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Y cayó Hervías

Es demasiado pronto para analizar las cosas bien, pero permítanme por favor unas notas antes de sentarnos a esperar que las cosas maduren. Más que nada para no perderme.

Albert Rivera es un político como ha habido muy pocos en España. No sólo por su capacidad de análisis y de debate, no sólo por su carisma y su disposición a intentar cosas diferentes, sino por sus resultados. Ha levantado un partido nacional nuevo sin la ayuda de un canal de televisión dedicado. Ha roto el monolito del “pueblo catalán” para dejar ver a los que están atrapados dentro. Ha hecho esas cosas que “no se hacen” en política, y no ha hecho las que “se hacen”, trayendo aire nuevo y esperanza de cambio. Ha creado un equipo, en su mayoría, impresionante; basta ver los diputados de Ciudadanos en la legislatura anterior.

Y luego, como les pasa a muchos emprendedores, ha fracasado al “escalar” porque no ha conseguido crear una organización a la altura de la tarea. La que creó se ha desviado de sus criterios de meritocracia y talento, generando el rechazo de miles de afiliados. Su estrategia de creación de consensos y puentes se perdió al alinearse con uno de los dos pilares del bipartidismo que vino a combatir. Su mensaje de reforma y regeneración acabó disuelto en los medios. En resumen, se equivocó al final. Aunque, como decía un viejo profesor, “hace falta ser muy bueno para equivocarse así”.

Ojalá tenga ocasión de una segunda venida como Steve Jobs, pero lo cierto es que se ha ido como se fue él: sin reconocer los problemas que deja atrás. Su épica última rueda de prensa ha sido un ejercicio de asunción de responsabilidades en el que ha faltado cualquier análisis de porqué “con el mismo programa y el mismo equipo”, en seis meses el país le ha dado la espalda.

Y es una pena, porque en esos meses (y antes) no se equivocó solo. Basta ver las mayorías búlgaras en los consejos que aprobaron la estrategia. Rivera fue un líder carismático, pero no decidía solo. Hubo quien se atrevió a disentir (y acabó en casa o en Estrasburgo, es cierto), y hubo muchos que no, y tienen una responsabilidad en el camino tomado.

El tropiezo de Ciudadanos tiene varias raíces. Hubo problemas estratégicos, hubo problemas de comunicación, y sobre todo hubo problemas de organización, que no vienen de los últimos meses pero facilitaron la aparición de los otros dos y provocaron la desafección de los militantes. Los cambios del último congreso propiciaron una división del partido en dos castas (los afiliados y los designados), y la toma del poder efectivo por el área de Organización. Los afiliados han perdido cualquier control sobre las acciones del partido y sus designaciones, gracias a “listas oficiales” manipuladas, dedazos, y sobre todo a la separación funcional. Los que mandan no se eligen, se designan (más o menos abiertamente). Los que se eligen sólo pueden escoger la fecha de las carpas informativas, con permiso de los que mandan. Se explica muy bien aquí (https://civismo.org/es/de-jacobinos-a-apparatchik/).

La acumulación de cargos internos y externos (algo que antes no se hacía), los dedazos injustificados (nombramientos de “talento” externo para cargos de responsabilidad), los bloqueos a iniciativas de los afiliados, las purgas de personajes incómodos en tantas provincias, y hasta casos de prácticas propias del bipartidismo, han tenido consecuencias. Han aplastado las voces independientes hasta el punto de que no se escucharan, y han llevado a que muchísimos afiliados se distancien o incluso se vayan. Las decisiones tomadas por esa cúpula en los últimos meses han llevado directamente a que muchos de esos afiliados no hicieran campaña en Noviembre, no se presentaran como apoderados, y no se implicaran.

La otra consecuencia de esa estructura ha sido el aislamiento de la dirección. Sin capacidad ni voluntad para escuchar a una afiliación que no quería casarse con ningún bando, que no quería líneas rojas en las autonomías, que no quería gobernar a cualquier precio, Ciudadanos ha tomado decisiones que le han llevado a este punto.

Y en este punto, la cabeza de Rivera no era suficiente. El búnker no podía arrojar el cadáver político del fundador a la turba y esperar que se aplacaran los ánimos. Poco a poco, unos con más dignidad y otros con menos, las persona más implicadas en los errores que Rivera no quiso reconocer están siendo arrancadas de sus asientos. Esto, que alguno ha presentado como una continuación de la “desbandada” previa a las elecciones, es todo lo contrario: es una purga, más o menos voluntaria. Una purga impulsada por el conocimiento claro de qué ha pasado, y llevada a cabo fuera de los focos. La dirección que se perfila, y que incluye tanto a figuras asociadas a Rivera (Arrimadas) como a dirigentes críticos, como Paco Igea, parece entender la necesidad de cambio.

El último peso pesado en caer, Fran Hervías, lo ha hecho como su jefe: presumiendo de hoja de servicios y sin reconocer error alguno. Más grave aún: en las semanas previas estuvo intentando usar a sus fieles (esencialmente, sus designados) para movilizar el apoyo de la militancia en su favor. Los mismos fieles que son responsables de alienarla.

Con esta caída, ese equipo que se intuye tiene las manos cada vez más libres para rehacer el partido. La pregunta que se hacen los militantes, y la que deberían hacerse muchos, es qué partido va a nacer de las cenizas del 10N.

¿Abordará una reforma estatutaria para adelantar el Congreso Extraordinario y evitar estar al menos tres meses más sin cabeza visible, o aguantará cuatro meses el acoso mediático? ¿Corregirá la organización jerarquizada que ha estrangulado al partido, o intentará mantenerla? ¿Implantará una democracia interna como la que Rivera decía tener, o seguirá con las manipulaciones y las designaciones? ¿Tomará en cuenta el talento interno o seguirá fichando a conocidos de los jefes para los puestos de primera fila?

Ciudadanos no nació para ser un partido de cargos, sino un partido de trinchera. Un partido que empujara, sin complejos, por las grandes reformas necesarias, mientras usaba el sentido común para conseguir consensos en las cuestiones del día a día. El partido de los “locos cuerdos”, o de la revolución del centro.

Sus militantes y sus votantes no son una tribu identitaria como los de otros partidos, que se definen hasta por herencia. El voto naranja espera resultados, no “que ganen los míos”. Exige algo que el 10N no se le dio.

Si Ciudadanos resurge, lo hará como un partido mucho más centrado y más radical (en el buen sentido). Si opta por adaptarse a lo que piden las encuestas o la prensa, se arriesga a volver a caer en la misma trampa y desaparecer. Ciudadanos no es “un partido sin ideología” ni un “partido bisagra”, como pretenden algunos. Tampoco es un partido de centro derecha, como han querido creer otros. Es un partido que quiere arreglar el campo de juego, cambiar lo importante, transformar la democracia española y liberarla de las incrustaciones de un bipartidismo corrupto apoyado en nacionalismos excluyentes. Quiere una sociedad de ciudadanos libres e iguales. Nació para causar el cambio, no para perpetuar los viejos bandos.

Todo lo demás sería decepcionar a las bases y a los votantes.

Arrimadas y ese equipo indefinido tienen las decisiones en sus manos, pero tendrán que tomarlas. Si dejan la elección de compromisarios al Congreso extraordinario en manos de los designados de Hervías, Ciudadanos será un partido de cargos (mientras dure). Y si tardan en convocarlo, igual no queda nadie.

El mapa político español depende de lo que decidan. Ciudadanos puede acabar disolviéndose en los viejos partidos, o puede volver por sus fueros. Pero primero tiene que recordar cuáles son.

Miguel Cornejo (@miguelcornejoSE) es economista.

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