Últimas noticias

Sobre la libertad, los fueros, los “protocolos” y la Transitoria Cuarta

 

Me van a permitir (espero) que mezcle churras con merinas alegremente. En el fondo hay un hilo conductor, y espero llegar a él si me dan tiempo.

Hay un libro en elaboración, que estoy revisando para Ediciones Pompaelo, y que incluye las frases: “En el centro de esta experiencia colectiva llamada histórica y coloquialmente Navarra se situaba la libertad; pero no en el sentido moderno o posmoderno que la concibe como radical autodeterminación personal, sin sujeción a regla o norma alguna; fruto, por tanto, de una deconstrucción social y personal que siempre arroja violencia. Esta libertad, decíamos, de firme base cristiana, en su dimensión colectiva al servicio del bien común, edificó el instrumento jurídico de los fueros, o Fuero; a modo de articulación histórica de derechos y deberes, de personas, familias, corporaciones y comunidades, de poderes y jurisdicciones, en defensa de las libertades de los más frente a los posibles abusos de los menos, los poderosos”.

La libertad, en efecto, no es tradicionalmente abstracta, sino derivada de tener unos derechos claros y unas obligaciones definidas, sin la posibilidad de que alguien (ni los menos ni los más) arbitrariamente las pisotee. Uno es libre no porque sea omnipotente, ni porque pacte siempre de igual a igual con los demás, sino porque no está sujeto al capricho de nadie.

El primer rey francés de Navarra trajo dos buenas costumbres. La primera, con la que sus antepasados hicieron florecer las ferias de Champaña y la prosperidad de sus territorios, era una gran escrupulosidad con el cumplimiento de la ley (al menos en comparación con su antecesor, que dejó cientos de juicios por desafueros). La segunda era la afición a documentar ordenadamente las cosas. No sólo inventó la Cancillería y puso claridad en la administración de Navarra, sino que hizo poner por escrito las leyes de su nuevo reino. Una “protoconstitución” que algunos quieren ver como impuesta al rey nuevo, pero que parece realmente una recopilación y normalización legal emitida por el rey y por su autoridad, de acuerdo con los grandes y pequeños nobles.

Lo que importa es que esos fueros han definido a Navarra desde entonces, no por afición arcaizante ni por excepcionalismo sino porque tener unos fueros es un beneficio indudable. Las ciudades y las regiones los han tenido y pedido, y les han hecho prosperar, porque ponían límites a las autoridades grandes y pequeñas. Porque establecían una ley razonablemente clara y los medios para hacerla cumplir. Y aislaban de los cambios externos, en un entorno que nunca dejó de ser inestable.

Hoy los Fueros se visten de Estatuto de autonomía, en un régimen constitucional que pretende dar a todos los españoles el mismo tipo de garantías. Es decir, han “delegado hacia arriba” una parte importante de su contenido, sin renunciar a ser lo que son, y manteniendo un nivel de autogestión fiscal que hoy da más problemas que beneficios a los navarros (es lo que tiene ser Juan Palomo: si guisas mal, es tu problema).

Pero el origen de la importancia de los Fueros no es quién recauda los impuestos, sino esa garantía de estabilidad, esa protección frente a la arbitrariedad interna y externa. Esa base de ley propia, de costumbre, que hace tan sencillo identificarse con ellos. Esa burbuja de seguridad y libertad, si se quiere.

En un régimen en el que la Constitución está siendo desnaturalizada, por la extensión indefinida de las competencias autonómicas y por la pérdida efectiva de la separación de poderes, estas cosas tienen su importancia. Lo que nos afecta de cerca, lo que gobierna el día a día, no está tan sujeto a los caprichos de los políticos, ¿verdad? ¿O sí? Aquí tenemos el TAN para mantener a la administración a raya, y a Comptos para vigilarlas, ¿no?

La realidad es que no. En Navarra también tenemos inflación competencial, absorbiendo trabajo del Estado que no nos hace ninguna falta y que complica la existencia y el presupuesto de Navarra. Como las ineficacias del 112 que desgobierna la coordinación policial. O la policía foral de tráfico y las prisiones, por poner dos recientes en las que el bienestar de los navarros no mejora por el aumento del poder de nuestros políticos.

