En este país son constantes las manifestaciones reivindicativas. Los españoles nos caracterizamos, por nuestra propia forma de ser, de querer estar en la calle, de disfrutar, de protestar en la calle. No extraña, por tanto, que surjan deseos de manifestar lo que uno piensa. Nuestra Constitución además nos da ese derecho.
El problema surge cuando la ley y la opinión pública se vuelve sectaria y solo acepta lo que suele quebrantar los principios establecidos, es decir, los valores tradicionales. Hoy los lobbies identitarios, de lo se autodenominan izquierda europea, intentan imponer su punto de vista. Conceptos como los de nación, el bien común, cultura, pueblo, género o civilización, por citar algunos, se hallan pervertidos por la manipulación sectaria.
No extraña que toda iniciativa proveniente de sectores de pensamiento opuestos al impuesto hoy por un extremo de la sociedad, sean rechazados. Hogares sociales, organizaciones como Càritas, asociaciones de iniciativa católica son puestas en tela de juicio constantemente. Es tal la tergiversación que, por ejemplo, se prefiere el mundo musulmán, tan alejado del concepto europeo, que el mundo cristiano.
Los ciudadanos son los que tienen que rechazar tales planteamientos. Mientras esto no suceda, los valores tradicionales de esta sociedad, seguirán escondidos y primaran el relativismo y el materialismo, base de la manipulación actual.