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La última Medalla de Oro de Navarra

Recientemente el Gobierno Foral ha concedido la Medalla de Oro de la comunidad, a título póstumo, a los historiadores Arturo Campión, Hermilio de Olóriz y Julio Altadill, autores del diseño de la actual bandera de Navarra. Con este gesto, nuestro peculiar Ejecutivo reconoce a estas personas «su aportación a la historia, la cultura y la identidad de la Comunidad Foral».

Conviene recordar que La Medalla de Oro de Navarra reconoce a personas, instituciones, entidades o colectivos cuyos méritos en la defensa, promoción o fomento de los intereses de Navarra resulten estimados por el conjunto de la sociedad y en este caso se les concede la máxima condecoración de la Comunidad Foral por su destacada contribución a la historia y la cultura navarras, y a los derechos históricos del antiguo Reyno de Navarra.

Y, en este caso, se estaría premiando a estas personas, coetáneas de Sabino Arana y militantes o cercanas al nacionalismo vasco, porque nuestra Diputación, en la sesión del 22 de enero de 1910, además del diseño oficial del escudo, acordó también subsanar la falta de existencia de la bandera de Navarra, disponiendo que “se confeccione una que esta Diputación usará en las solemnidades y ocasiones en que lo juzgue oportuno”. Y, sobre el dictamen de los recientemente galardonados,   la Diputación acordó el 15 de julio confeccionar una bandera roja, con el escudo de las cadenas y la corona en el centro, que se izaría, por primera vez, el día siguiente, 16 de julio, aniversario de la Batalla de las Navas de Tolosa.  

Quienes ahora han otorgado esta distinción, parecen ignorar un principio de la heráldica, en virtud del cual, dado que los reinos se consideraban propiedad de sus reyes (ahí está el ejemplo de Sancho III, quien al morir lo dividió entre sus hijos) en numerosas ocasiones las armas del Rey eran las armas de su Reino.

Hoy, entre tanto afán revisionista para tergiversar nuestra Historia y confundir a los ciudadanos, se ha incurrido en la vieja controversia sobre si puede considerarse que existió la Bandera de Navarra antes de 1910.

La mayoría de los autores defienden su existencia ya en la Edad Media, ya en el siglo XVI, contra una minoría empecinada en que no hubo “propiamente” una bandera de Navarra antes del siglo XX, y que quienes señalan antecedentes anteriores, en realidad, la confunden con el pendón real. Presunta confusión que ya se ha explicado y razonado.

El Fuero General de Navarra, promulgado en 1238 bajo el reinado de Teobaldo I, dispone que el Rey tenga sello, moneda, “et alferiz, et seyna caudal” (traducido el romance navarro –la verdadera “lingua navarrorum”, que nada tiene que ver con el vascuence- “una seña que portara su alférez”. Y dicha “seyna” llevaba las armas del Rey, las cadenas de oro sobre fondo rojo, fuera ocupando todo el paño (pendón heráldico), fuera como escudo colocado en el centro.

En 1512, narra Correa, cómo Juan de Albret “puso en la delantera trescientos hombres de armas a pie con una bandera colorada, con ciertas bandas de oro en ella, a la cual todos aguardaban y juraron de no la desamparar”.

A su vez, alguien tan prestigioso como Luis Fortún considera que está acreditado el uso histórico de la bandera de Navarra desde mediados del siglo XVI; y aporta como testimonio el acta de la sesión del Regimiento de Pamplona celebrada el 11 de agosto de 1558, donde se recoge cómo los soldados navarros portaban una bandera que es descrita como sigue: “la qual es colorada, sembrada en ella cadenas y una corona doradas”. Dicha bandera precedió la entrada de los soldados en Pamplona tras su victoria en la expedición sobre San Juan de Luz y era la misma que se había utilizado dos años antes en la proclamación de Felipe II en Pamplona como Rey.

