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Urushi, un arte milenario que no pierde su esencia y crea vínculo emocional

Unas manos delicadas, blancas y minuciosas manipulan con destreza el pincel que da color a una tabla de madera con una técnica ancestral, el urushi, un arte japonés que se actualiza sin perder sus raíces, y donde plata, oro y platino se combinan para decorar piezas soberbias.

Con los ojos puestos en cada detalle, el profesor Yuturo Shimode, doctor en urushi, realiza sutiles maniobras de creación. Él es una de las mayores autoridades en esta decoración japonesa milenaria, no en vano es la tercera generación de una saga de artesanos, que confía que tenga continuidad en su hija.

Doctorado en el Instituto Tecnológico de Kioto, Shimode ha conseguido enlazar la tradición con la innovación en el urushi mediante la utilización de nuevos materiales que han permitido que el paso del tiempo no sea tan evidente en las piezas.

Uno de sus logros en este proceso fue sustituir las habituales partículas de plata por platino. La plata es un metal que ennegrece con el paso del tiempo, con lo que la obra original se deteriora, hasta el punto de que pasados los años no puede recuperar su color original.

Los más puristas en este arte milenario, que comenzó en Kioto hace 1.200 años, «no aceptan esta innovación», dice en una entrevista a Efe el profesor Shimode, de paso por Madrid, cuyas obras decoran algunas de las propiedades de la Casa Imperial de Japón y el pabellón de visitas de Estado de Kioto.

La excepcionalidad del urushi y lo que la diferencia de otras técnicas de lacado está ligada a su procedencia, la savia del árbol del mismo nombre, tóxica en su inicio hasta que se seca, «un bautismo de fuego» para los iniciados y su piel, según cuenta entre sonrisas el profesor.

El urushi es un pigmento y pegamento orgánico que «una vez seco es resistente al agua, a aceites y ácidos», indica Shimode, lo que le hace único en un mundo.

La dificultad de esta técnica de lacado y la exclusividad de cada pieza radica en que «la laca se combina con pigmentos elaborados con polvos metálicos cuya base son el oro y la plata o platino, que sirven de elementos decorativos».

Shimode añade que hay 80 tipos de granos diferentes de esos metales preciosos. «De manera de que un mismo motivo se puede representar de 80 maneras distintas dependiendo de cómo se utilice el material».

Piezas de un coste elevadísimo por los componentes y calidad de sus materiales. «Desde 1900 hasta la actualidad se han elaborado piezas de un valor incalculable. Imposible ponerles precio», dice.

Esta técnica que se desarrolla en toda Asia Oriental, sorprendió a los primeros misioneros católicos que llegaron a Japón, que trasladaron a Europa alguna de estas piezas en el siglo XVI.

Fue el navarro San Francisco Javier el primero en pisar el territorio y dar información sobre sus costumbres, además de remitir a España piezas de lacas de estilo Namban realizadas en polvo de oro, plata e incrustaciones de nácar de gran calidad.

En el Museo de Navarra se conserva el mayor número de estas delicadas lacas en España y en Europa. Piezas de más de 400 años de antigüedad, regalos y objetos de transacciones comerciales que formaban parte de la decoración de las mansiones de la nobleza.

«Me ha sorprendido que aquellas piezas creadas para ser enviadas hasta España hace tantas décadas se hayan mantenido en tan buen estado. Es algo que me llena de orgullo», comenta Shimode, que ha visitado Navarra durante su periplo por España donde ha impartido varias conferencias.

«Es difícil conservar estos objetos fabricados con los métodos tradicionales», añade, remarcando que su intención es mantener las técnicas de antaño. «Haré todo lo posible para conservarlas, creando también productos que tengan sentido para la vida cotidiana».

«Son objetos especiales» -continúa diciendo- en un mundo en el que es fácil comprar, usar y tirar, «en el que el plástico se adueña de todo», reflexiona sobre la necesidad de volver a crear, «como antes», un vínculo con los objetos del hogar.

«No se trata tanto de innovar en el diseño, cómo de percibir una vajilla o una bandeja como algo especial, que utilizamos en momentos singulares y ha podido transmitirse de una generación a otra», concluye Yuturo Shimode.

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