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Atentado terrorista en la sede de las naciones unidas

Atentado terrorista en la sede de las naciones unidas
  • Por José V. Ciordia, historiador

Tal día como hoy, un 19 de agosto del 2010, un potente coche bomba, algunos testigos hablan de una hormigonera de color rojo cargada con explosivos, a las 14.40, hora peninsular española, derribaba las tres plantas de una de las esquinas del hotel Canal, utilizado por Naciones Unidas como sede en Bagdad.

Al menos 17 personas resultaban muertas y 100 heridas, de ellas 20 de gravedad. El enviado especial de Naciones Unidas para Irak, el brasileño Sergio Vieira de Mello, de 55 años, un veterano diplomático que había dirigido misiones de la ONU en Bosnia-Herzegovina y Timor Oriental, se encontraba entre los fallecidos entre los escombros. Su oficina estaba situada en la zona más dañada por la explosión del coche bomba. Es probable que fuera el objetivo principal del ataque, como sugirió el administrador civil de Irak, el estadounidense Paul Bremer.

El humo negro y denso de la sede de la ONU era visible desde varias partes de la capital. Siete helicópteros estadounidenses volaban en círculos, a veces muy bajo, alrededor del hotel Canal, que ya fue la sede de los primeros inspectores de Naciones Unidas tras la primera guerra del Golfo. Decenas de blindados, carros de combate y vehículos todoterreno tomaron posiciones y bloquearon el tráfico en tres kilómetros a la redonda en plena hora punta.

Soldados estadounidenses impedían el paso y apuntaban a los curiosos que se agolpaban en los puentes. Algunos patrullaban de un lado para otro con un hombre asomado en la torreta y pistola en mano. Dos carriles quedaron expeditos para la entrada y salida de decenas de ambulancias, que eran minuciosamente registradas por las tropas antes de permitirles el acceso. Los heridos más graves eran evacuados en camillas por militares hacia helicópteros de transporte. Los soldados temían la presencia de un segundo coche bomba en el área, que no se confirmó. Las viviendas situadas en dos kilómetros a la redonda sufrieron la rotura de cristales.

Muchos de los heridos eran leves, tenían cortes en el cuero cabelludo, en el cuello, en las manos y en las piernas. Era el efecto de la onda expansiva y de los vidrios rotos. Algunos emergían de entre los cascotes con el rostro blanco, recubierto por un polvillo uniforme que sólo dejaba círculos en torno a los párpados y los labios. Una mujer dijo haber visto restos humanos entre las ruinas. La fuerza de despliegue rápido fue la primera en llegar. Colocaron sábanas blancas sobre los cadáveres. El Ejército norteamericano envió unidades médicas al hotel Canal.

Las escenas de pánico se sucedían en los primeros minutos tras la explosión, cuando muchos de los 300 empleados que trabajan habitualmente en ese edificio emergían a pie en busca de ayuda. Fuera, las ambulancias civiles y de la Media Luna Roja guardaban su turno con las luces de emergencia encendidas. Era constante el ulular de las sirenas mezcladas con los rotores de los helicópteros. Los bomberos lograron apagar el incendio horas después de la explosión, permitiendo el inicio del desescombro. Los equipos de rescate temían que hubiera personas atrapadas bajo los tres pisos que se había venido abajo en una de sus esquinas.

 

 

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