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OPINIÓN: La soledad de Ramiro Ledesma

OPINIÓN: La soledad de Ramiro Ledesma

Al llegar el momento de su ruptura con Falange Española, y cuando resultó evidente que era imposible devolver su autonomía a las JONS, la organización creada con Onésimo Redondo en 1931, Ramiro Ledesma Ramos se enfrentó a una de esas situaciones que miden la calidad humana  y la solidez de principios de un individuo. En la circunstancia de su  derrota política y   marginación, seguido por la lealtad de un puñado de compañeros, desairado por los  insultos de sus antiguos camaradas  -¡cuánto debió lamentar José Antonio Primo de Rivera  sus palabras, al  enterarse  del asesinato de Ramiro, tres semanas antes de su propio sacrificio!-,  Ledesma habitó el ancho territorio de la soledad. Abandonada Falange ,  a comienzos de 1935, fracasada la experiencia del semanario “La Patria Libre”, Ledesma era consciente de las condiciones en que se encontraba España, cuando todo apuntaba a una bipolarización  brutal que llevaría a solventar las discrepancias ideológicas en el escenario de una guerra civil.  Al concluir esta , el joven intelectual zamorano fue ignorado por el régimen de Franco. Las palabras del fundador del nacionalsindicalismo cayeron en un silencio de ignominia. Su figura tuvo que ser recordada en emotivos y breves textos de sus amigos Santiago Montero Díaz o Emiliano Aguado. Su indispensable aportación al ideario  del 18 de julio fue despreciada ; su  interesante labor de crítico de la actualidad intelectual europea en   “Revista de Occidente” y “La Gaceta Literaria”,  sentenciada al olvido. Sus obras completas, al contrario de lo que sucedió con jerarcas mucho menos dotados   de  inteligencia y  curriculum cultural  quedaron sin editar a lo largo de un régimen que le debía  sus fundamentos ideológicos .

Ramiro Ledesma aún no había cumplido los treinta años cuando en 1935  publicó  una obra de singular empuje patriótico y de emocionante fuerza crítica. El “Discurso a las juventudes de España” era, en efecto, el testimonio de un hombre que, en 1931  en el momento decisivo de las vísperas republicanas,  había abandonado su  prometedora carrera académica para lanzarse a la lucha por la regeneración de la nación española.  Cuatro años más tarde , al ser derrotado por José Antonio ,    lo que le preocupaba a Ledesma Ramos no era el final de su carrera política, sino el destino histórico de España en las circunstancias terribles que él mismo había  pregonado  y de las que, en una medida importante, podía sentirse responsable. Había alimentado  la intransigencia de una juventud revolucionaria   y su rechazo   al pacto con quienes consideraba enemigos íntimos de España y fuerzas  dispuestas a destruirla. Ni los liberales esclerotizados, ni los comunistas  lanzados a socavar  la proyección espiritual del individuo, ni los separatistas decididos a romper la unidad nacional de cinco siglos merecían compasión alguna . Ramiro Ledesma no llamaba al diálogo, sino al combate abierto , implacable  ,  para salvar España. Ese era el tono que correspondía al naufragio de la  esperanza de encuentro entre todos los ciudadanos. Ese era el curso que conducía a la desembocadura trágica de 1936.  La vida malograda de Ledesma Ramos tiene una dolorosa ejemplaridad, un significado existencial que se refiere a los sueños y   pesadillas de una generación   sometida a esa inmediatez del Apocalipsis que se tomó como base catastrófica y penitencial de un renacimiento.

En su retiro obligado, en el distanciamiento que proporcionaba saberse a solas ante la crisis de España, Ledesma escribió una reflexión densa y  atormentada   sobre lo que debía ser tarea de una juventud  con sentido de patria . Asumir el pasado era la primera de las tareas , la de tomar conciencia de una dimensión nacional que se había  manifestado  en los siglos de plenitud imperial, en los instantes en que España fue portadora de la ortodoxia de la fe, en los momentos en que el pueblo español se supo  transmisor de una cultura que había de poner al servicio de la redención de Occidente. Lo que llevaba, además, a plantear algo que, sin citar a su autor, habrían de repetir los falangistas del franquismo , diez años después de  terminada la contienda: superar el enfrentamiento estéril entre una izquierda antinacional y un patriotismo inactual. La segunda tarea era organizar a la juventud española, no para romper con la tradición ni  jugar la carta de la frivolidad y el entusiasmo de verbena, sino para empuñar el destino de los españoles en un severo ejercicio de responsabilidad. La tercera, era definir los objetivos de  justicia social, de  nacionalización de las masas, de  creación de un Estado de todo el pueblo, de poner a España y sus valores esenciales en el lugar de la historia que les correspondía.  En estos momentos en que tanto se habla de la superioridad moral de los más jóvenes, la llamada de Ledesma Ramos tiene , en su asunción del peligro, en su demanda de aceptación de  la totalidad de la historia de España  , una estatura intelectual y  patriótica que ya querrían para sí algunos de  los que parecen dispuestos a la jubilación anticipada de quienes construyeron el régimen de la Transición.

Ramiro Ledesma fue detenido al poco de iniciarse la guerra civil  . “Cualquiera de los dos bandos me fusilará”, comentó a sus amigos cuando estalló la  contienda . Para sus adversarios, mucho más que para sus antiguos compañeros, continuaba siendo un líder ,  una fuerza inspiradora. Su vida era una existencia peligrosa, que había de incluirse en el atroz intercambio de sangre que se realizó en aquellos años. En la noche del 29 de octubre de 1936 , en el cementerio de Aravaca, Ramiro Ledesma y Ramiro de Maeztu, que ,   a pesar de sus diferencias  en su lucha contra el régimen republicano   siempre se habían admirado, se enfrentaron al pelotón de ejecución cogidos de la mano, dispuestos a entrar juntos en la eternidad. Hay momentos en que la muerte adquiere una solemne y dolorosa conciencia de sí misma. Hay momentos en que la muerte llega a una inagotable dignidad.

Fernando García de Cortázar,  Director de la Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad y Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Deusto. (ABC)

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