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La domadora y el monstruo

Voy a especular sin pruebas y decir que Inés Arrimadas, la líder nueva de Ciudadanos, tiene un camión de huevos.

Aclaremos dos cosas. No me gusta el hiperliderazgo de Ciudadanos, ni el modo en que se gobierna. Debo ser el afiliado menos fan de los que quedan en el partido. Pero estos días se está haciendo difícil no interesarse por ellos.

Permítanme que empiece por el principio. Había una vez un país en el que un partido agnóstico (que no cree en nada más que en el poder y sus despojos) pilotado por un monstruo narcisista había ganado las elecciones polarizando el país, y pactado un gobierno con la izquierda populista más irresponsable e ignorante, una izquierda capaz de poner de ministra a una cajera de supermercado sin experiencia en nada.

Había una vez un país en el que ese gobierno Picapiedra gobernaba a golpe de decreto, apoyándose en partidos de intereses creados que vendían sus votos a cambio de privilegios. Mantenía la lealtad de sus huestes controlando los medios de comunicación, en los que pintaba a la oposición de fascistas corruptos, y la de sus aliados relativizando la ley. Un país que empezaba a parecer un circo distópico.

Y entonces llegó la pandemia.

Los sectarios incompetentes del gobierno ejercieron como tales y nos costaron decenas de miles de muertos por su cortedad de miras, su falta de profesionalidad y su partidismo. España se convirtió en el país desarrollado con la mayor tasa de muertos por población, mientras los populistas usaban los poderes de emergencia para intentar impulsar una agenda incompatible con la realidad y la Constitución.

El carromato del circo seguía acelerando, cuesta abajo y sin frenos, arrastrado por sus propias mentiras hacia el desastre, hasta que pasaron dos cosas.

Por un lado, el Banco de España se atrevió a hablar claro, repitiendo lo que decíamos todos los economistas desde hace meses: los compromisos de gasto de este gobierno no se tienen de pie, no tenemos capacidad de endeudamiento, no nos van a prestar un euro sin las reformas estructurales que llevamos cinco años esquivando (sí, cinco).

Y por otro, Arrimadas dejó de jugar al frentismo. Se bajó del pedestal, se metió en el barro hasta la cintura y ofreció una salida a Sánchez, proponiéndole un aro enormemente ancho por el que pasar para seguir gobernando, un aro mucho más ancho que la alternativa que le ofrecían sus socios nacionalistas. El monstruo miró a la domadora, miró el aro y la puso a prueba, dejándola cubierta de fango y sin ganancia aparente, pero enseñando al monstruo que no necesita depender de mercenarios.

Todo el circo se volvió contra ella. Los payasos, los tramoyistas, los vendedores de chatarra, los que quieren combatir al monstruo y los que quieren vivir a su costa. Hasta algunos de sus propios ayudantes. Pero lo volvió a hacer. Y lo sigue haciendo.

Con cada paso, la domadora queda más cubierta de barro y de heridas, y el monstruo se aleja más de los mercenarios. Como es un monstruo, salpica, muerde, traiciona. Pero se va alejando.

Pese a los gritos de Podemos. Pese a las amenazas de Esquerra. Pese a los insultos de los payasos.

Es difícil de entender desde una óptica de partido, que es lo que venimos mamando en España desde hace décadas. La domadora no puede acabar bien. Pero (espero no equivocarme) no es lo que quiere.

El único modo de parar la confrontación permanente es que deje de ser necesaria para que el monstruo gobierne. El único modo de sacar las zarpas de los populistas y los nacionalistas de la cartera de todos, y de las leyes, es que no sean necesarios para que el monstruo gobierne.

La domadora ha mostrado el aro, un aro casi cómodo que sólo exige medidas de sentido común, cosas que los seguidores del monstruo aprueban. Aún no ha enseñado el látigo, pero está ahí, y el monstruo lo sabe. Sabe que no tiene mayoría para aprobar los presupuesto que la realidad exige, presupuestos de ajuste que permitan combinar la ayuda a los afectados por la epidemia con las reformas que hagan viable pagar el aumento inevitable de deuda. Sabe que sus socios populistas son tan interesados como sus socios nacionalistas, que están con él sólo para arrancarle dinero para los intereses que defienden.

El monstruo sabe, en resumen, que sólo hay un modo de seguir adelante y es superando de hecho el frentismo para acordar medidas viables con la domadora y los payasos. No lo quiere hacer, va contra su naturaleza y su historia reciente. Es mentiroso, es traicionero, es ególatra. Es todas esas cosas, y precisamente por eso es posible que pase por los aros cada vez más estrechos de la domadora hacia planes de desescalado y pactos presupuestarios que todos los partidos moderados puedan aprobar, y que puedan conseguir el beneplácito de los que necesitamos que nos presten dinero.

Todo puede salir mal. E incluso si sale bien, la domadora acabará machacada por todos los lados. Unos la acusarán de traidora, otros de ingenua, otros de incompetente u oportunista. El monstruo usará sus medios para destrozarla, y los demás también. Cualquier mérito le será discutido, cualquier virtud rebatida, cualquier medalla arrancada. Porque la domadora no tiene con qué defenderse de la maquinaria del bipartidismo, y dudo que lo intente.

Porque ¿saben? quizá me equivoque, pero creo que no le importa. Que está haciendo lo que sabe que debe, intentando lo único posible, para que su país no acabe arruinado, con violencia callejera y con involución democrática. Porque el monstruo no se va a bajar del burro, y si tiene que seguir el juego a lo peor del país para gobernar, lo hará. La elección debería ser fácil, pero le puede costar mucho a Arrimadas, y a su partido. Si antes eran una causa perdida en esta España cainita, ahora lo son mucho más.

Y por eso precisamente aplaudo.

Miguel Cornejo, es economista y presidente de Asociación Pompaelo.

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