- Por José V. Ciordia, historiador
Tal día como hoy, un 15 de julio de 1799, se descubría la llamada “Piedra de Rosetta”, hallazgo de importancia fundamental para la historia de la egiptología moderna.
En plena guerra entre la Francia revolucionaria y el resto de las potencias europeas, en especial Gran Bretaña, el ejercito francés comandado por Napoleón Bonaparte se encuentra en Egipto, para frenar al ejercito inglés en su camino hacía la India.
38000 hombres, 500 cañones y 700 caballos, además, de los mejores oficiales del ejercito francés forman parte de dicho ejercito. Curiosamente, se ven acompañados de un cuerpo de científicos, historiadores, botánicos y diseñadores, con la intención de mostrar las maravillas del progreso humano a la población egipcia y así atraérsela para sí. De paso, los estudios que realizasen sobre el terreno servirían para incrementar el patrimonio científico francés, lo que redundaría en beneficio de la popularidad de Napoleón y de sus ambiciones de poder. Por ello, también se la conoce como Expedición de Egipto.
El grupo de 167 científicos y especialistas reclutados por Napoleón, recorrieron durante dos años el país haciendo exploraciones arqueológicas, copiando textos, dibujando edificios antiguos, realizando estudios etnológicos, geológicos, zoológicos y botánicos… Todos estos trabajos quedaron recogidos en Description de l’Égipte, publicada en veinte tomos entre 1809 y 1822, que se convirtió en la máxima referencia de la egiptología durante décadas.
El hallazgo de la piedra Rosetta fue el hecho más importante de la expedición Napoleónica a Egipto. El 15 de julio de 1799, mientras los franceses cavaban trincheras en torno a la fortaleza medieval de Rachid, o Rosetta, para prevenir un desembarco británico, un soldado dio con el pico en una piedra de gran dureza. Su tamaño era considerable (112,3 x 75,7 x 28,4 cm), y poseía inscripciones en tres bloques de distintos signos: jeroglífico, demótico y griego.
El oficial que dirigía aquel contingente, Bouchard, ordenó sacar copias de las inscripciones. Se trataba de una sentencia del rey Ptolomeo, fechada en el 196 a.C. Al rendirse los franceses en 1801, los británicos se hicieron con la piedra y la enviaron a Londres. Hoy se conserva en el Museo Británico. Las copias, sin embargo, llegaron a Francia. Años más tarde Jean-Francois Champollion trabajó con ellas. A partir del texto griego buscó las equivalencias en los jeroglíficos y estableció el código con que poder leerlos y descifrarlos, consiguiendo con ello descubrir la civilización egipcia.