Emilio Garrido Landívar
Todos sabemos cuánto daño hace las emociones tóxicas en aras a no saber encajar las frustraciones y las contrariedades… Sin embargo, esos sentimientos que son tan efectivos y necesarios como son las emociones positivas, las estamos percibiendo en estos días de un mes “otoñal”
lleno de “danas” que ahogan nuestro vivir con sobresaltos y con disputas más duras que las trombas de agua y granizo que estamos viendo día a día.
Las elecciones y resultados, que estamos viviendo; originan emociones de todo tipo para quien las pierden y para quien las gana; afloran un torrente de infinitas emociones y sentimientos que se van fraguando a una velocidad, que es proporcional al daño que producen, más tóxicas más rápidas… Las emociones positivas son más sutiles. Las emociones tóxicas generan reacciones incubadas durante mucho tiempo y explotan de tal manera, que quienes las dirigen, no suelen ser conscientes de ellas y del daño que procuran a quienes dirigen y a quienes acaban creyendo que, no son tan tóxicas como parecen, y el daño ya está hecho y no son capaces de reconocer que no es un asunto de hoy o de ayer, es el resultado de muchos errores no resueltos, de muchos empecinamientos y, de grandes desaires cometidos, sin ser capaces de pedir el perdón debido a la sociedad que dirigen.
Los líderes de cada una de las formaciones toman las medidas externas -de cara a un público enardecido-, de lo bien que lo han hecho, de cómo sus errores han sido perdonados, y que en realidad sus resultados son tan buenos que pueden seguir recalcitrantes en su ofuscación. Pero por dentro se establece un terremoto tóxico, buscando la coartada para reprimir y taponar heridas que ninguna “tirita” es capaz de restañar. No aceptar la realidad palpable y objetiva es decidir con toda la fuerza e impunidad que los demás se han equivocado. ¡Nosotros hemos ganado!
¡Todos los grupos ganan! ¿Cómo es posible?
El sentimiento del grupo es vicario de su líder, o su líder es más astuto de lo que se cree, aunque crean que está siguiendo el dictamen de una coherencia cercana a lo radical, para salvar las naves de su gran utopía, causando incertidumbre y mucha ansiedad.
Huir hacia delante para jugar “con las emociones y el tiempo”, únicamente para salir ileso de su “yo” omnipresente y continuo deterioro del país, siempre que yo permanezca en el brillo de un oropel desconchado y desgastado, al que no renuncia porque no puede permitir que la mayoría pueda emocionarse con una nueva España libre y alegre para tirar de nuevo de un carro sin ruedas y sin un líder que solo tira de su yo engreído y mentiroso. Esto no es emocionante para ser el país más rico del mundo, donde la gente ya no cree en “yoísmos”
personalistas, que no generan emociones positivas en el país maravillo que vivimos y no nos lo creemos… ¡No creen realmente en lo que somos!
¿Es eso progreso?
Hay que estimular las emociones en la sociedad, la ilusión de vivir donde vivimos, de lo maravillo que es nuestro país, y que una vez más nos damos cuenta cuando salimos fuera y dices de dónde eres y dónde vives… Lo digo por experiencia propia y de mis hijos: Es un gran país, pero la política no engancha a los jóvenes, no estimula las enormes posibilidades de sus gentes, de sus profesionales, de sus mayores que nos han dado toda su vida por un devenir diferente y atractivo… Porque la experiencia nos dice muchas veces y en muchos lugares, que basta salir fuera de España y triunfar, por su preparación, por su energía, por su responsabilidad y por esas ganas de vivir creativas que tanto se valoran fuera de España. Cierta clase política da señales de pobreza espiritual y de poca empatía con los “dirigidos” y, así nos va. ¡La ilusión y la esperanza es un gran progreso!
Dr. Emilio Garrido Landívar, Psicólogo clínico y doctor de la Salud, Catedrático de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos (CEU)
