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OPINIÓN: ¿Semana solidaria?

OPINIÓN: ¿Semana solidaria?

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Ya ha dado comienzo la Semana Solidaria. Me llama tremendamente la atención que, en muchos colegios y en algunas cadenas de televisión, estemos tan condicionados -imagino que a otros niveles también- con cualquier cosa que promovemos. Bien sea por tratarse de una seria necesidad como la de dar de comer al hambriento, de beber al sediento o, ¿por qué no?, dar libros a los niños carentes de todo tipo de educación.

Hay una conducta muy común entre todos –y cuando digo todos es todos- y es que cuando tratamos este tema, se nos baja la mirada, fruncimos un «pelín» el ceño y se nos derrama el corazón al pensar que nuestros hijos tienen más. Más de lo que pueden necesitar. Por ejemplo, cuando sus lapiceros están algo desgastadas por el incesante trasiego entre cuadriculas milimetradas, renglones de una sola línea o folios en blanco dispuestos todo el conocimiento adquirido, ahí está el «páter amantísimo». Y… lapicero flamante nuevo, para que no sufran más en una tarea tan estresante para ellos. En contraposición, hay niños en el mundo que, aún hoy, en pleno s. XXI, no sólo no pueden escribir, sino que algunos no saben y ésa palabra no existe en su particular «diccionario de la vida». Tal vez porque en sus renglones, con el tiempo, ni siquiera  lleguen a ser “torcidos” -como decía Don Torcuato Luca de Tena- .

Puede que sea una manía generalizada abrir nuestro corazón ante la sociedad y cerrarlo, a cal y canto, al llegar a casa… va a ser eso. Pero la realidad es que nos gusta vestirnos de conciencia e hipocresía ante los demás y desnudarnos a la que pegamos la vuelta. Para estos inventamos las Semanas Solidarias, el Día del Niño (no el de la Lotería), Día del Menor, el Juguete Solidario, un muñeco-una sonrisa… ¡Qué cinismo! que nos tengan que decir ¿cómo? ¿Cuándo? Y, ¿dónde? Y no sólo eso, lo peor es quiénes nos lo dicen: deportistas «podridos» de dinero, artistas de «varietés» en espectáculos glamurosos que ocupan horas y horas de la programación habitual de las cadenas, millonarios… y, de colofón, esos politiquillos de tres al cuarto que, buscando sí o sí, el perfil perfecto, no hacen otra cosa que posar, foto a foto, en cada evento que se precie.

Pero lo peor no esto, lo peor es que les creemos, le seguimos el juego y aplaudimos estas y otras grandes proezas que solo les benefician a ellos mismos. Entonces es cuando volvemos a bajar la mirada y vemos reflejadas en el suelo nuestras propias carencias y lo «sobrados» que van estos, lo buenos que son y ese pedazo de corazón que se les sale del pecho.

Nosotros aquí abajo en la tierra, nos limitamos a contribuir (no sin hacer un esfuerzo) con todas las actividades que los colegios programan, porque, dicho sea de paso, los hijos vienen del cole con la «semi-obligación» de asistir a cada una de las actividades programadas para los propios niños. Y nosotros, los adultos, abordados cada 25 pasos por chavales enfundados en chalecos unicolores y representando a esa asociación, ONG, etc. No, señores, no. Así, no. Ni solidaridad ni hosti y mucho menos obligados y avasallados. Nosotros ¿qué somos, los graciosos y los otros los que caen en gracia?

Pues, sinceramente, cuando me llamen para trabajar en un campamento de refugiados, de esos con los que la TV inunda, minuto a minuto, nuestros hogares, hiriendo, nuestros cada vez más maltrechos corazones, entonces y sólo entonces, me haré «solidario» y viviré la solidaridad desde dentro, como debe ser.

¿No es más solidario enseñar a pescar, que proporcionar miles y miles de cañas? Digo yo…

Fran González

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