El éxito de Sírisa se debe a que las recetas aplicadas por la UE en Grecia vienen fracasando desde hace demasiados años y a que los políticos griegos tradicionales están profundamente desacreditados por su corrupción e inoperancia. ¿Les suena? Por consiguiente, Sírisa intentará aplicar otros remedios que muy probablemente empeorarán la situación. El problema básico es probablemente el euro, que se puso en marcha con las promesas más demagógicas y, digamos, populistas: aseguraría ya para el futuro una prosperidad estable e inacabable a cambio de renunciar a «grandes toneladas» de soberanía, como diría Margallo. Algo así como el trato de Esaú con las lentejas y los derechos. La pérdida de soberanía ha sido cierta (y muchos quieren reducirla a la nada) pero las lentejas han llegado muy averiadas, y no solo en Grecia, desde luego. Los países del sur de Europa han quedado encadenados a esa moneda, y salir de ella comporta unos riesgos y pérdidas inmediatas en los que nadie quiere pensar; aunque ningún país serio debería dejar de estudiar un plan B para hacerlo con los menores costes posibles, si fuera necesario Algo que nadie hace, desde luego, y por la misma razón que se aceptó entrar en la moneda única: por la frivolidad, irresponsabilidad y demagogia de los partidos en el poder, entonces el PP.
Al margen de ello, está la eterna discusión entre liberales y keynesianos sobre el papel económico del estado. Después de la II Guerra Mundial se puso en marcha un sistema de expansión sin precedentes del estado, que en la mayoría de los países occidentales ocupa en torno a la mitad del PIB. Según la teoría liberal clásica, ello sería contraproducente y en definitiva inviable, no obstante lo cual, los decenios siguientes presenciaron la mayor y más prolongada prosperidad económica de la historia, con crisis menores. En los años 80 se trató de invertir la tendencia promoviendo la reducción de impuestos la desregulación de mercados, privatización de empresas estatales y mundialización comercial. Teóricamente esas medidas debieran haber evitado las crisis, al menos las profundas, y asegurado unos índices de crecimiento mayores y más estables. Nada de ello ha ocurrido, y se han sucedido las «burbujas» y los endeudamientos masivos hasta culminar en la la profunda crisis que arrastra Europa y Usa desde hace ocho años, y que no tiene indicios claros de superarse de forma estable en un futuro previsibe. La discusión persiste entre quienes achacan esos males a la política liberal y quienes los atribuyen a no haberse aplicado a fondo los programas de liberalización y reducción del estado.
En Grecia han optado por una política de expansión estatal todavía mayor y por reducir una deuda aplastante negándose a pagar gran parte de ella. El argumento es que también se han perdonado grandes deudas a Alemania (o a Inglaterra), y desde luego los impagos e incumplimiento de compromisos no han sido cosas raras en la historia moderna europea. Además, si algunos países se han endeudado a lo loco, es porque otros han prestado a lo loco, con lo que la responsabilidad final y las pérdidas deben ser compartidas. El entusiasmo por Sírisa recuerda un poco al suscitado por Mitterrand en 1981, y que resultó económicamente muy negativo, pero el problema es seguramente más de fondo y más complejo.
Con toda su demagogia, Mitterrand se mantenía en una corriente socialdemócrata, mientras que Sírisa y Podemos son la extrema izquierda, en definitiva son comunistas, enemigos radicales de la democracia liberal. Y ello plantea muchas más cuestiones que las meramente económicas. El peligro de Podemos o de Sírisa, va más allá de las consecuencias previsiblemente ruinosas de su programa económico. Porque su ideología es esencialmente comunista y tiende a destruir o al menos desnaturalizar las normas democráticas, como por lo demás siempre ha hecho donde ha podido. Y porque el propio carácter ruinoso de sus «soluciones» económicas exigirá mayores dosis de demagogia y de imposición estatal. Una democracia no puede funcionar con grandes partidos de ideología antidemocrática, como demostró la II República española con el PSOE. Por la dinámica de sus propias concepciones políticas, la extrema izquierda tiende siempre hacia el totalitarismo, y es muy difícil que un gobierno de ese tipo no deje seriamente dañada la democracia. Y ahí está el nudo de la cuestión. En España tenemos a unos partidos que, pese a sus diferencias, forman lo que se viene llamando una «casta», es decir, el PP, el PSOE y los separatistas, que son los responsables mayores de la crisis económica, de la demolición del estado de derecho y de los procesos balcanizantes; y tenemos por otra parte a Podemos. Si el país se viera abocado a elegir entre todos ellos, el país entraría en una situación realmente dramática. Urge otra salida, otra alternativa. VOX es una esperanza, pero por el momento solo eso.
Pio Moa, historiador y escritor