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No me acostumbro

Desde que Christopher Nolan estrenase su particular y minimalistas visión de Dunkerque, en Hollywood se ha desatado una fiebre por Winston Churchill. Y ya van dos películas más que nos acercan al estadista y premio Nobel de Literatura en 1953 por “su dominio de la descripción histórica y biográfica, así como su brillante oratoria en defensa de los valores humanos”. De sobra es conocida su afición a la gastronomía y su particular maridaje; desayunaba huevos fritos con panceta ahumada (bacon o “beicon”) y un vaso de whisky y la comida y la cena las regaba con sendas botellas de Champan.

Estas costumbres matinales fueron criticadas por el rey de Inglaterra que una vez le dijo que no era apropiado beber a esas horas, a lo que el sagaz político y mandatorio le contesto que “a todo se acostumbra uno”.

A lo que no me acostumbro es a la estupidez humana. Últimamente nos estamos habituando a titulares en los que se quita la custodia de los hijos o se multa a los progenitores que deciden no vacunarlos, poniéndoles en riesgo de sufrir enfermedades contagiosas y de ser transmisores de las mismas. No voy a exponer las beneficiosas razones de los programas de vacunación que son más que los pequeños porcentajes de incidencias o rechazos de los mismos, entre otras cosas porque cada vez que surge uno de estos titulares personal sanitario escribe sobre el tema muy claramente y mejor.

El hecho que me ha llamado la atención es la nueva moda que curiosamente viene de la cuna de la tecnología, Silicon Valley, y que consiste en beber “agua cruda”, es decir agua sin tratar. Una peligrosa y cara moda, ya que cada jarra de dos litros y medio de este “agua” se vende por el módico precio de 36,99 dólares (unos 30 euros al cambio).

Según el New York Times el éxito de este fenómeno, que está vaciando literalmente las estanterías de los supermercados de Silicon Valley y alrededores de este “producto”, se debe a que se vende como agua «externa a la red», es decir, que no pasa por tuberías federales ni municipales, y que no contiene aditivos como el fluoruro ni pasa por una filtración o tratamiento alguno, lo que haría al agua cruda «rica en minerales», como en la “naturaleza”.

Las autoridades sanitarias aconsejan evitar el agua procedente de fuentes naturales y optar por agua debidamente filtrada, desinfectada o hervida antes de su consumo. De hecho, las llamadas aguas minerales embotelladas y con marcas comerciales, que proceden de manantiales, están sometidas a estrictos controles de calidad, tanto de la empresa embotelladora como por parte de los organismos pertinentes de la administración de cada país.

Los peligros de beber agua sin controlar son posibles contaminaciones por bacterias, virus o parásitos como la Giardia y el Cryptosporidium dos de las causas más comunes de enfermedades transmitidas a través del agua y debida al contacto de esta con las heces de animales.

Tampoco podemos dejar de lado la contaminación por productos químicos que se encuentran de forma natural en el suelo y las rocas, como el arsénico y el radón que a determinadas dosis son mortales.

Por poner un dato, y sin intención de alarmar, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el agua potable contaminada causa algo más de 500.000 muertes por diarrea al año. Como para beber agua sin control ni tratamiento alguno.

Nuestro profesor de química y gran montañero nos aconsejaba llevar un pequeño bote con legía y si nos quedábamos sin agua en una excursión y teníamos la necesidad de beber de algún arroyo o cascada, nunca de agua estancada, cogiéramos esa agua en la cantimplora y le añadiéramos un par de gotas de lejía (hipoclorito sódico), agitándola bien, antes de beber, por si acaso.

Pero como decía aquel “hay gente pa´ to´o”, sin embargo, yo no me acostumbro a la estulticia y necedad de algunos congéneres de esta especie que se autodenomina sapiens.

Jesús Bodegas Frías, Biólogo con experiencia en producción y seguridad alimentaria.

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