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La doctora Virginia Pérez analiza el síndrome persistente o long COVID

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La doctora Virginia Pérez Hernández analiza la definición, sintomatología, abordaje, tratamiento, prevalencia y complejidad del síndrome COVID 19 persostente o Long Covid sobre el que trabaja la comunidad científica

El Síndrome COVID-19 persistente se define como un conjunto muy diverso de síntomas que persisten después de una infección confirmada por SARS CoV-2 que incluyen fatiga, disnea, dolor torácico, palpitaciones, síntomas gastrointestinales, confusión mental, ansiedad y depresión.

La Dra. Virginia Pérez Hernández, Jefe Clínico de la Unidad de Subagudo y Unidad de Crónico y Pluripatológico del HSJD (especialista en Medicina interna y subespecialista en Enfermedades Autoinmunes Sistémicas), indica que “este es un problema cada vez más frecuente y reconocido sobre el que se está elaborando un importante volumen de publicaciones. Se ha observado que hasta un 10-15% de los pacientes COVID-19 pueden desarrollarlo y el porcentaje puede ser incluso mayor”.

Este síndrome no parece tener una clara relación con la gravedad en la fase aguda de la enfermedad, “puede resultar curioso pero la realidad es que puede afectar tanto a pacientes leves, incluso asintomáticos, como a enfermos graves que han requerido hospitalización”, afirma.

En un intento de unificar criterios, el National Institute for Health and Care Excellence ha desarrollado una serie de definiciones “por las que denominamos COVID-19 agudo a la etapa que  dura generalmente hasta 4 semanas desde la aparición de los síntomas y COVID-19 postagudo a la etapa temporal que ocupan las 4 semanas posteriores desde el inicio de los síntomas”.

La Dra. Perez Hernández aclara que esta segunda etapa engloba a su vez dos términos: el que denominamos COVID-19 persistente o Long Covid, con síntomas mantenidos entre 4 y 12 semanas tras la infección aguda sin existencia de daño orgánico irreversible y que predomina en mujeres en torno a 40 años y el denominado Seculas post-COVID-19, con síntomas derivados de daño estructural orgánico y que suele estar en relación con antecedentes de COVID-19 agudo grave,  predominando en varones en torno a los 70 años”.

Una característica de la sintomatología del Síndrome COVID-19 persistente es su variedad: “es muy heterogénea y multisistémica y engloba síntomas generales ( astenia, fatiga, febrícula, escalofríos, anorexia, sudoración), respiratorios (disnea, tos seca, opresión torácica, expectoración, odinofagia, laringoespasmos), cardíacos (palpitaciones, dolor torácico, hipotensión, síncope, taquicardia/bradicardia), neurológicos (cefalea, parestesias, anosmia, disgeusia, inestabilidad, deterioro cognitivo, vértigo), digestivos (diarrea, dolor abdominal, náuseas/vómitos, dislipemia, pirosis, flatulencia), coagulación (hematomas, petequias, microtrombosis), otorrinológicos (acúfenos, vértigos, hipoacusia), oftalmológicos (diplopia, visión borrosa, ojo seco, fotofobia) dermatológicos (urticaria, prurito, rash, alopecia, caída de uñas, úlceras), endocrinos (hiperglucemias, alteraciones tiroideas) y psicológicos (ansiedad, depresión, apatía, fobias, distima, insomnio, T. estrés postraumático).

La complejidad de estos casos hace pensar en la necesidad de implantar consultas multidisciplinares monográficas post-COVID-19, “y de hecho se están constituyendo este tipo de consultas en muchos centros hospitalarios. Esto nos permite monitorizar la evolución del paciente de forma óptima y ofrecer el mejor manejo posible”.

Sobre la evolución de este síndrome la doctora destaca que, en términos generales, “se observa una tendencia a la mejoría espontánea, aunque es difícil establecer el porcentaje de pacientes que mejoran y el tiempo necesario para conseguirlo”.

Otro factor estudiado es el efecto de la vacunación sobre este síndrome: “algunos estudios prospectivos apuntan que la vacunación contra el COVID-19, podría producir una mejoría significativa de los síntomas persistentes, pero aún faltan datos para poder confirmar esta teoría”.

Sobre los tratamientos a aplicar la doctora indica que “existen varios ensayos clínicos, tanto nacionales como internacionales, intentando aportar conclusiones”, pero sin embargo “actualmente no se dispone de ningún tratamiento específico para este síndrome por lo que, por ahora, se están usando tratamientos sintomáticos”.

Lo que sí es una evidencia para los facultativos que tratan con personas afectadas, afirma, “es la necesidad de prestar apoyo psicológico y emocional, a la vez que ofrecer los servicios multidisciplinares de rehabilitación con terapia ocupacional y fisioterapia para estos enfermos”.

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