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Adiós Agosto, bienvenido Septiembre y… la vida sigue en España, «un Imperio de leyenda» marchito

Termina el verano -vacacionalmente hablando, porque todavía restan veinte días de estación-, supuesto tiempo de «reflexión» y preparación de la agenda para el «definitivo» cambio de vida, es decir, el enésimo, que al final se queda en eso, un buen deseo, pero la vida sigue su curso y no «empieza» de nuevo con el curso -valga la redundancia- político o académico. La miseria del primero continúa y el desastre del segundo lo mismo, pero tirando a peor, si cabe, de acuerdo con Murphy, con esa nueva y «exigente» ley que la pijovasca Isabel Celaá dejó como herencia a su «alegre» sucesora, Pilar Alegría «Continente» que, me temo, andará tan ligera de «contenido» como la vasca y que su compinche podemita de Universidades, el activista del Mayo del 68 francés, Manuel Castell, pretende culminar con la expulsión del Jefe del Estado como expedidor -además de indultos- de títulos universitarios, cada día, salvo excepciones muy concretas, menos prestigiados por el mercado.

Y al hilo del desastre educativo en el que cuarenta años de pésima gestión estatal y tan generosas como inexplicables cesiones autonómicas, que los nacionalismos «históricos» y los de nuevo cuño surgidos de ese no menos desastroso Estado de las autonomías, ayudan a empeorar, nada mejor que incidir en una de las cuestiones que nunca se quisieron abordar seriamente y que traen causa en el deterioro del sentimiento patrio que en esas cuatro décadas ha venido cayendo al ritmo que se iban imponiendo los regionalismos, supuestamente «históricos» -insisto- o, más bien, impostados, todos.

Me refiero al falaz invento de la Leyenda Negra española, nacida de la manipulación de unos datos exagerados de Fray Bartolomé de las Casas por el protestante flamenco Guillermo de Orange, que ya no sólo alimentan sus creadores holandeses y seguidores británicos, franceses y otros que no soportaron el dominio español en el mundo durante los siglos XV a XVII, sino que encuentran cada vez más injusta réplica en las «hijas» -omitiré por respeto al lector lo que podría seguir- hispanas de la otrora respetada Madre Patria, a la que le deben existencia, idioma, cultura y religión y, aún peor, en algunas regiones del territorio español, cada día más crecidas al no encontrar freno -por acción o por omisión- en las principales magistraturas del Estado, Jefatura y diferentes Gobiernos.

Afortunadamente, hay excepciones en esos países que le deben todo a España y a falta de que desde dichas magistraturas o los ministerios concernidos dijeran nada, ha sido precisamente un argentino, el académico y consultor de relaciones internacionales Juan Marcelo Gullo Omodeo el que ha salido al paso de la última barbaridad expelida por el presidente mejicano Andrés Manuel López Obrador, el impopular populista AMLO, que en un acto denominado “500 años de Resistencia Indígena 1521 México-Tenochtitlán” para conmemorar el 5º centenario de la caída del Imperio Azteca, afirmó que «la Conquista fue un rotundo fracaso», calificando al español Hernán Cortés de «un militar desalmado, un político, ambicioso de fortuna, que hábilmente aprovechó las divisiones y las debilidades de los mexicas para imponerse con discursos, argucias, terror y violencia, hasta conseguir apoderarse del anhelado tesoro en oro y plata de Tenochtitlán”.

Por su interés, reproduzco su artículo, Imperio español de leyenda, que merece la pena leer varias veces, en el que a modo de carta abierta, replica al antes citado AMLO, amigo pro-bolivariano de los actuales socios de gobierno en España, lo que ya «acredita» y retrata al presidente mejicano:

<<Estimado señor presidente de la República de México don Andrés Manuel López Obrador. El pasado 13 de agosto, en ocasión de cumplirse el 500 aniversario de la liberación -para usted caída- de Tenochtitlán, citó textualmente, sin nombrarme, un párrafo de la entrevista que el diario ELMUNDO tuvo a bien realizarme el viernes 23 de julio a raíz de la publicación en España de mi libro Madre Patria, desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán.

En su discurso, usted afirmó: «Hay asuntos que deben aclararse en la medida de lo posible. Por ejemplo, hace unos días un escritor pro-monárquico de nuestro continente afirmaba que España no conquistó a América, sino que España liberó a América, pues Hernán Cortés, cito textualmente, ‘aglutinó a 110 naciones mexicanas que vivían oprimidas por la tiranía antropófaga de los aztecas y que lucharon con él’». Usted también me acusó sin ningún tipo de pruebas -y sin haberse tomado siquiera la molestia de ojear mis antecedentes académicos o de recabar información sobre mi trayectoria política antiimperialista- de ser un representante del pensamiento colonialista.

Coincidiendo con su apreciación de que hay asuntos que deben aclararse, quisiera recordarle que, como afirma el arqueólogo mexicano Alfonso Caso, quien fuera rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, «el sacrificio humano era esencial en la religión azteca». Es por ese motivo que en 1487, para festejar la finalización de la construcción del gran templo de Tenochtitlán -del cual usted, el pasado 13 de agosto, inauguró una maqueta monumental- las víctimas del sacrificio formaban cuatro filas que se extendieron a lo largo de la calzada que unían las islas de Tenochtitlán. Se calcula que en esos cuatro días de festejo los aztecas asesinaron entre 20.000 y 24.000 personas.

