Sigue siendo motivo de controversia si hay (o no) una relación entre el crecimiento económico de un país y el aumento de la media de bienestar subjetivo de sus habitantes
En otro trabajo publicado en la revista Emotion se defiende, a partir de una gran cantidad de datos, que el dinero sí que da la felicidad, que quien dispone de más ingresos, goza de una mayor satisfacción y que determinado nivel de ingresos económicos es condición sine qua non para gozar de bienestar psicológico. Es lo que ya indicaba la investigación realizada por los norteamericanos Daniel W. Sacks, Betsey Stevenson y Justin Wolfers y titulada The new stylized facts about income and subjective well-being.
La paradoja de la felicidad
La denominada “paradoja de Easterlin” (o “paradoja de la felicidad”) es considerada, en gran medida, como el inicio de toda una línea de investigación sobre la relación entre la felicidad y la economía. Un trabajo empírico publicado en 1974 por el economista norteamericano Richard Easterlin venía a decir, resumidamente, que: 1) dentro de cada país y en un momento histórico determinado, las personas más ricas declararon ser, por término medio, las más felices; sin embargo, 2) si se comparaban los países entre sí, los más ricos no resultaban ser, necesariamente, los más felices, y 3) el estudio de series temporales correspondientes a los Estados Unidos no permitía asociar los aumentos de renta en el tiempo con aumentos en la felicidad de los ciudadanos estadounidenses.
En opinión de Maite Ansa, sin embargo, “la paradoja de Easterlin, probablemente, no se ha producido nunca. Si la investigación se efectúa correctamente, la conclusión es que, en términos generales, la felicidad ha ido aumentando con el crecimiento económico. Investigaciones realizadas en el 2008 y otras posteriores han analizado los mismos datos que Easterlin y, tras aplicarles metodologías más adecuadas, la paradoja se difumina: cuando una comunidad disfruta de un desarrollo económico notable, la felicidad de los ciudadanos también crece, aunque hay excepciones”.
Según Ansa, “esta línea de investigación es empírica y subjetiva, es decir, se trabaja con datos en los que cada persona habla de sí misma, desde su propio punto de vista. Se le pregunta a la gente por el nivel de satisfacción respecto a su propia vida (una cifra del 0 al 10). Hay quien responde ‘siete’, por ejemplo, pero puede darse el caso de que alguien que vive mucho mejor, desde un punto de vista objetivo, conteste ‘tres’. Por tanto, las respuestas son siempre subjetivas”.
La autora añade también que el concepto de felicidad puede resultar demasiado impreciso y que debería suprimirse y sustituirlo por el de “bienestar subjetivo”.
Cuarenta años después de que Easterlin formulara su paradoja, “los especialistas del área han llegado a la siguiente conclusión: hay una relación positiva entre renta y felicidad si se comparan individuos de un mismo país en un determinado momento histórico (nivel microeconómico), así como cuando se comparan países en un momento concreto (nivel macroeconómico).
Sin embargo, sigue siendo motivo de controversia si hay (o no) una relación entre el crecimiento económico de un país y el aumento de la media de bienestar subjetivo de sus habitantes. Tampoco está claro si existe un punto de saturación para la renta a partir de la cual esta deja de influir positivamente en el bienestar subjetivo, ni si la magnitud de la relación bienestar subjetivo-renta es aproximadamente igual para los ricos que para los pobres, tanto a nivel micro como macroeconómico”, finaliza Ansa.
(Fuente: UPV/EHU)