En una semana en la que hemos vivido una nueva bajada de pantalones –¿y van…?– del presimiente Felónez ante su chantajista de Waterloo, mientras sigue su deriva política con la espiral judicial creciente en su entorno familiar –mujer y hermano más cerca del banquillo–; político –Ábalos, presidente del Congreso, fiscal general, algunos ministros…– y del partido sanchista –barones “díscolos”, vicetodo, secretario de Organización y presunta financiación irregular desde Venezuela–, no faltó una, a mi juicio, nueva metedura de pata del principal partido de la oposición, el siempre de perfil Partido Popular. Y es que sigue pareciendo, como en las etapas anteriores de Rajoy y Aznar, que en Génova 13 preocupa más lo que piense la izquierda –en esa absurda creencia de arañar algún voto por ese lado si no se planta cara de forma clara al verdadero rival político– que lo que piensen sus votantes. Un error, sin duda, que le da opciones al que también ha confundido su verdadero rival –por razones distintas, pero con el mismo resultado negativo– con el que, de no hacerlo muy bien, estará condenado a entenderse. Y no lo está haciendo bien el PP, que debería seguir más la línea de Madrid que la gallega.
Y siendo todo lo anterior escandaloso, y digno de un buen análisis, hoy voy a dejar a un lado nuestro sindiós político nacional, que seguirá aportando escándalos de un lado y patinazos del otro, para compartir un documento sobre EL ISLAM que recibí hace unos días, sin autor que lo firmara, con stel sugerente antetítulo del también desconocido remitente: “Lo mejor que he leído de todo esto. Sin ningún tipo de opinión. Sólo datos”. Algo que me recordó lo que dijo un conocido dirigente musulmán de un país del Norte de África, allá por los finales de los años 60’s del siglo pasado y que me sugirió el título de mi reflexión de hoy. Seguramente, algunos de mis avispados lectores habrán adivinado que me refiero al que fuera presidente de la República Democrática y Popular de Argelia entre 1965 y 1978 (año de su muerte), Houari Boumédiène, que en su discurso en la ONU dejó este alertador aviso: “Conquistaremos Europa con el vientre de nuestras mujeres”. Una frase premonitoria, que repetiría años después su vecino libio, Muammar al-Gadaffi, y que nuestros mucho menos avispados dirigentes burócratas europeos, sin distinción de país ni color, siguen sin haber asimilado e interpretado. Y en ello están nuestros “hermanos musulmanes” –no me refiero a los extremistas surgidos en Egipto bajo ese nombre– desde hace seis décadas, primero, despacito, y ya a tumba abierta con esta desnortada y desquiciada “política migratoria” que forma parte del programa de exterminio del Occidente que conocíamos –asentado en los principios y valores del Humanismo Cristiano–, liderado, entre otros, por el fundador del Foro Económico Mundial (WEF), miembro del consejo de Administración del Club Bilderberg –lo peor de cada familia– y promotor de la Agenda 2030, el nada ejemplar Klaus Schwab.
Dice así el citado documento, en el que destaco algunas frases en negrilla o subrayando lo que me parece esencial:
«El islam no es una religión, ni un culto. En su forma más amplia, es una forma de vida 100% completa, total. El islam tiene componentes religiosos, legales, políticos, económicos, sociales y militares. El componente religioso es una tapadera de todos los demás componentes.
La islamización comienza cuando se alcanza en un país un número suficiente de musulmanes como para poder comenzar campañas en favor de privilegios religiosos. Cuando en las sociedades políticamente correctas, tolerantes y culturalmente diversas se aceptan las demandas de los musulmanes en favor de sus privilegios religiosos, algunos de los restantes componentes tienden también a infiltrarse en el resto de los aspectos de la vida ciudadana. He aquí cómo funciona todo esto:
En tanto la población musulmana permanezca alrededor, o por debajo, del 2% de la de cualquier país, ésta será vista por la población local como una minoría amante de la paz, y no como una amenaza hacia los demás ciudadanos. Éste es el caso de lo que ocurre en: Estados Unidos, con un 0,6% de musulmanes; Australia: 1,5%; Italia: 1,5%; China: 1,8%; Noruega: 1,8% y Canadá: 1,9%;
Con una población que alcance entre el 2% y el 5%, los musulmanes comienzan con el proselitismo entre otras minorías étnicas y grupos descontentos del lugar, a menudo con reclutamientos considerables en cárceles y entre las bandas callejeras. Esto está ocurriendo en Dinamarca: 2,0%; Reino Unido: 2,7%; Alemania: 3,7%; España: 4,0%; Suiza: 4,3% y Tailandia: 4,6%.
A partir del 5% de población musulmana, estos ejercen una influencia desorbitada con respecto al porcentaje de población que representan. Por ejemplo, insistirán en la introducción de los alimentos halal (limpios, de acuerdo con los preceptos islámicos), asegurándose de esta manera empleos de manipuladores de alimentos reservados a los musulmanes. Empezarán las presiones sobre las cadenas de supermercados para que muestren alimentos halal en sus estanterías, junto con las correspondientes amenazas si no se cumplen estos requisitos. Esto está ocurriendo en Filipinas: 5,0% de musulmanes; Suecia: 5,0%; Holanda: 5,5%; Trinidad y Tobago: 5,8% y Francia: 8,0%. Llegados a este punto, trabajarán para que la autoridad gubernamental les permita que ellos mismos se regulen bajo la Sharía, la Ley Islámica (dentro de sus guetos). El objetivo último de los islamistas es establecer la Sharía en todo el mundo.
