El Papa Francisco ha tenido que mostrar, con sus declaraciones, que la Iglesia Católica no acepta veleidades secesionistas y que no está dispuesta a tolerar movimientos independentistas que desestabilicen a la Vieja Europa.
Ý es que la Iglesia Católica en España no ha sabido dar una respuesta firme a las actuaciones de sus 400 sacerdotes catalanes que han apostado por apoyar al independentismo. Bochornosas han sido las imágenes del recuento de votos del pretendido referéndum en una iglesia mientras se celebraba Misa o las arengas del abad de Montserrat en plena homilía o la cesión de locales parroquiales para servir de colegios electorales.
Nadie en su sano juicio, y menos todo un Papa de la Iglesia de Roma, apoyaría un secesionismo que juega al “matonismo”, que juega al adoctrinamiento y que juega con la utilización de niños y ancianos para sus fines. Si a ello unimos que la CUP, la ultraizquierda radical catalana, rechaza entre sus principios ideológicos a la religión católica, no extraña la postura oficial del Papa Francisco.
La actuación de “los curas” independentistas, recuerda otras actuaciones eclesiales que tanto daño causaron. La época de Xabier Arzallus, entonces líder del Partido Nacionalista Vasco, antiguo religioso, apoyando las actuaciones de la organización terrorista ETA, causó un gran daño en la Comunidad Autónoma Vasca. Aún se recuerda la negativa de muchos sacerdotes a celebrar funerales en sus iglesias cuando los muertos eran los que habían sido asesinados por la banda terrorista.
La Conferencia Episcopal Española no debería estar muy contenta. No ha sabido dar una respuesta rotunda a las ansias de protagonismo de una parte de la iglesia de Cataluña. Se ha quedado en tierra de nadie. El Papa Francisco le ha tenido que “enmendar la plana” y dar un claro toque de atención y de firmeza ante los separatismos.
