400.000 personas desfilaban ayer por las calles de Barcelona reivindicando ser español en Cataluña y, por consiguiente, su españolidad.
Era un manera de hacer frente al independentismo catalán y, al mismo tiempo, un intento de despertar al votante para que, con su voto, haga frente al totalitarismo independentista, no sólo catalán sino también a otros que pululan por las tierras de este país tal es el caso, por ejemplo, del vasco que, casi al mismo tiempo, se manifestaba por las calles de la capital navarra, Pamplona, al grito de libertad para los presos.
Y ahí está el problema. Un, cada vez mayor número, de independentistas frente a los defensores de la nación española. ¿Por qué? por los años de dejadez de la Administración central, que ha permitido, sobre todo, en Cataluña, un nacionalismo que se llenaba las tripas del dinero de todos los españoles a cambio de votos para conseguir investiduras y que, ahora, ya harto de tanto comer, pide más, pide la independencia, el separatismo, la secesión.
Un Gobierno en funciones, unas nuevas elecciones con resultados inciertos. Así lo tienen fácil. Y España, poco a poco, «al garete».