Cuando los musulmanes se aproximan al 10% de la población, tienden a aumentar la anarquía como un medio de quejarse sobre sus condiciones de vida en el país. En París ya hemos visto las revueltas imparables con quema de coches y de mobiliario urbano. En esta situación, cualquier acción no musulmana ofende al islam y resulta en insurrecciones y amenazas, como las de Ámsterdam tras la oposición a las viñetas de Mahoma y películas sobre el islam. Estas tensiones se ven a diario, particularmente en los sectores musulmanes de Guyana, con un 10,0% de musulmanes; Kenia: 10,0%; India: 13,4%; Rusia: 15,0% e Israel: 16,0%.
Tras alcanzar el 20%, las naciones pueden esperar disturbios espeluznantes, formación de milicias yihadistas, asesinatos esporádicos, y la quema de iglesias. Esto ocurre en Etiopía, con el 32,8% de musulmanes.
Con un 40% de musulmanes, las naciones experimentan masacres generalizadas, ataques terroristas crónicos, y guerra ininterrumpida de milicias, como las de Bosnia, con un 40,0% de musulmanes; Chad: 53,1% o Líbano: 59,7%.
Los países que alcanzan un 60% de población musulmana experimentan persecuciones sin límite de los no-creyentes de todas las demás religiones (incluyendo a los musulmanes no ortodoxos), limpiezas étnicas esporádicas (genocidios), el uso de la Ley de la Sharía como arma, y el establecimiento de la Jizya, el impuesto sobre todos los infieles, como está ocurriendo en Malasia, con un 60,4% de musulmanes; Albania, con un 70,0%; Sudán: 70% y Qatar: 77,5%.
A partir del 80% deben esperarse intimidaciones y yihad violenta sobre la población no islámica, algún tipo de limpieza étnica dirigida por el Estado, e incluso algún genocidio, a medida que estas naciones expulsan a los pocos infieles que van quedando, y se dirigen hacia el objetivo de un Estado 100% musulmán, tal y como se ha experimentado ya, o está en vías de consecución en Bangla Desh, con el 83,0% de musulmanes; Indonesia: 86,1%; Egipto: 90,0%; Siria: 90,0%; Tayikistán: 90,0%; Jordania: 92,0%; Emiratos Árabes: 96,0%; Irak: 97,0%; Pakistán: 97,0%; Irán: 98,0%; Gaza: 98,7%; Marruecos: 98,7%; Palestina 99,0% y Turquía: 99,8%.
Alcanzar el 100% marcará el comienzo de la Paz de “Dar-es-Salaam” (el Paraíso de la Paz islámico). Aquí, se da por supuesta la existencia de la paz, porque todo el mundo es islámico, las Madrazas son las únicas escuelas, y el Corán la única palabra, como ocurre en Afganistán, con el 100% de musulmanes, al igual que Arabia Saudí, Somalia y Yemen.
Desgraciadamente, la paz nunca se alcanza, puesto que en estos estados con el 100% de musulmanes, aquellos más radicales intimidan y vomitan odio, y satisfacen sus ansias asesinando a los musulmanes menos radicales, por una variedad de razones.
Es importante entender que, en algunos países, con bastante menos del 100% de población musulmana, como en Francia, la minoría musulmana vive en guetos, dentro de los cuales constituyen el 100%, y en los que viven bajo la Ley de la Sharía. La policía no osa entrar en esos guetos. No hay tribunales, ni escuelas nacionales, ni establecimientos religiosos no musulmanes. En estas situaciones, los musulmanes no se integran en la comunidad en general. Los niños asisten a las Madrazas (escuelas musulmanas), donde sólo estudian el Corán.
Incluso relacionarse con un infiel es un crimen punible con la muerte. Por lo tanto, en algunas áreas de ciertas naciones, los imanes y los extremistas musulmanes ejercen más poder que el que la media nacional de penetración de la población podría indicar.
Mil quinientos millones de musulmanes representan hoy el 22% de la población mundial. Pero su tasa de nacimientos eclipsa a la de los cristianos, hinduistas, budistas, judíos y todos los demás creyentes. Los musulmanes superarán el 50% de la población del mundo al final de este siglo».
Hasta ahí la secuencia de datos a los que se refería el antetítulo que decía al principio, con una elocuente conclusión, que enlaza con la frase premonitoria del expresidente argelino que recogía en la introducción, destinada a Europa, y ampliando ahora su ámbito de aplicación:
«Este es el futuro que le espera al mundo a no ser que se tome conciencia y los deje vivir solamente entre ellos y en sus países disfrutando su «cultura». No aportaron nada a la humanidad en los últimos 100 años y no se ve ninguna razón para que lo empiecen a hacer ahora…».
Y se completaba el documento con una frase del conocido escritor de novela histórica estadounidense, León Uris , autor entre otros éxitos de Éxodo (1958), que fue llevada al cine dos años después. Según el escrito, Uris adaptaba de esta forma un viejo dicho árabe, en su obra El Peregrino: “Antes de cumplir los nueve años, ya había aprendido la doctrina básica de la vida árabe: era yo contra mi hermano; yo y mi hermano contra nuestro padre; mi familia contra mis primos y el clan; el clan contra la tribu; la tribu contra el mundo, y todos juntos contra los infieles”.
Lo dicho, el que avisa, no es traidor y el aviso viene de sesenta años, por lo menos.
Antonio De la Torre, licenciado en Geología, técnico y directivo de empresa. Analista de opinión.