San Gregorio Magno, el monje que fue elegido Papa, se celebra hoy 3 de septiembre.
San Gregorio Magno hombre de acción práctico y emprendedor dio inicio a una profunda reforma de la Iglesia y nos dejó numerosos escritos. La grandeza de su obra le valió el apelativo de “Magno”. Fue el sexagésimo cuarto papa de la Iglesia católica. Es uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia latina o de Occidente, junto con Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona y Ambrosio de Milán.
El Papa Gregorio Magno es considerado como el principal impulsor del canto gregoriano. Él era un estudioso de la música y dedicó gran parte de su vida a organizar y estandarizar la música litúrgica que se utilizaba en la iglesia católica.
Gregorio Magno nació en Roma en torno al año 540 en el seno de una rica familia patricia romana, la gens Anicia, de fe cristiana y conocida por los servicios prestados a la Sede Apostólica. Sus padres, Gordiano y Silvia (a quien la Iglesia venera como santa el 3 de noviembre) le transmitieron los valores evangélicos con el ejemplo.
Después de cursar estudios de Derecho, Gregorio emprendió la carrera política y ocupó el cargo de Prefecto en Roma. Esta experiencia le ayudó a conocer los problemas reales de la ciudad y a desarrollar un profundo sentido del orden y la disciplina.
Pocos años después decidió retirarse, atraído por la vida monástica. Donó sus bienes a los pobres y convirtió la casa paterna, situada en el Celio, en un monasterio dedicado a san Andrés. Allí, en el recogimiento, se entregó a la oración y al estudio de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia.
Gregorio reformó la Misa y la hizo más simple; promovió también el canto litúrgico, que tomó de él el nombre de “canto gregoriano”. Gregorio reorganizó la administración pontificia y se ocupó de la Curia romana otorgando muchos encargos a los monjes benedictirnos.
Estableció también que los bienes de la Iglesia fueran utilizados para su propia subsistencia y para la obra de evangelización del mundo; y gestionados con absoluta rectitud, justicia y misericordia.
Gregorio empleó sus propios bienes y los legados a la Iglesia para ayudar a los fieles: compraba y distribuía trigo, socorría a los necesitados, sustentaba a los sacerdotes, monjes y religiosos de clausura en situación de dificultad, pagaba rescates por los prisioneros.
Trabajó por la paz promoviendo treguas y armisticios. A él se deben también decisiones políticas encaminadas a salvaguardar Roma –olvidada por los emperadores- y negociaciones con los longobardos para asegurar la paz en Italia central. Gregorio estableció con ellos relaciones fraternales, se preocupó por su conversión y envió misiones de evangelización a los visigodos de España, los francos y los sajones.
Fue el primer Papa que utilizó el poder temporal de la Iglesia, sin olvidar por ello el aspecto espiritual de su tarea. Se mantuvo siempre simple y humilde, tanto que en sus cartas oficiales se definía “Servus servorum dei”, siervo de los siervos de Dios, apelativo conservado por sus sucesores.
Obra
Su epistolario cuenta con más de 800 cartas. Se conservan también numerosas homilías suyas. Entre sus obras, destacan Moralia in Iob (Comentario moral al libro de Job), en el que afirma que el ideal moral consiste en la integración armoniosa entre palabra y acción, pensamiento y esfuerzo, oración y dedicación a los propios deberes; y la Regla pastoral, en la que traza la figura del obispo ideal, insiste en el deber del pastor de reconocer diariamente su propia miseria, y profundiza en la virtud de la humildad.
Escribió los Diálogos, una hagiografía en la que narra el ejemplo que dieron hombres y mujeres, tanto canonizados como no, acompañándolo con reflexiones teológicas y místicas. Es especialmente conocido el libro II, dedicado a san Benito de Nursia.
De monje a Papa
Pero el Papa Pelagio II lo nombró diácono y lo envió a Constantinopla como su aprocrisario –nuncio apostólico-. Allí estuvo seis años, durante los cuales, además de llevar a cabo las tareas diplomáticas que le había confiado el Pontífice, siguió viviendo como monje con otros religiosos.
A su regreso a Roma, volvió a su monasterio del Celio. Tras la muerte de Pelagio II, en el 590, fue elegido como su sucesor.