A pesar de estar en plenas vacaciones -al menos los afortunados que lo estemos-, no nos podemos quejar de noticias en este sufrido mes de Agosto en el que, como cada año, se «descubre» que en estas latitudes del Hemisferio Norte » hace calor en verano» -ya llegará Enero para «redescubrir» que «en invierno hace frío»- y acabamos de pasar la «primera ola de calor» según los medios, para cuya desgracia, y como ahora acaba saliendo todo, no llega a la que en 1957 publicaba el entonces semanario El Español -no el de Pedro J. Ramírez, que casi no «era» entonces ni se le esperaba todavía, aunque llegó, y de qué manera- como <El verano más caluroso del siglo, tras alcanzarse 50° centígrados en «algún lugar de la Mancha»> -cosas del «cambio del clima climático» con el que unos cuantos se están haciendo millonarios y en el que otros muchos vegetan- como seguramente algunos supervivientes de entonces «sí querrán acordarse». Yo, particularmente, me acuerdo de algunos veranos de Córdoba en los que, con alguna punta de 46° y 48°C -por supuesto, a la sombra-, los días que el termómetro bajaba de 40°C se decía «hoy parece que refresca un poco». Al fin, por unos días, el último fin de semana, esta ola de calor priorizó sobre las de la «plandemia» del COVID que ya va por la sexta, la Lambda, y, como decía hace unos días, todavía nos quedan bastantes hasta que acabemos con los veinticuatro caracteres del alfabeto griego, así que paciencia y ánimo.
Como decía, no ha faltado de nada, terremotos, en Granada y Málaga y, de nuevo, y mucho más grave en Haití; escalada injustificable del precio de la electricidad que el gobierno ni frena ni explica; avance de los islamistas talibán en Afganistán, a las pocas semanas de que el «héroe americano» Joe Biden anunciara la retirada de tropas, hasta hacerse con el poder y tomar la capital, Kabul, en un visto y no visto tras la huída del «presidente» del gobierno afgano; incendios importantes en Europa y en España como los de Turquía y Grecia, un poco lejos, y los más cercanos de Ávila, Castellón y Córdoba; devolución de MENAS a Marruecos -aunque ya salió un juez «protector» que la paraliza «cautelarmente» (otro gallo cantaría si algunos jueces tuvieran más «cautela» con el cumplimiento estricto de muchas leyes)- que, en principio, produjo la enésima «ruptura» escenográfica entre los socios socialcomunistas del gobierno -el ministerio del «pequeño» Marlaska y el de su colega de Podemos, la ya cuestionada nueva líder morada, Ione Belarra-, que no llegará a nada -me refiero a la «ruptura», no a la líder, que ya ha superado con creces su nivel de incompetencia- porque lo importante es continuar en el banco azul y esas «minucias» no van a dar al traste con el principal objetivo de ambos, destrozar España y completar la promesa de Alfonso Guerra: «Cuando nos vayamos, no va a conocer España ni la madre que la parió». Él no lo consiguió, aunque puso muchos «granitos de arena» en el engranaje que no limpió José Mª Aznar, pero ya falta poco después del acelerón de José Luis Rodríguez, que no supo cortar de raíz Mariano Rajoy y del sprint del doctor Fraude con las colaboraciones, indirectas o no, de Albert Rivera y Santiago Abascal.
Y, cómo no, en verano, aparecen noticias con «vacacionalidad y alevosía» -no es la primera vez que los políticos aprovechan el aún mayor aletargamiento veraniego del «rebaño» para colarle algún gol de rebote-, como lo de la nueva ley concursal que prepara Hacienda, que avisará a las empresas cuando vea que se encaminan a la insolvencia. Supongo que las públicas serán las primeras en recibir el «aviso» -la mayoría merecerían los tres, más descabello y puntilla, si no vuelta al corral del que salieron-, porque no hay una rentable desde que en tiempo casi inmemorial lo fuera Minas de Almadén y, pese a ello, los socios del «presimiente» Pinocho Sánchez insisten en crear una más para «gestionar» la energía, dicen aquellos que no han trabajado nunca y sólo viven del populismo que una parte de la ignorancia social creciente que ellos crearon y alimentan, les sigue comprando. Claro que otra parte de la sociedad, supuestamente menos ignorante, también compra populismo fácil al otro extremo, que se sostiene amagando con demagogia contra el gobierno y sacudiendo con contundencia a su socio natural, convertido en enemigo por la gracia de un ambicioso vasco que, como los del otro lado, tampoco dio muchos palos al agua en su vida. Pero de eso no toca hablar hoy y lo dejo en el apunte, para que no se olvide.
Pero de todo ello y algo más que me dejo, creo que por su trascendencia internacional, el asalto al poder afgano de los talibán -plural de talib que nuestros expertos «periolistos tertulíticos» omnisapientes y políticos en general han «españolizado» con un «es» añadido- será probablemente la noticia del verano, aunque sea arriesgada tal afirmación teniendo en cuenta la clase política instalada en el tan «civilizado» mundo occidental, que es capaz de superar esto y más. Salvando las distancias, el fenómeno afgano me recordó la fuga de Josu Ternera allá por 2002 cuando el Supremo lo citó a declarar y al no presentarse se le anunció lugar, día y hora en que se le iría a detener, propiciando, lógicamente, la huída del «hombre de paz», uno de los muchos de esa banda asesina, cuyos amigos soportan hoy el desgobierno frentepopulista que nos asola. Y es que fue anunciar el presidente Biden que las tropas norteamericanas dejaban el país, para que en cuestión de semanas los islamistas extremos, radicales y fanáticos, se hicieran con el poder después de veinte años de guerra, vidas humanas perdidas para nada y un gasto desorbitado que se dice que sólo por parte de USA asciende a un billón -espero que sea el americano de nueve ceros y no de doce- de dólares. El hecho, a mi juicio, demuestra dos cosas: primero, la incompetencia del norteamericano llevado a la Casa Blanca por el globalismo y sus medios -redes sociales que ellos manejan incluidas-, contra la que parecía clara voluntad del electorado del apoyo mayoritario a Donald Trump. Por otro, el desconocimiento que el mundo occidental en general tiene del Islam, demostrado una y otra vez por ese empecinamiento de valorarlo desde su prisma y quererlo llevar por esa senda.
