Gerardo Herrero, productor de la película «El hombre que mató a Don Quijote», de Terry Gilliam, ha afirmado que hizo «una locura» al realizar este filme, pero ha destacado que el ser humano necesita creer en cosas «que no son para conseguir objetivos», sino «soñar, vivir un mundo más positivo o de aventura».
Herrero ha indicado que le sedujo de esta película el reto de ayudar a realizarla, ya que su director, el norteamericano Terry Gilliam, ha tenido que esperar más de 25 años y superar diversas dificultades para terminar el filme, rodado también en parajes navarros. «Es una película muy conocida porque fue todo un acontecimiento cuando se paró el rodaje hace veinte años», ha remarcado, para añadir que, de la historia de esta «maldición», incluso se grabó el documental «Perdidos en la Mancha» (2002).
No obstante, el productor ha confesado que al principio no quería formar parte del filme, por lo «complicado y difícil» del mismo, pero «las circunstancias se fueron dando» y se fue «liando» en el proyecto. Ahora, a punto de que «El hombre que mató a Don Quijote» se estrene en las salas de cine españolas, ha mostrado su «orgullo» por haber finalizado la película, que ha definido como «una matriosca de quijotes».
Herrero ha considerado que la locura de Don Quijote también está presente actualmente en «muchos seres humanos y muchos comportamientos, con sus exageraciones y desmedidas», pero ha apuntado que, en todo caso, es «importante respetar otras miradas de ser y entender el mundo».
Para Herrero, en la mente del ser humano la línea entre la cordura y la locura está «muy cercana» y, así, ha resaltado que, como productor, ha hecho «una locura» al realizar este filme y en ocasiones llegó a preguntarse: «¿Dónde me he metido?».
La película, con un presupuesto cercano a los 16 millones de euros, acumula medio centenar de localizaciones, algunas de ellas en los alrededores de la Sierra de Madrid, Castilla La Mancha, Fuerteventura y Portugal. Navarra también tuvo un papel protagonista en el rodaje del filme, que duró un total de doce semanas, ya que algunas de las escenas se grabaron en localidades como Olite, San Martín de Unx, Gallipienzo o el parque natural de las Bardenas Reales, famoso por su paisaje desértico de suelos de arcilla, arenisca y yeso.
Al respecto, ha aseverado que Terry Gilliam «se enamoró de Gallipienzo en cuanto lo vio», ya que este pequeño pueblo, ubicado a 55 kilómetros de la capital navarra, aportaba un decorado que, para el imaginario del director era el adecuado y queda «muy bonito» en la película. «Gilliam siempre habla de que se quiere comprar una casa en Gallipienzo», ha dicho Herrero, que ha confesado que el director quedó «muy fascinado» por este pueblo y durante el tiempo que rodaron en la Comunidad foral trabajaron «muy a gusto». En cualquier caso, el productor ha descrito al director británico como «alguien muy diferente» y con un mundo «muy peculiar y algunas cosas surrealistas» que, sin embargo, pueden llevar a «descubrir más cosas».