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La psicopatización social y la otredad

Hace algunos años, en una clase de psicología, una profesora nos contó cierta historia. En el siglo XII, el emperador Federico II quiso llevar a cabo un terrible experimento. “Ordenó que se recluyeran en una sala 30 recién nacidos y que se le suministraran los mejores cuidados de la época. Pero con una condición, las criadas ocupadas del cuidado de los niños no debían hablarles ni establecer ningún tipo de gestualidad o comportamiento que pudiera interpretarse de un modo afectivo o emocional por los bebés […] el resultado fue desastroso, murieron todos los bebés sin excepción. Ninguno pudo siquiera alcanzar los tres años de edad.

Este caso sirvió profundamente a los psicólogos y psicoanalistas para estudiar las emociones y las consecuencias de sus privaciones en la vida del ser humano. Según lo trabajado por Lacan, la psiquis de las personas maneja tres registros: uno real, imaginario y simbólico. Él registro real es aquel que, per se, no se puede descifrar, tiene que ver con aquello que la psiquis no puede representar sino por medio de una traducción al registro de lo simbólico, es decir, adjudicándole significado. Podríamos decir que la muerte, lo sexual, el dolor puede tomarse como lo “real”. Los niños asimilan lo real a través de lo lúdico (el juego). Lo simbólico contiene dos dimensiones: el lenguaje y la cultura. Por lenguaje se entiende la comunicación verbal y la no verbal (gestos, expresiones, maneras)

Todo esto para decir que el ser humano necesita un decodificador que haga que aquello improcesable en sí mismo pueda, mediatizado por la traducción, ser procesado. A su vez, el afecto, lo sentimental, lo emocional hacen al lenguaje y, extensivamente, a lo simbólico. Entonces se hace evidente la necesidad de esta clase de expresiones. La interacción humana es indispensable para la salud de nuestro aparato psíquico.

En tiempos de cuarentena y pánico generalizado, estas maneras comunicacionales se ven debilitadas al punto de anularlas prácticamente. Los vínculos en general se vuelven difíciles de sostener y cultivar; pero a un nivel más específico aún, se manifiesta una obstaculización e imposibilidad para establecer aquellas operaciones más básicas en la comunicación humana: el sonreír, besar, estrechar las manos, abrazar, las expresiones corporales y faciales más arraigadas a la humanidad. El barbijo, en la obligatoriedad de su uso, se vuelve un impedimento para expresarse plenamente.

Si bien, desde un punto de vista racional, las personas entienden que el uso del barbijo y las medidas de la cuarentena son para prevenir en materia de salud –física-, pero la carencia de expresiones afectivas incide negativa y directamente en la salud psíquica.

Hasta aquí podría tratarse de un análisis psicosocial de la coyuntura actual. Pero, desde el Trabajo Social, es imposible no articular la mirada sobre la dimensión política.

Una población que durante determinada cantidad de tiempo presenta una progresiva ruptura de los lazos sociales y afectivos puede compensarlo con lo virtual…pero no es algo que pueda servir más que a corto plazo. Si se naturalizara esta nueva pauta de vinculo (este nuevo pacto social) pronto tendremos una sociedad de apáticos. Es imposible no evocar esas imágenes de películas distópicas donde todos los seres humanos se visten iguales, de gris o blanco, con peinados bien tirantes, pulcros, inexpresivos. ¿Es posible que, como mecanismo de supervivencia se desarrolle una inhibición emocional?

Con frecuencia, aquellos que son incapaces por una cuestión congénita o social, o la combinación de ambas, para desarrollar empatía son los psicópatas.

Pero si se pensara que, a través de una política globalista se busca subordinar la voluntad general conforme a intereses elitistas, no es desacertado intuir que una de las herramientas para esta subordinación sería una in-dividuación creciente. Primero, con la excusa de la pandemia; luego, con la amenaza latente de un rebrote.

Una sociedad compuesta de individuos, con una inhibición de los mecanismos esenciales de sociabilidad es el moldeamiento perfecto de estas políticas posmodernistas y globalistas. Una inducción a la psicopatía social.

La alternativa para combatir esta tendencia o proceso es no naturalizar estas nuevas formas de (des)vínculo, recordando siempre que somos y nos definimos en tanto y en cuanto existe el otro.

Laura Maciel, licenciada en trabajo social, actualmente cursa la carrera de ciencia política.

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