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Marlaska y la ética secuestrada

Hace unas semanas me llamó la atención un estudio que ponía datos y mediciones a algo que ya sabemos todos, aunque nos dé vergüenza reconocerlo: la mayoría de los humanos no elige una opción política que encaje con su ética, sino al revés. Es decir, primero adopta una bandera y luego defiende las opciones éticas de los que la llevan.

En una época en la que la política va cada vez más de “identidades”, de pertenencia a un grupo u otro, esto tiene consecuencias especialmente graves. Basta ver a los nacionalistas catalanes defender la presunción de inocencia de siete radicales, aunque dos ya hayan confesado fabricar y probar bombas para causar “estragos” como arma política. Pero eso ya lo habíamos visto en Alsasua, donde los (supuestamente moderados) nacionalistas vascos de Navarra han estado arropando a unos agresores confesos azuzados por el sectarismo identitario local. ¿Cómo van a ser malos sin son de los nuestros?

Lo que queda del Partido Socialista es aún más ilustrativo. La proporción de sus votantes que vota por reflejo es enorme. “Yo soy de izquierdas”, “yo soy del PSOE”, y el resto de la foto pierde importancia. Con quién pacten, qué programa tengan, qué candidatos traigan, no es lo importante. Estas personas votan al candidato de su tribu o se quedan en casa. Pero lo llamativo es que son capaces de defenderlo pese a giros copernicanos como el del PSN, que antes de las elecciones quería un gobierno progresista sin nacionalismos, y después de las elecciones forma coalición con los nacionalistas conservadores. Hace lo contrario de lo que prometió casi en cada mensaje de campaña, pero para muchos de sus votantes la nueva actitud es éticamente correcta, porque es la de su partido. La elección política precede a la decisión ética.

O, de hecho, la sustituye. Sólo así se explican cosas como la del ministro Grande Marlaska. Una persona de cuya trayectoria profesional cabía esperar unos principios éticos sólidos de respeto a la ley y las libertades y opiniones ajenas. Y que lleva desde que fue investido dando muestras de que sus principios van muy por detrás de las conveniencias de su partido, si es que no dependen de ellas.

Marlaska es (no lo olvidemos) el responsable último de la seguridad ciudadana en toda España, y tiene los medios para intervenir si lo necesita para asegurarla. Pero en Cataluña ha permitido que se consolide el control político (y profundamente sectario) de los Mossos, a través de un Departamento de Asuntos Internos abiertamente supremacista que maltrata a los Mossos constitucionalistas. Algo que pone en peligro nada menos que la neutralidad política de las fuerzas de seguridad del Estado en Cataluña. Pero el PSOE ha decidido no remover el avispero, así que para Marlaska no pasa nada.

Marlaska es quien debe evitar que se extienda la radicalización y que tenga consecuencias. Y la normalización de los homenajes a etarras (en su tierra y fuera de ella) es justo lo contrario. Es quien debe vigilar contra la aparición de nuevos riesgos terroristas. Y siete de ellos han sido atrapados ya con las manos en la masa. Pero su reacción no es felicitarse por ello, sino abroncar a la Guardia Civil (que ha actuado todo el tiempo bajo dirección judicial). Porque a su partido no le conviene que la realidad interrumpa un buen argumento electoral.

Marlaska es miembro del colectivo LGTBI, y se le supone criterio e información suficientes. Pero antes del Orgullo Gay de esta año afirmó que el apoyo de Ciudadanos a Vox en esos temas (algo que no ha existido nunca) “tendría consecuencias”. Y justificó la encerrona y agresiones por parte de un grupo de manifestantes, muchos de ellos militantes socialistas, a la comitiva de Ciudadanos. A un partido que defiende, radicalmente, los derechos de ese colectivo a vivir en completa igualdad. Pero que no es el partido del señor Marlaska. La verdad, el respeto a los demás, la convivencia, la dignidad de su puesto, importan menos que intentar manchar de verde a Ciudadanos.

Marlaska es el ministro que encargó, aceptó y citó un falso informe policial sobre los hechos del Orgullo Gay. Tan falso que los sindicatos han tenido que intervenir y denunciarlo, para que dejara de usarlo. Pero la falsificación no ha tenido consecuencias. Porque se hizo para justificar los actos y palabras del ministro. Porque se puso la lealtad al partido por delante de la ética.

Marlaska es, para terminar, el ministro que vuelve a las andadas cuando culpa al diputado Carrizosa por su expulsión de un Parlament en el que se estaba pidiendo la libertad de detenidos por preparar explosiones y pidiendo la impunidad de detenidos por intentar una secesión ilegal. Para Marlaska, el problema no es el sectarismo (la ética partidista, tribal) de los que expulsan, sino los modales del expulsado por resistirse a tratarlo como si no importara. Porque los separatistas catalanes son, para la agenda del PSOE, gente pacífica hagan lo que hagan, y los de Cs son por definición crispadores aunque tengan razón.

Hay mucha gente, por desgracia, que actúa igual. Esto afecta a votantes del PSOE, del PP, de Cs, de Podemos, de Geroa y de todos los demás. Los míos son los buenos hagan lo que hagan, porque (ya que lo hacen los míos) debe ser bueno. Y lo que hacen los otros es malo, sea lo que sea, porque no son los míos. Una cuesta por la que es fácil deslizarse hacia comportamientos sectarios. Y que explica la movilización de votantes alarmados porque “viene la derecha”, ese monigote oscuro al que llevamos más de 40 años demonizando.

Por supuesto, no siempre es así. Hay una parte de la población que no se siente atada a ninguna sigla, bandera o colectivo. Gente que elige voto en función de la ética que demuestran actos y programa. Gente que no permite a nadie taparse con su bandera, sea ikurriña, estelada, roja o rojigualda… o morada o arcoiris.

Es gente que lo tiene difícil, con la calidad de los medios de comunicación y la escenografía opaca de los partidos, para saber cómo son las cosas, pero que lo intenta. Que no simplifica. Que se lo trabaja. Es gente que se merece todos mis respetos, vote lo que vote. Brindo por ellos.

 

Miguel Cornejo Castro (@MiguelCornejoSE) es economista y consultor.

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