Libia, para llegar a Italia.

«Fue muy peligroso. Yo no sabía nadar», recuerda en un alemán entrecortado este adolescente tímido que aprendió a leer y escribir -y también a nadar- ya en Alemania, a meses de alcanzar la mayoría de edad.

Ahora aspira, «si todo va bien», a estudiar una formación profesional para atender a personas mayores.

Ali y Siaka son sólo dos ejemplos del enorme reto que tiene ante sí el Gobierno alemán con los alrededor de 60.000 menores de edad no acompañados que han solicitado asilo desde enero de 2015 y también de las dificultades con que topan estos adolescentes para salir adelante cuando por fin creían que habían llegado a su meta.

«En Berlín el problema es muy grande. Que a un joven le toque una plaza (en una institución especializada) es una lotería. Muy pocos tienen esa oportunidad. Actualmente hay miles de jóvenes en hostales, algunos hasta más de un año solos. Y hay un trabajador social por cada 120 jóvenes», señala a Efe Leonie Jacobi, coordinadora de la ONG Paul Gerhardt Werk.

Estos jóvenes, inciden los expertos, necesitan un apoyo que va mucho más allá de la ayuda material que proporciona el Estado alemán, que cubre el alojamiento, la educación, la manutención y la salud.

«Los jóvenes que están ahora en hostales reciben un euro al día, un billete de transporte público y comida, pero por lo demás les dejan todo el día solos. Esto es, no tienen plaza de colegio, nadie les atiende y ellos mismos tienen que cuidarse. Esto significa, especialmente para las mujeres, que tienen que hacerse valer», apunta Jacobi.

Incluso jóvenes como la guineana Kodiatou Kaba, que tiene 19 años y lleva cuatro en Berlín, necesitan aún de respaldo externo de profesionales para salir adelante, reclama la nueva red de colectivos «not alone» (no solos), que promueven el apoyo a estos jóvenes.

Kaba, quien rechaza hablar de su turbio pasado, tiene planes en la cabeza, pero repite de forma llamativa, como sus amigos Ali y Siaka, expresiones como «si todo sale bien», «ojalá» o «si es posible», dejando entrever incertidumbre y necesidad de una guía externa adulta.

«Primero quiero terminar mi formación y, si todo va bien, empezar el carné de conducir, encontrar trabajo, trabajar y, si todo va bien, también fundar una familia», cuenta.

Kaba, Siaka y Ali tratan, como pueden, de mantener contacto con sus familiares, pese a las dificultades técnicas y la distancia. La reagrupación es un sueño aún más lejano.

«No pueden venir aquí. No lo conseguirían. Yo soy joven, estoy solo, yo puedo hacerlo. Pero ellos no, son cuatro personas», explica Ali.

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