Tenemos que acudir a un metomentodo perejil de todas las salsas como el conspicuo izquierdista Miguel Izu Belloso (licenciado en Ciencias Políticas y doctor en Derecho, sí, pero sin titulación acreditada en Historia) para que, volviendo a lo archisabido y antes apuntado, contradiga a Correa y Fortún porque los pendones medievales eran un símbolo individual, que se portaban en un asta en comitiva o desfile, y que el pendón real acompañaba al Rey y solo él estaba autorizado a utilizar; y porque las banderas actuales, sobre todo las banderas nacionales, que no surgen hasta el siglo XVIII, identifican a una comunidad política, que cualquiera puede usar al ser un símbolo colectivo en el que lo más importante no es quien las porte sino su diseño, cuyos colores no constituyen ejemplar único sino un modelo abstracto que puede reproducirse ilimitadamente. De tal premisa postula Izu que hasta 1910 no cabe hablar estrictamente de bandera de Navarra.

Dejemos a los historiadores y aficionados a la Historia con sus polémicas, controversias y dimes y diretes… El hecho es que el actual Gobierno tetrapartito (cuatripartito) de Navarra, al que cada vez parecen crecerle más los enanos y quedarle menos telediarios, no tiene ningún inconveniente en contravenir la Ley y acompañar nuestra Bandera, según idea de Miguel Izu, símbolo colectivo que identifica a una comunidad política, con otros símbolos ajenos a Navarra, sea de otras comunidades, sea de las más variopintas asociaciones o tendencias sociológicas.

A fin de cuentas, nada nuevo hay bajo el sol. Por eso, una carta de Voltaire a madame Du Deffand, fechada el 24 de septiembre de 1766 y cuyo tema no viene al caso, podemos leer la siguiente sentencia, no exenta de la ironía característica del sabio francés: “El voila comme on ecrit l´Histoire; puis fiez-vouz à messieurs les savants”, es decir [Así se escribe la historia y vaya usted luego a fiarse de los señores sabios]. Siguiendo a Voltaire, y aunque aún haya clases, tan de fiar sería una visión nacionalista de la historia como una versión objetiva. Y llegados a este punto, yo tampoco me resisto a dar mi versión sobre la historia de Navarra, partiendo de que aunque casi todas las historias, si están escritas con rectitud de intención, tienen su parte de verdad y, también, de subjetivismo, que sólo podemos intentar superar cuidando  las fuentes historiográficas y bibliográficas en que bebemos.

Según éstas, hace unos miles de años que la actual Pamplona estaba habitada por los vascones, que nada tenían étnicamente que ver ni con los várdulos, ni con los caristios, ni con los autrigones, pueblos que darían lugar a la etnia vasca, que no vascona. Del mismo modo los historiadores se refieren a dos pueblos distintos, uno romanizado y cristianizado, Navarra, y otro no, el correspondiente a las actuales Guipúzcoa y Vizcaya y norte de Álava. Dos entidades que han seguido trayectorias muy diferentes, y hasta de rivalidad histórica.

Pasaré brevemente por los siglos de Historia que van del año 75 A. C., en que Pamplona aparece citada por primera vez, por el historiador Estrabón, cuando Pompeyo establece su campamento de invierno contra Sertorio, hasta que en el siglo IX nace el núcleo de nuestro Viejo Reyno, en torno a la figura de nuestro primer Rey, Íñigo Giménez Arista (824 – 852). Por aquél entonces, estas tierras estaban bajo una invasión islámica, que duraría unos cuatro siglos desde el 714, con episodios como el ataque de Carlo Magno, el 15 de agosto del 778.

