Robert Capa, Gerda Taro, Indro Montanelli, Kim Philby o Jay Allen son algunos de los corresponsales extranjeros en la Guerra Civil recogidos en el ensayo «De Hemingway a Barzini», en el que su autor, el periodista Daniel Arasa, señala que «muy pocos intentaron ser neutrales o buscar la imparcialidad».
A partir de julio de 1936, España se convirtió en el campo de batalla de las ideologías que marcaron el siglo XX, recuerda en declaraciones a Efe Arasa, y «la mayoría de historiadores norteamericanos coinciden en que, hasta entonces, ningún asunto del extranjero había impactado tanto a la opinión pública del país como la Guerra Civil española».
Aquel, que años más tarde recibiría el Premio Nobel, es sobradamente conocido, aunque mucho menos lo son sus crónicas desde España, apunta el autor, mientras que el italiano Barzini es un desconocido, pero «uno de los reporteros de guerra más relevante de la historia, aunque su figura haya quedado totalmente apartada y olvidada por ser fascista o colaborar con ellos».
En Italia, sin embargo, los expertos sitúan a Barzini en paralelo a Indro Montanelli u Oriana Fallaci, asegura Arasa.
Arasa hace un repaso de los corresponsales extranjeros más destacados de la Guerra Civil en los dos bandos, para centrarse de forma preferente y muy detallada en la información y los avatares que vivieron los reporteros en la ofensiva de Aragón y, sobre todo, en la batalla del Ebro.
En las páginas de «De Hemingway a Barzini», el autor trata las circunstancias que concurren en corresponsales como George L. Steer, Mijail Koltsov, George Orwell, O’Dowd Gallagher, Arthur Koestler, Harold Cardozo, Indro Montanelli, Jay Allen, Herbert L. Matthews, William P. Carney, Louis Fisher, Henry Buckley, Sandro Sandri, Vincent Sheean o Ilyá Ehrenburg, «algunos de los cuales eran algo más que periodistas: confidentes políticos o espías».
Un caso especialmente curioso mencionado por Arasa es el supuesto corresponsal Kim Philby, luego uno de los más famosos espías de la Guerra Fría, que «consiguió ganarse a los dirigentes nacionales simulando ser un ferviente partidario de la causa nazi, cuando en realidad era espía ruso».
Tampoco faltan fotoperiodistas de primer nivel mundial como Robert Capa, David Seymour, Henry Cartier-Bresson o Gerda Taro.
En el libro, Arasa «pone en evidencia el partidismo con que se informó desde los dos bandos» y lo que considera un «fracaso del periodismo», ya que, «si es bien cierto que la verdad es una primera víctima de la guerra, de muchos corresponsales extranjeros debía esperarse un mayor esfuerzo para distanciarse de la propaganda de los contendientes y no lo hicieron».
Gran parte de la información sobre la batalla del Ebro en el bando republicano se hacía desde el hotel Majéstic de Barcelona, a casi 200 kilómetros del frente, asegura Arasa.
Su implicación como parte activa llevó a algunos al punto de dejar la pluma para coger el fusil y convertirse en combatientes, apunta.
Constata Arasa que el interés por la Guerra Civil española fue decreciendo en los rotativos mundiales ante las grandes tensiones que vivía Europa, que desplazaron a aquella de las portadas y acapararon los titulares más destacados.
Los países totalitarios, Alemania, Italia y la URSS, solo disponían de corresponsales en un bando, en tanto que los países democráticos informaban desde los dos lados de las trincheras, destaca el periodista.
También da a conocer y analiza la prensa de las Brigadas Internacionales o descubre una publicación minoritaria pero especialmente influyente como The War in Spain, dirigida al Gobierno y a las clases dirigentes británicas «para que adoptaran una posición prorrepublicana».
El prestigioso New York Times fue uno de los rotativos que mantuvo corresponsales en cada bando, uno en el lado franquista, William Cartney, y dos en el republicano, Herbert Mattews y Lawrence A. Fersworth, si bien los historiadores coinciden en que había discrepancias en sus crónicas. EFE
Jose Oliva.