Un grupo de científicos ha identificado una red de regiones cerebrales que trabajan juntas para determinar si un robot es un buen compañero social y que han mostrado «inquietud» si parecen demasiado humanos, según un estudio que publica hoy lunes el la revista Journal of Neuroscience
Partiendo de la hipótesis del «valle inquietante», que predice que los humanos prefieren agentes antropomorfos pero los rechazan si se parecen mucho a ellos, expertos de Alemania y el Reino Unido han empleado imágenes por resonancia magnética para evaluar la actividad cerebral de la corteza prefrontal y de la amígdala.
Para medirla, los científicos pidieron a varias personas que puntuaran imágenes de robots de acuerdo con varios criterios, como su semejanza con los seres humanos o su «simpatía».
Los participantes en el experimento también eligieron a aquellos robots de los que preferirían recibir un obsequio.
En esta segunda prueba los participantes, en general, prefirieron los regalos elegidos por agentes artificiales más parecidos a los humanos, con la excepción de aquellos más próximos al límite entre lo humano y lo no humano.
«El parecido a la forma o el comportamiento humano puede ser una ventaja y una desventaja», ha señalado Astrid Rosenthal-von der Pütten, de la universidad alemana Duisburg-Essen .
«La aceptación de un agente artificial aumenta a medida que se torna más parecido a un humano, pero solo hasta cierto punto», ha añadido. «A veces a la gente no le gusta cuando el robot o las imágenes generadas por computadora se tornan demasiado parecidas a lo humano».
La percepción de que hay algo amenazante en un robot «demasiado humano» no se limita a las máquinas en sí y también ocurre en otros campos tecnológicos como la realidad virtual y la inteligencia artificial donde la semejanza causa rechazo entre los humanos reales.
«Para un científico en el campo de la neurología, el ‘valle inquietante’ es un fenómeno interesante», ha dicho Fabian Grabenhorst, de la Universidad de Cambridge.
«El fenómeno implica un mecanismo neuronal que primero juzga cuán cerca un dato sensorial dado, como la imagen de un robot, está del límite entre lo que percibimos como agente humano o no humano», ha subrayado el experto. «Esta información la usa un sistema separado de valoración para determinar si el agente nos gusta o no».
Grabenhorst ha señalado que los resultados de estas investigaciones podrían ayudar en el diseño de agentes artificiales más aceptables.
A juicio de Rosenthal-von der Pütten, «este es el primer estudio que muestra diferencias individuales en la intensidad del efecto de ‘valle de inquietud’, lo que significa que algunos individuos reaccionan con más sensibilidad y otros con menos ante los agentes artificiales semejantes a humanos».
«No hay un diseño de robot que agrade o asuste a todos los usuarios», ha destacado la experta, quien ha apuntado que «el comportamiento inteligente del robot es de gran importancia, porque los usuarios abandonarán a los robots que no demuestren ser inteligentes y útiles». EFE