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Una novela gráfica se ríe de la adicción a las decepcionantes citas digitales

Seguramente, si el Philip Roth de «El lamento de Portnoy» tuviera hoy treinta años no le importaría haber firmado «Adictos al amor. Confesiones de un follador en serie», del joven israelí, Koren Shadmi, neoyorquino de adopción y autor de una divertida novela gráfica sobre los inconvenientes del sexo fácil.

Este joven, que pasaría sin problemas un cásting para un film de Woody Allen, ha utilizado su propia experiencia con las redes sociales de citas para poner el foco sobre un fenómeno en aumento: el uso de este tipo de aplicaciones de forma casi convulsiva, donde la «búsqueda de una supuesta pareja» se convierte en una frenética sucesión de relaciones sexuales, la mayoría decepcionantes, que esta obra trata de forma cómica, aunque con un claro trasfondo crítico.

«No soy psicólogo para evaluar esta forma de promiscuidad, pero creo que es como el ratón del laboratorio que tiene un suministro de morfina que se activa si le da a un botón con la patita, y al final el animal está todo el rato dándole. Pues a lo mejor nos está pasando lo mismo», comenta a Efe el autor, que participa estos días en el Salón del Cómic de Barcelona.

Shadmi pide que nadie busque lecciones moralizantes en su trabajo, que simplemente se limita, dice, a narrar, por lo vivido en propia piel, cómo el abuso de estas aplicaciones llega a provocar una alineación en la forma de atender las relaciones humanas.

«La historia es autobiográfica en parte, no voy a decir en qué porcentaje, pero me resulta interesante ver el efecto que causa en los lectores, incluso en algunos de mis amigos», asegura Shadmi, nacido en Israel, aunque tras realizar el servicio militar en su país se mudó a Nueva York para estudiar en la School of Visual Arts, de la que actualmente es profesor.

El K de adictos al amor -inicial del nombre del autor, pero también de resonancias kafkianas- es un treintañero de aire torpe que, tras una ruptura sentimental, y animado por su nuevo compañero de piso, se da de alta en Lovebug, una web de citas -mezcla de Tinder y Meetic- donde con una foto y un perfil aceptable se salta los prolegómenos del cortejo y conoce a chicas que buscan pareja o alguna aventura.

Shadmi cree que ese humor característico asociado a la cultura judeonortemaricana procede de un complejo de inferioridad.

«Del emigrante judío que llega a EEUU y que se encuentra con la colonia WASP (blanca, anglosajona y protestante), altos, rubios, grandes, mientras tú eres el judío pequeñito, que tiene la sensación de que no puedes llegar a ligar con esas mujeres tan guapas», señala el autor, aunque recuerda que Woody Allen, gracias a su sentido del humor sí que logra ligárselas: «la apariencia no lo es todo».

Lo que empieza como una broma entre compañeros de piso se convierte en una obsesión, una sucesión frenética de citas, algunas placenteras, pero en su mayoría decepcionantes, cuando no directamente cómicas

«Cuando tienes mucho para escoger, en ciudades como Nueva York, donde hay tanta gente, todo es tan rápido que las personas, las relaciones, se pueden convertir en usar y tirar», señala Shadmi, que con tan sólo 17 años firmó su primera novela gráfica.

El autor, que utiliza un estilo visual de lápiz y tintas de colores limitados, que otorgan cierta sordidez a las viñetas, advierte, sin querer sonar conservador, sobre el grado de adicción a estas aplicaciones «que lo que persiguen no es que encuentres pareja, sino que sigas utilizándolas, siendo su cliente, y eso es un problema, porque convierte a las personas en productos comerciales».

No hay veneno sino dosis, dicen, y Shadmi cree que estas tecnologías pueden resultar prácticas, aprovechables. «Yo he conocido a mi prometida y voy a casarme con ella; sin embargo, el amigo que aparece en la obra sigue yendo a cinco citas por semana, todo depende de tu fuerza de voluntad», revela.

El historietista, que ha trabajado como ilustrador para publicaciones de prestigio como The New York Times o The Wall Street Journal, no sabe si será una moda pasajera o no, pero mientras tanto, subraya, el uso de estas aplicaciones se está radicalizando.

«En 2011, yo hacía citas on line con el ordenador, y ahora si usas Tinder puedes estar todo el día con él móvil en la mano; mi hermano vino recientemente a verme a Nueva York y estuvo todo el rato con el dedo en la pantalla, y casi ni miraba las fotos, era como un juego», comenta Shadmi, autor también de «En carne viva» (Ediciones B).

Ahora, apartado de las citas digitales y a punto de convertirse en un hombre casado, Shadmi reconoce otra adicción, Cardstone, un juego de móvil que le tiene totalmente enganchado. «Me da un poco de vergüenza decirlo, es un juego de cartas, mi novia tiene el código del juego en mi iphone, y lo abre ella por mi porque, si no, no trabajo, tiene que ser ella la que me dé la dosis», dice resignado. EFE

Sergio Andreu

 

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