Sin embargo Williams Prescott, poco sospechoso de hispanismo, da una cifra más escalofriante. «Cuando en 1486 se dedicó el gran templo de México a Huitzilopochtli, los sacrificios duraron varios días y perecieron 70.000 víctimas». Juan Zorrilla de San Martín en su libro Historia de América relata que «cuando llevaban los niños a matar, si lloraban y echaban lágrimas, más alegrábanse los que los llevaban porque tomaban pronósticos que habían de tener muchas aguas en aquel año». «El número de las víctimas sacrificadas por año», tiene que reconocer Prescott, uno de los historiadores más críticos de la conquista española y uno de los más fervientes defensores de la civilización azteca, «era inmenso. Casi ningún autor lo computa en menos de 20.000 cada año, y aún hay alguno que lo hace subir hasta 150.000». Marvin Harris, en su famosa obra Caníbales y reyes , relata: «Los prisioneros de guerra, que ascendían por los escalones de las pirámides, […] eran cogidos por cuatro sacerdotes, extendidos boca arriba sobre el altar de piedra y abiertos de un lado a otro del pecho con un cuchillo… Después, el corazón de la víctima -generalmente descripto como todavía palpitante- era arrancado… El cuerpo bajaba rodando los escalones de la pirámide…».

¿Dónde eran llevados los cuerpos de los cientos de seres humanos a los cuales, en lo alto de las pirámides, se les había arrancado el corazón? ¿Qué pasaba luego con el cuerpo de la víctima? ¿Qué destino tenían los cuerpos que día a día eran sacrificados a los dioses? Al respecto, Michael Hamer, que ha analizado esta cuestión con más inteligencia y denuedo que el resto de los especialistas, afirma que «en realidad no existe ningún misterio con respecto a lo que ocurría con los cadáveres, ya que todos los relatos de los testigos oculares coinciden en líneas generales: Ias víctimas eran comidas». Los numerosos trabajos científicos -tesis doctorales, libros publicados por prestigiosos académicos de fama mundial- con los que contamos hoy, no dejan lugar a dudas de que en Mesoamérica había una nación opresora, la azteca, y cientos de naciones oprimidas, a las cuales los aztecas no solo le arrebataban sus materias primas -tal y como han hecho todos los imperialismos a lo largo de la historia- sino que les arrebataban a sus hijos, a sus hermanos… para sacrificarlos en sus templos y luego repartir los cuerpos descuartizados de las víctimas en sus carnicerías, como si fuesen chuletas de cerdo o muslos de pollo para que esos seres humanos, descuartizados, sirvieran de sustancioso alimento a la población azteca. La nobleza se reservaba los muslos y las entrañas se dejaban al populacho. Las evidencias científicas con las que contamos hoy, no dejan lugar a dudas al respecto. Era tal la cantidad de sacrificios humanos que realizaban los aztecas de miembros de los pueblos por ellos esclavizados, que con las calaveras construían las paredes de sus edificios y templos.

Es por eso que, el 13 de agosto de 1521, los pueblos indios de Mesoamérica oprimidos por los aztecas festejaron la caída de Tenochtitlan. Como usted, señor presidente, tuvo que reconocer en su discurso, a regañadientes y entre líneas, es materialmente imposible pensar que, con apenas 300 hombres, cuatro arcabuces viejos y algunos caballos, Hernán Cortés pudiera derrotar al ejército de Moctezuma integrado por 300.000 soldados disciplinados y valientes. Hubiese sido imposible, aunque los 300 españoles hubiesen tenido fusiles automáticos como los que hoy usa el Ejército español. Miles de indios de las naciones oprimidas lucharon, junto a Cortés, contra los aztecas. Por eso, su compatriota José Vasconcelos afirma que «la conquista la hicieron los indios».

¿Y que aconteció después de la conquista, después de esas primeras horas de sangre, dolor y muerte? Todo lo contrario de lo que usted afirma. España fundió su sangre con la de los vencidos y con la de los liberados. Y recordemos que fueron más los liberados que los vencidos. México se llenó de hospitales, colegios bilingües y universidades. España envió a América a sus mejores profesores y la mejor educación fue dirigida hacia los indios y los mestizos. Permítame recordarle, señor presidente, que tan respetuosos fueron los libertadores españoles -perdón: los conquistadores- de la cultura de los mal llamados pueblos originarios, que en 1571 se editó en México el primer libro de gramática de lengua nahualt, es decir 15 años antes de que en Gran Bretaña se publicara el primer libro de gramática de lengua inglesa. Todos los datos demuestran que, al momento de su independencia de España, México era mucho más rico y poderoso que los Estados Unidos.

Perdóneme usted, señor presidente, que me vaya un poco por las ramas, pero quisiera sugerirle, con todo respeto, que el próximo 2 de febrero, cuando se cumpla un nuevo aniversario del ignominioso tratado de Guadalupe Hidalgo -por el cual los Estados Unidos arrebataron a México 2.378.539 kilómetros cuadrados de su territorio- usted realice un gran acto como el que organizó para el 13 de agosto. Que para realzar el mismo, invite al presidente de los Estados Unidos Joseph Biden y en un gran discurso, cuando esté ante el presidente estadounidense, le exija que pida perdón al pueblo mexicano por haberle robado Texas, California, Nuevo México, Nevada, Utah, Colorado y Arizona, tierras que fueron indiscutiblemente parte de México.

Por último estimado presidente quisiera contarle que, como desde niño siempre me he sentido ligado sentimentalmente a los pueblos oprimidos -quizás por haber nacido en un hogar humilde de la ciudad de Rosario en la República Argentina-, si pudiese viajar en el túnel del tiempo, una y mil veces, me sumaría a los apenas 300 soldados de Hernán Cortés que, con el coraje más grande que conoce la Historia, liberaron a los indios de México del imperialismo antropófago de los aztecas.>>

Y no puedo terminar sin recomendar al respecto el libro «Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español» de María Elvira Roca Barea, que pone las cosas en su sitio y debería formar parte del programa de Historia de España en la formación académica.

Antonio De la Torre, licenciado en Geología, técnico y directivo de empresa. Analista de opinión

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