Sin ánimo de pretender ser experto en ese mundo, Dios me libre, sí me precio de conocerlo un poco por la experiencia que me dio haber tenido que convivir con islamistas en mi etapa profesional y en diferentes países, Marruecos y Mozambique, afortunadamente no mucho tiempo, pero suficiente, y Egipto, donde el destierro fue más largo, ocho meses que se me hicieron siglos. Y aprovechar las experiencias que la vida nos ofrece y su análisis, ayuda mucho a entender algunas cosas, algo que parece que a nuestros políticos les falta o ven de otra forma desde la teoría. Por eso vi con claridad, y escrito está, el gran error que fue, veinticinco años después -2010/12-, querer considerar la conocida como «Primavera Árabe», que tanto defendió con su amigo -el entonces primer ministro turco Recep Tayyip Erdoğan- el impulsor entre 2004 y 2011 del actual desastre nacional español y hoy «asesor» del líder bolivariano Nicolás Maduro -muñeco del «pajarito» Hugo Chávez-, como un paso para llevar la democracia occidental a aquellos países, intento fracasado previamente en otros. Aquella para mí larguísima estancia en Asiut -Agosto 1985/Abril 86-, cuna del fundamentalismo islámico egipcio que en los años sesenta -me contó un compañero egipcio- provocó dos mil muertos en una revuelta de la universidad islámica contra la estatal -por supuesto, también islámica, pero menos radical, supongo- donde están muy arraigados hoy los Hermanos Musulmanes, me permitió conocer de cerca las características de ese pueblo y palpé la imposibilidad de trasladar allí nuestra filosofía de vida occidental sin un trabajo educacional previo muy intenso, una utopía después de tantos siglos de dominación fanática del islamismo. Viví entonces la revuelta de los reclutas de la policía egipcia que estalló el 25 de febrero de 1986, y que El País recogía unos días después en un artículo https://elpais.com/diario/1986/03/07/internacional/510534027_850215.html: «En El Cairo hubo 76 muertos y 579 heridos, mientras en el distrito adyacente de Giza, donde están situadas las pirámides, sólo se llegaron a contabilizar tres fallecidos y 20 heridos, el mismo número que en Asiut (Alto Egipto), que es la única ciudad de provincias donde hubo enfrentamientos sangrientos». No me extiendo demasiado en ello, pero este fenómeno de la escalada de los talibán me recuerda en cierto modo al nacionalismo creciente que padecemos en España con una raíz parecida y con un remedio posiblemente similar. La primera, el adoctrinamiento que desde la infancia reciben unos y otros, en un caso de siglos y en otro de décadas, que va fanatizando más a las nuevas generaciones y aumentando el número de fanáticos y el segundo la detección y control del problema, el aislamiento de los núcleos principales y el abordaje claro y sin ambages de un plan de educación que corte de raíz el sectarismo y vaya preparando a las generaciones futuras. En el primer caso, el islamismo, por sus raíces mucho más profundas, me parece bastante más difícil de tratar, pero en cuanto a nuestros nacionalismos artificiales y crecientes, la cosa es bastante más sencilla, si se quiere, primer paso que se requiere para solucionar un problema, una vez detectado, que parece que lo está. Respecto al islamismo, haría bien Europa en no seguir haciendo buena aquella promesa del presidente argelino Huari Bumedián en su discurso en la ONU de 1974: «Conquistaremos Europa con los vientres de nuestras mujeres», que más tarde repetiría Muamar el Gadafi de otra forma: «Alá garantizará la victoria islámica sobre Europa sin espadas, sin pistolas, sin conquistas», y en ello están si no se regula o se corta definitivamente esa presencia musulmana en nuestro continente.
Lo cierto es que este asunto de Afganistán plantea una crisis internacional, como decía, que los dirigentes de las principales potencias occidentales, su principal causante, el americano impasible, y sus cómplices necesarios, Merkel, Johnson y Macron, entre otros, se han apresurado a aparentar «gestionarla» volviendo de sus vacaciones, con la excepción de nuestro «presimiente» que, con varios días de retraso, prefirió hacerlo desde el regio palacete de La Mareta en Lanzarote, donde se ha puesto al frente, y a distancia, de su gobierno de Twiter para contarnos por esa vía y con su postureo característico, su «agilidad» repatriadora, mientras El BOE publicaba un «oportuno» anuncio para cubrir una plaza en la Embajada española en Kabul -probablemente la de liquidador- y con tanta «prisa» que ni tiempo tuvo de quitarse las zapatillas antes de ir al improvisado despacho del recinto regalado por el Rey Hussein de Jordania al Rey Juan Carlos I que lo cedió a Patrimonio Nacional, ese que es de todos los españoles pero que disfrutan unos pocos y si son de izquierdas, más, que aunque sean antimonárquicos les gusta vivir como reyes.
Antonio De la Torre, licenciado en Geología, técnico y directivo de empresa. Analista de opinión
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