No obstante, como anécdota, recordaré que, por un lado, las crónicas de los generales musulmanes de los siglos VIII y IX cuentan cómo los que hoy se llaman vascos, entonces seguían adorando al fuego y los árboles, y no intervinieron en la batalla de Roncesvalles, cuya gloria es sólo de los vascones (navarros), los aragoneses y sus aliados del Islam. Y que, ya con connotaciones históricas más trascendentes, por otro lado, los monarcas navarros concertaban matrimonios con príncipes árabes…

Muy al contrario, los francos, a fin de combatir a los Arista de Pamplona y sus parientes, los Banu Qasi de la Ribera, reclutaron un ejército entre los vascos franceses, que en el año 824 fueron derrotados en la llamada segunda batalla de Roncesvalles, mientras las Vascongadas se mantenían al margen y eran vasallas del Rey Fruela de León, casado con una noble de esas tierras. Aquí conviene aclarar que “Vasconia” es el étimo de la actual “Gascuña”, como el mismo nombre de vascos es de origen francés, con etimología en “bascles” o “basques”, siendo lingüísticamente muy moderno su uso como gentilicio de los habitantes de las provincias Vascongadas.

Y, si ampliamos un poco más los horizontes, tendremos noticia del nacimiento en dichos siglos de varios reinos peninsulares que, tras ochocientos años de reconquista, se han convertido en España y Portugal;  y donde, por lo que se refiere a España, ha habido cinco dinastías reinantes (Trastámara, Habsburgo, Saboya, Borbón y Bonaparte), varias guerras civiles, una invasión francesa, dos repúblicas, una democracia orgánica y una transición a nuestro actual sistema de estado monárquico, social, democrático y de derecho.

Un Estado surgido de la Constitución de 1978, que está integrado por diecisiete comunidades: dieciséis autónomas y una foral, la Comunidad Foral de Navarra, que no perdió su soberanía como reino, al incorporarse a la Corona de Castilla por vía de unión entre iguales, manteniendo ambos reinos, por separado sus fueros, instituciones, leyes, reglamentos, usos, costumbres, franquezas, libertades. Y esta independencia histórica, y este derecho sustancial, se reflejan hoy, desde 1982, en la vigente Ley Orgánica de Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral Navarro.

Muy al contrario, citando textos antiguos, Mosén Diego de Valera y Zurita cuentan cómo, Enrique IV el Impotente iba a ceder las Vascongadas a Luis XI de Francia, a fin de que apoyara la causa de Juana la Beltraneja, y los vascongados obligaron al primero a jurar que jamás serían separados de Castilla, reino a cuyas cortes solicitaron incorporarse en 1506, y a cuyas tropas se unieron en 1512 vizcaínos y guipuzcoanos, para combatir a las tropas navarras, a las que vencieron en Velate y arrebataron, para ofrecerlos como trofeo al Duque de Alba, los cañones que, hasta hace poco, se veían en el escudo de nuestros vecinos.

Poco sentido veo en adorar árboles ajenos cuando los navarros ya tenemos nuestra propia secuoya del Palacio de Diputación, traída de América por José María Gastón y de Echevertz. Pero considerando trayectorias y hechos tan diferentes, no extraña que algunos opongan sus historias particulares a las de autores más antiguos o más serios, con el único fin de pretender tapar la Historia de verdad. Pero ya somos muchos quienes nos hemos dado cuenta de la “pericia” del nacionalismo vasco y sus quintacolumnistas navarros para la mixtificación y la manipulación de nuestra historia, nuestro folklore, nuestro mapa, nuestro escudo y nuestra bandera y tantas cosas más.

Grave error del que ya nos advierte Jaime Balmes al afirmar en El Criterio que: “Antes de leer una historia es muy importante leer la vida del historiador”, y conocer las biografías de Campión, Olóriz y Altadill, así como de quienes les han concedido tal reconocimiento seguro que resultaría muy elocuente. Qué razón tiene Cervantes al expresar en el tercer capítulo de la II parte del Quijote que “La historia es como cosa sagrada, porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad está Dios en cuanto a la verdad; pero no obstante esto, hay algunos que así componen y arrojan libros de sí, como si fuesen buñuelos […] Los historiadores que de mentiras se valen habrían de ser quemados como los que hacen moneda falsa”.

Pedro Sáez de Ubago,  investigador, historiador y articulista

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