Y en Navarra también tenemos infestación partidista. Cada vez más, el funcionariado se va trufando de designaciones y temporalidades, correas de transmisión del poder de los partidos. Cada vez más, el uso del vasco en la administración se extiende más allá de la demanda social, convertido en herramienta de colonización política.

Y en Navarra se desafían los fallos judiciales y se pone en cuestión la justicia, como demostró Asirón y como escenificó Barkos al unirse a las protestas contra una sentencia de la Audiencia Nacional. En Navarra, como demuestra el IES de Alsasua, existe la arbitrariedad administrativa y no siempre se le pone coto.

Pero todo eso no es nada comparado con lo que pasa fuera. El País Vasco ya está dominado por partidos que encuentran natural obligar a todos los niños de Alava (donde hace generaciones que no se habla vasco) a educarse en una lengua que no es la materna. Ya está infectado de arriba a abajo por la colonización de un partido.

Y en el País Vasco, esos políticos están impulsando una renovación de su Estatuto que vuelve a poner sobre la mesa la incorporación de Navarra, como si no llevara desde el siglo XIX resistiéndose a ser absorbida a cada paso. Una aspiración que sería legítima (como la de partir el País Vasco, por otra parte, o la de crear Tabarnia) si no hiciera todo lo posible por ignorar la ley, pisoteando las competencias forales de Navarra e intentando ignorar los mecanismos que protegen su autonomía.

Hay uno, generalmente muy mal comprendido, que es la Disposición Transitoria Cuarta. Como explicaba Jaime Ignacio del Burgo, uno de sus autores, no es una puerta trasera para que los nacionalistas vascos se anexionen Navarra, sino una cerradura para impedir ese paso sin la clarísima voluntad de los navarros. En lugar de dejar la posibilidad sin definir, dando una oportunidad a la arbitrariedad partidista, la Transitoria Cuarta establece un mecanismo que permite de hecho que suceda, pero exige que se cumplan unos requisitos que aseguran que la identidad jurídica de Navarra no puede ser simplemente objeto de un pacto de partidos. Como el referéndum de autodeterminación de Quebec, unas condiciones claras alejan a los aventureros. Es, en resumen, un medio para que los navarros, si quieren, puedan defender los derechos y libertades recogidos en los Fueros.

Un medio que los nacionalistas vascos siguen intentando burlar con medidas como el “Protocolo de cooperación” entre Navarra y País Vasco firmado el viernes pasado, que pretende “armonizar la legislación, concertar la ejecución e, incluso, gestionar conjuntamente servicios públicos”. Todo ello sin pasar por el Congreso para comunicar la colaboración ni aprobar el acuerdo de cooperación, como exige el artículo 70 de los Fueros. Es decir, estableciendo el marco de una federación de comunidades, de esas que prohíbe la Constitución, y saltándose de facto la Transitoria Cuarta.

No me considero foralista. Preferiría ser constitucionalista a secas, pero nuestra Constitución tiene esos problemas de indefinición, y nuestras leyes electorales y de partidos son un caldo de cultivo para abusos. En esas circunstancias, el vallado adicional para las libertades que suponen los Fueros llega a agradecerse, por pequeño que sea y por muchos agujeros que tenga. Pero los tiene, y es responsabilidad de los navarros no confiarse como lo estamos haciendo, o no sólo serán inútiles sino que acabarán desapareciendo.

Hoy las libertades se defienden en la sociedad civil, en los tribunales, y en la política. En lugar de rehuirlos, o de votar sin pensar lo que nos propone nuestra bandera favorita, vamos a tener que asumir la responsabilidad de usarlos y trabajarlos. Si queremos que nos propongan reformas, vamos a tener que proponerlas nosotros. Si queremos que los tribunales nos defiendan, vamos a tener que presentar demandas nosotros. Hay que quitar el automático, porque la libertad no se delega sin perderla.

Miguel Cornejo Castro (@MiguelCornejoSE) es economista y consultor.

Artículo anterior Cataluña y la decepción de los votantes

About The Author

Otras noticias publicadas

Responder

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies